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Andrés Elías Flórez Brum El visitante John Jairo Zuluaga NOVELA

El visitante, de Andrés Elías Flórez Brum

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John Jairo Zuluaga*

Andrés Elías Flórez Brum, El visitante, Bogotá, Caza de Libros-Pijao Editores, 2008. 76 P.


Un lector silvestre que recorra las páginas de la novela corta: El visitante puede encontrarse con una historia del montón. Una de tantas, en las que se ven inmersas, a menudo, personas de cualquier pueblo del trópico colombiano.

En cambio, un lector avisado encontrará en esa misma obra un refinamiento técnico que vale la pena mostrar.

La obra sigue la tradición de novelas construidas con marco de composición, tal como lo evidencian Las mil y una noches, El Decamerón y, en el caso colombiano, La vorágine, de José Eustasio Rivera. El marco de composición: “Se construye a la manera de un formato previo e independiente, que antecede y da paso a la historia central, y luego lo cierra. Ese formato introductorio que luego cierra al final, se parece al marco de un cuadro de pintura, porque desde afuera rodea la historia central”. (Isaías Peña, El universo de la creación narrativa). 

En la novela El visitante, un licenciado en literatura, le cuenta su vida y su tragedia a un escritor para que la convierta en obra literaria. Con sorpresa encuentra la novela en venta sobre un andén y la compra. En un bar la lee, mientras se revela la historia al lector.

La historia gira alrededor de un joven que lo sostiene su mamá y no asume grandes responsabilidades fuera de leer, ir al bar, a las residencias con su novia y acosar sexualmente a la empleada del servicio doméstico. Se presenta un embarazo de por medio; la muchacha es despedida y un hijo bastardo es comidilla en el vecindario.

La madre del joven se compadece del nieto y lo trae a vivir a su casa, después de que fallece su esposo. Entre hijo y padre se establece una relación de ausencia, y durante algún tiempo, de hostilidad. Pero cuando el hijo crece conservan relaciones de camaradería, tratando de recobrar el tiempo perdido: juegan ajedrez, van al cine, al mar, al bar y más grandecito lo llevó donde las putas.

Cuando las relaciones se consolidan viene la desgracia y el desenlace desgarra la vida del protagonista principal.        
En la historia los espacios de la obra son lúgubres, en consonancia con la simpleza y anonimato de personajes de pueblos olvidados de la región Caribe colombiana. Una residencia con el timbre dañado, sin la placa del domicilio y un sirviente marica con nalgas de espuma. Un pueblo sin luz y agua durante dos meses o, un niño que nace en una casa de cinc con paredes de bahareque.

Asistimos a una historia realista, de personajes planos, con diálogos contundentes y oraciones cortas que agilizan la lectura y la tornan agradable, a la manera de El extranjero, de Albert Camus, citado en la obra junto con otros autores, en un claro juego de intertextualidad.

La otra historia, ya aludida, corresponde a la del marco de composición. Muestra al personaje que lee la novela sobre su vida en el bar, mientras espera al escritor de su historia. Lee, con su vida desgarrada de por medio, con la esperanza de que el amanuense, al menos le diera un consuelo y que al final de la obra, variara la tragedia que él contó.

Mientras lee juega a crítico literario, y el personaje, que a veces se da ínfulas de autor, analiza la estructura del libro y recurre a la metatextualidad, técnica que consiste en establecer una distancia crítica con su propio texto. 

Analiza el título, el arranque de la historia (“La primera frase la estimé acertada”), el desarrollo de la acción, la intriga y la culminación de la trama. Permanece a la expectativa del desenlace, en medio de un cenicero rebosado de colillas, la mesa llena de cervezas y los nervios arruinados.


Terminó de leer el libro y no encontró el final esperado. Enfurecido espera, con un revolver, a que el escritor cumpla su cita pactada en el bar. Esta segunda historia tiene un final abierto porque no se sabe si el escritor comparece ante la muerte.

*Narrador colombiano.
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El quinteto de la frágil memoria JORGE ELIECER PARDO NOVELA NOVELAS DE LA VIOLENCIA Trashumantes de la guerra perdida

Transeúnte que huye de la guerra

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Entrevista a Jorge Eliecer Pardo sobre Trashumantes de la guerra perdida, su más reciente novela








Diana Marcela Cuéllar



¿De qué manera se sigue construyendo El quinteto de la frágil memoria al terminar su novela más reciente, Trashumantes de la guerra perdida?
La saga familiar se desovilla como la historia misma del país. El desplazamiento forzado marcará sus vidas y las de dos generaciones posteriores. Las zonas del café, la montaña y la planicie, los espacios por los que caminan en busca de la esperanza de vivir en paz, escenarios que no solo descubren la geografía nacional sino los sentimientos de personajes recreados desde la verdad del sufrimiento y de escasos episodios de amor y alegría. Cubre de los años 20 a los 70 del siglo pasado. El telón de fondo de la Historia determinará la mayoría de las microhistorias para ver el fresco completo de nuestro destino determinado por los dueños de todos los poderes terrenales.

Si es un libro que abarca, de los años 1920 a 1970, en medio se encuentran hechos trascendentales de la Historia colombiana, sobre todo El Bogotazo, la violencia bipartidista, las guerrillas liberales, el Frente Nacional, la dictadura de Rojas Pinilla, la conformación de las fuerzas insurgentes comunistas, ¿qué aportes desconocidos se registran en el libro?
Las historias de los protagonistas anónimos dan ese primer aporte, a mi parecer. Son las víctimas las que adquieren voz, como las de todo El quinteto; en mi trabajo como novelista los seres de la modernidad, que viven atropelladamente los cambios del país, van, vienen, aparecen, desaparecen. Personajes de carne y hueso, con defectos y virtudes, odios y venganzas, perdones y tolerancias. Signados por los acontecimientos que enumeras y otros más, sobreviven entre ciudades pequeñas y urbes incipientes, confrontaciones armadas en los campos, primero como autodefensas liberales y luego como insurgencia de izquierda. De qué manera las componendas políticas de los partidos tradicionales afectan a aquellos que luchan por sobrevivir. Podemos entender por qué en los años 60 la lucha de la guerrilla se metamorfosea de liberal a comunista. Un riesgo en la literatura que pocos lo han asumido, sin pertenecer a ninguno de los bandos en conflicto.

¿Cuál fue la mayor dificultad al escribir Trashumantes de la guerra perdida?
El tema político que ha conllevado a la guerra. Duré más de quince años investigando la nueva Historia de Colombia, leyendo a los académicos que, desde otra perspectiva, abordaban el tema de la violencia aproximándose a explicaciones más sociales que la anterior generación de escritores hizo desde las ideologías liberales y conservadoras. Cuál era esa verdad histórica que yo pondría en mi verdad novelada, otras de mis dudas. La conclusión se remite a la responsabilidad de las élites con nuestra realidad que ha dejado miles de muertes y millones de desplazados. Nombrar esos protagonistas del poder me enfrentaba a un reto poco frecuente en la narrativa, más aún cuando algunos todavía asisten a los salones, el congreso y son dueños del 90% de la tierra de Colombia. Y, lo peor, cómo manejar los datos de la Historia dentro de la narrativa, la incidencia de esos acontecimientos en la vida de mis personajes. Y opté, como lo hice desde comienzo de mis cuentos de muchacho, acudir a la memoria de los viejos, a las reminiscencias de mi madre, los análisis de mi abuelo y mi padre y armé lo que en esos tiempos mozos no entendía y que ahora aparecía con claridad.

¿Algo novedoso en la investigación histórica?
Encontré una tesis doctoral donde se analiza el caso del general Rojas Pinilla y su utilización por los dirigentes liberales y conservadores. Los viejos hablaban bien del General porque detuvo la violencia de los 50 y dejó obras de cemento que aún se conservan, recuérdese que era ingeniero, otros lo criticaban por hechos que luego fueron los que lo condenaron al destierro perdiendo todos sus derechos. Con el tiempo tuvieron que disculparse y devolverle lo usurpado. Lo interesante de esta tesis doctoral es cómo los medios de comunicación, especialmente El Tiempo, liberal y, El Siglo, conservador, montaron la gran estrategia para convertirlo en ser despreciable, lográndolo.

¿Una novela desesperanzadora?
Una novela de esperanzas fallidas, de sueños truncados. Mi abuelo, mi padre y yo, añoramos la paz desde esa quimera de un país mejor. La historia confirma que las desigualdades agudizaban aún más la guerra y alejaban la paz. Los asesinatos, no sólo de gente del pueblo sino de dirigentes cuestionadores de la tradición, no han dado tregua. Los conatos de paz, los más cercanos, la Guerra de los Mil Días, el Frente Nacional y los armisticios y amnistías, siempre cobijaron la impunidad y el enmascaramiento de la verdad. Esas fórmulas que oyeron varias generaciones, de perdón y olvido, borrón y cuenta nueva, pasar la página, no fueron más que aplazamientos a nuevas confrontaciones que generaron el paramilitarismo y las guerrillas infiltradas por el narcotráfico. Mis personajes deambulan por campos y ciudades donde esta realidad los apabulla, permea y destruye. Al final, como en Cien años de soledad, se guarda, de nuevo, la esperanza de una nueva oportunidad sobre la tierra.

¿Por qué el título Trashumantes de la guerra perdida?
A pesar de que trashumantes alude a comunidades que por su labor, especialmente pastores europeos, cambian de lugar con su rebaño, la palabra ha venido transformándose, porque el lenguaje es vivo, dinámico, para designar aquellas personas que emprenden éxodos, migraciones por asuntos diferentes a su trabajo. Esta población que huye por la guerra, que trashuma en su propio país, víctimas por las persecuciones políticas, generan confrontaciones armadas, asesinatos discriminados e indiscriminados y configuran el fortalecimiento de zonas multiculturales. El caso de los Llanos Orientales lugar de refugio de muchos trashumantes del Tolima por la violencia de los 50. Los personajes de la novela están inmersos en una guerra que no es la suya, que confrontan y muchas veces participan pero que nadie gana. Todos pierden. Todos hemos perdido en la guerra prolongada.

Las mujeres, tema recurrente en su trabajo narrativo, las Weismann, Irene, Ruth Mazabel, Matilde Aguirre, María Rebeca y las que pasan por Los velos de la memoria, vuelven a Trashumantes de la guerra perdida
Sí, la mujer es personaje primordial en mi visión de mundo y mi preocupación expresiva y artística. Con respeto por lo que significa su autonomía y presencia fundamental en la sociedad en general, en la familia y la pareja; las mujeres colombianas pueblan mis libros y cuestionan el tiempo que les ha tocado vivir, con la carga de una sociedad machista, excluyente y sin educación. Mi abuela, cuyo referente se encuentra en mi personaje María Rebeca, protagonista de La baronesa del circo Atayde, es una mujer sin tiempo, del aire, de los viajes, de la danza y la poesía. Mi madre, la hija de María Rebeca, tiene esa fuerza creadora que la hizo sobrevivir en condiciones inhóspitas para impulsar una familia de un esposo machista y diez hijos. La libertad de estas dos mujeres está en el desbordamiento en su interés por la cultura, la lucha en el trabajo y las metas siempre imposibles para lograr lo posible. Estas mujeres ancestrales me dieron el magma de la verdad personal para luego construir, desde mi concepción de la mujer, esas otras que recorren las páginas y que siempre refieren las reales de mi vida. Hay en Trashumantes de la guerra perdida mujeres de la guerra, viudas y eternas enamoradas, costureras de mortajas y lutos que en cada puntada zurcen la esperanza. Al igual que aquellas que posaron para mis fotos de Los velos de la memoria, compasivas con las víctimas de la guerra.

¿Por qué mapas, retratos y capítulos cortos? ¿Fragmentación?
Mi narrador, como el pensamiento, va desordenamente, sin perder la coherencia. Hay una correlación de lenguajes y tiempos que dinamizan pero a la vez detienen la historia, el argumento. En la narración, con pretensiones épicas, los sucesos son tantas y disímiles que referirlos todos serían interminables, inmanejables, sobre todo en el momento de decidir publicar la novela. Mis gavetas están llenas, mis AZ a reventar y, al final, los pequeños capítulos, envolventes y casi autónomos, son los que el ritmo y la respiración dieron al autor y que, seguramente, poseerá al lector. La gráfica en mis libros, mapas, retratos, no es nuevo en la novela moderna y en la actual. Los retratos de circunstancias, paisajes y personajes emulados de Joyce, Cortázar.

¿Cuál la diferencia entre este libro y los escritos sobre la violencia: Viento seco, Cóndores no entierran todos los días, La mara hora…?
No es un inventario de muertos. Es la narración de personajes que huyen de la muerte. Además, no quiero escribir libros con tendencias ideológicas, panegíricos de ninguna clase. La memoria es la que alimenta mis novelas, no testimonialmente sino ficcionalmente. Sustentado en el lenguaje de hoy, contando la aldea para buscar ser universal, la poesía sustenta lo bello y doloroso que los seres humanos, llevamos un fardo duro y a la vez liviano en la trashumancia. Existe siempre una carga de erotismo en las treguas de la guerra, una exaltación a la vida y un profundo respeto por los personajes que terminan por imponerse en los momentos más álgidos de la creación. Me enseñan como fue el dolor o la alegría y me llevan de la mano por lugares que voy recordando de mi infancia y que luego recorro para refrescar el olor de la cosecha de café y de los gladiolos.

¿Cuáles son las dos novelas que faltan de El quinteto de la frágil memoria, y que temáticas abordan?
La última tarde del caudillo, contada desde los ojos inocentes de dos adolescente que salen a las calles incendiadas de la Bogotá del 9 de abril del 48, en busca de Carlos Arturo, su padre, y el guión o pieza de teatro que el artesano de la madera, que aparece en todo el Quinteto, escribe sobre El Bogotazo. Y mi novela urbana por excelencia, Maritza, la fugitiva, una historia de amor donde Federico Bernal, el hijo de Matilde, la amante de El pianista que llegó de Hamburgo, encuentra la mujer que desbarata sus principios frente al amor y lo hace vivir una aventura intrincada donde la política, el arte y la literatura son asuntos de peso en la historia. Trascurre en Bogotá, entre los años 80 y 2001.

La traducción al francés de Los velos de la memoria y la posible reedición de El jardín de las Weismann, traducida por Jacques Gilard, abre mercados en Francia?
Los velos de la memoria, muchos de los cuentos escritos luego de ese torrente de El Quinteto de la frágil memoria, constituyen lo que llamaron en Francia la estética del horror, que otros han venido en enunciar como la poesía de las tumbas, con su edición en francés, da a mi literatura un respiro que en Colombia es difícil cuando se es un escritor por fuera de los circuitos de las grandes editoriales y la farándula de muchos medios de comunicación. La publicación en Paris, en una editorial igualmente alternativa, significa que el libro es tratado como objeto artístico y no como una mercancía comercial, tiene para mí importancia fundamental. Buscaremos que la traducción de J. Gilard de mi Jardín, encuentre nuevo editor en Francia.







Diana Marcela Cuéllar (Bogotá)

Arquitecta, diseñadora de interiores, con estudios de literatura en el Instituto Caro y Cuervo. Ha publicado ensayos y poemas en revista y periódicos. 
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Janet Frame LIBROS MEXICO UNIVERSIDAD VERACRUZANA Ursula Stael

Janet Frame: El Jilguero y su canto silvestre

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Por María Espinosa 
Esta es mi vida y este mi hábito
decía el poeta.

Frame, Janet. Huesos del Jilguero: antología poética (2015). Universidad Veracruzana, 209 pág. Traducción Nair Anaya et al.


Janet Frame (1924-2004) no se decía poeta. Escribía poesía por hábito, por que escribir poesía no es un mal hábito, escribía para un amigo cuya esposa murió después de una larga enfermedad, por la muerte de su gata, por la inocencia de su sobrino, para Bach, Schubert, una naranja, la nieve, un paseo dominical.

Exploro tierra agreste. No tengo un teodolito.
Soy una colonizadora extranjera.
No he pagado por mis tierras
No se cómo cultivarlas.
¿Por qué me obstino tanto en escribir poesía?

 Escribía poesía tras meditar sobre un compás y pensar si ser del compas la punta que se clava, la mina que hace el trazo o ser en el mejor de los casos la posibilidad de dar varios ángulos: la abertura,

¿Aunque si eres un compás, de verdad puedes elegir?
¿Acaso no eres todo, quien se queda y quien viaja?
Creo que preferiría ser la boca muy abiertamente medida
del radio que prueba cada gota de distancia.

Janet Frame escribió trece novelas, tres colecciones de cuentos, tres tomos autobiográficos, un cuento para niños y un libro de poesía: The Pocket Mirror (1967) [ El espejo de bolsillo]. Tras su muerte se  compilaron sus poesías inéditas en Storms Will Tell [Lo dirán las tormentas] y en  Goose Bath (2006), selección que ayudó a hacer su sobrina quien sabía que allí en esa tina que luego fue para los gansos, flotaron, por años, los poemas de su tía, esos poemas que se negaron por respeto al rigor de los clásicos, a ser compartidos. Por que respetaba profundamente a los poetas, y algunos entre sus amigos, dice ella, eran muy buenos,

Algunos de mis amigos son excelentes poetas
modestamente equipados de ese saber hacer, con ese aire de destreza que da tanta práctica
en control de sus palabras que impresas
son elegantes al estilo clásico.
Aun si anduvieran descalzos, en harapos, tendrían dignidad
te digo, algunos de mis amigos son excelentes poetas.

Con apenas 26 años y tras ganar un premio por su colección de cuentos The Lagoon and Other Stories (1951) se liberó de una lobotomía que le recomendaban sus siquiatras por esquizofrénica, loca, anómica, por decir que un arbusto olía a cacahuate. Los premios la hicieron visible si bien pasó por desaparecida para aquellos a los que ella no estimaba: Gracias por su invitación/ ya soy bastante visible/ si bien particularmente fuera del alcance de su vista.

Las traducciones al español son escasas y poco hay en las bibliotecas vecinas. Por eso, la traducción de la Universidad de Veracruzana es tan inusual y estremecedora como el florecimiento del ágave antes de su muerte. Buena parte de su poesía se conoció ya muerta la autora. En estas traducciones acompañadas de su original en inglés, y las cuales guardan el orden original de los libros publicados, llega su voz, llega ese ritmo que vive en la lengua en la que nacieron cada uno de los poemas y que en español renacen para extrañarnos de esa no poeta que guardaba, sino es que abandonaba sin cuidado sus poemas, escritos solamente para ella.


Lluvia sobre el tejado
Janet Frame / traducción N. Anaya
Mi sobrino, que duerme en un cuarto del sótano,
ha puesto una lámina de hojalata afuera de su ventana
para volver a capturar el sonido de la lluvia que cae sobre el tejado.
No le digo: el corazón tiene su propio consuelo para la pena.
Una lámina de hojalata solo repara los tejados. Como aún no padece el mandato de que el cambio y la diferencia nunca se hacen presentes, todavía puede
reparar los daños creando el amado sonido de la lluvia
que cree haber conocido en sus primeros años.
Tampoco le digo: En el transcurso de una vida de pérdidas
la hojalata es una carga, que un día el tendrá que encontrar
dentro de sí mismo en total oscuridad y silencio
la hojalata que sostendrá no sólo el sonido perdido de la lluvia
sino también el sol, las voces de los muertos, y todo lo demás que se ha ido.
Traducción: N. Anaya.
Número Equivocado
No es buen momento para llamarme.
Estoy limpiando la ceniza
de dos chimeneas,
me deshago de los viejos cuerpos de las ascuas
con restos en mi cabello y ojos
que me arden y
llamas que recién sangran donde golpeé las brasas
con la idea de solo reavivar
un lecho mortuorio
como prometí, ajustando mis palabras
al frágil susurro del fuego,
debo ser cruel (¡seguro que lo han oído!) para ser amable.
Pero estoy cansada y no es buen momento
para telefonear y preguntarme con extraña voz
¿Bueno? ¿Llamo a la carnicería Mornington?
Traducción: J.Constantino.

Lo dirán las tormentas
Lo dirán las tormentas; son confiables.
Sobre la arena, viento y marea alta escriben
boletines de pérdidas, conchas defectuosas,
cual monumento liso a los árboles de tierras altas,
alga, pájaro desgarrado, navaja filosa, caracol cuerno de carnero, almeja.
Dennos las noticias dicen los altos ascetas que leen
seis kilómetros de playa una y otra vez; entre conchas vacías, miren,
recién salidas de la salada imprenta, historias
de diluvios: Cómo abandoné mi casa y hogar.
Navaja: Cómo le corte el cuello a la luz del sol.
Caracol: Cómo embestí y bailé contra la luz ovejuna del sol.
Almeja: Cómo mi vida zarpó en una marea negra.
Traducción L. Saucedo
La nieve bien urdida
( para un amigo cuya esposa murió después de una larga enfermedad)
La muerte de la nieve
requiere de un día completo a muchos meses.
La muerte es solo
un cambio de forma
pero ¿cómo saberlo
y por qué no se rebela?
Espectáculo de desperdicio
promesa no cumplida
sin enojo, sólo claudicación
pero no, ni siquiera claudicación
ningún forcejeo
entre querer ser líquida o sólida
nada para nada extraordinario
o real, salvo el tiempo registrado:
un día completo o muchos meses para que muera la nevada.
Queremos que sea, pero no es.
Nos quedamos helados del susto, y solos.
La nieve no es humana. Creamos una escena
para nuestro asombro no correspondido, pero
se ha ido sin agonía y no volverá.
Esperamos con ansiedad el estado del tiempo para mañana
para compartir la responsabilidad de nuestro morir.
Debemos -para seguir con nuestras vidas- darle dolor y esplendor a la tormenta,
sencillez a la lluvia,
y -lo mas difícil de todo- la persistencia del tiempo de morir
a la nieve bien urdida.
Traducción N. Anaya

Pinturas sin pintar, música sin componer
Aprendo a volver a empezar en la casa nueva,
a reaprender el clima local, que vientos prevalecen,
la orientación del mar y las montañas, de cuál costa
vico más cerca.
No había querido volver a empezar. Los quince
años contigo y tus certidumbres e incertidumbres
marcando mi paso y el tuyo daban suficiente compañía y comodidad
a mis necesidades.
Para bien o para mal, te has ido.
Eras vieja, fallaron tus funciones, moriste con mi mano servicial
dándote un tranquilizante en mantequilla antes de que el veterinario viniera
a ponerle fin a tu vida, a “sedarte”, a “dormirte”.
No hubo esquela, por supuesto. TE enterraron,
dicen, “ en una granja a las afueras”.
Mi vecina dice que tenías ciento treinta años, en términos humanos.
Una edad sorprendente.
Y una vida sorprendente tuviste, examinando el mundo y sus seres,
segundo a segundo…
Alimentando cada mañana y cada noche con lo mejor,
de lo mejor.
Una tableta de vitaminas a diario.
Tu pelaje bien peinado y acicalado.
Una casa donde dormir, escoger tu cama -cojín, silla, cajón, legajos apilados, cajas de archivo, donde fuera…
Era tu casa, compartida conmigo.
Sabes que eras mi ronroneo favorito.
Entre nosotras, había palabras de mi parte y ruidos gatunos en respuesta
mas siempre
el tormento del lenguaje inalcanzable
las palabras entre nos habrían suavizado el lastimoso adiós,
y mientras esperábamos que el tranquilizante hiciera lo suyo
habríamos platicado sobre vivir y morir y las últimas
palabras el bálsamo, el vendaje.
En vez de ello, me senté contigo en un sitio desolado
y cuando hube cerrado la puerta de tu casa
y te miré, en esa jaula que odiabas, cómo te puso en el coche del doctor
alguien quien nunca en quince años te conoció,
sentí el golpe y el pesar y me dije a mí misma mientras los mares
se congelaron y el viento prevalente cambió con crueldad
y traté de discernir el borde y la orientación de la nueva costa:
“Pasa todos los días. Los animales, la gente
que amamos por largo tiempo se van. Todos se sobreponen”.
Querido tiempo.
Traducción ( I. Villegas)
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Carlos Alberto Villegas Uribe cuentistas colombianos CUENTO Cuento contigo José Rodolfo Rivera.

La invención del contar

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Por: José Rodolfo Rivera*

El cuento es un cuento que cuenta un cuento como nunca antes nadie lo había contado; pero también, el cuento es un cuento siempre a medio terminar: lo que no se escribe, es el otro cuento: el cuento. Descubrimos el cuento sólo después de haberlo leído; algo descubrimos en él conocido no conocido, nos va resultando familiar algo que al principio nos era tan ajeno, y llegamos al final pensando que pudimos pertenecer allí, que nada nos hubiera podido privar de habitar en él: ya somos el cuento que leímos; lo intuimos, lo creemos. Contar, y no hay más, y eso es todo, y ahí para la cosa. ¿Y en verdad, eso es todo, no hay más? Por supuesto que no, siempre hay algo más: de eso se trata la literatura.

El cuento es una máquina de contar, de saber contar: se cuenta el cuento inventando lo que contamos: ficción y realidad hacer parte del artificio de quien escribe. Cuento contigo, el más reciente libro de cuentos de Carlos Alberto Villegas Uribe, publicado por la Biblioteca de autores quindianos, concibe ese artificio como una forma de jugar con las diversas posibilidades narrativas, a saber: 1. La tragedia: En Las siete vidas de Pandora, cuento que abre el libro, Aristófanes, el protagonista, vuelve de no se sabe dónde, al entierro de su padre, con el único interés –o desinterés- de no perder su herencia, y nos asomamos a una particular visión trágica, cual versión “moderna” de Eurípides o Sófocles: “Si no venía a darle la última mirada al viejo cabrón me hubiera enterrado con él y perdido todos los derechos. Que los tengo. O ¿no? Si no regresaba ni para el entierro me hubieran declarado otro de los desaparecidos de este país y parte sin novedad”.

Pero, como escribí, siempre hay algo más. 2. Mitología: Pandora, la gata a la que también Aristófanes reencuentra a su regreso, es la amenaza latente que le espera hasta el final del cuento. 3. Ciencia ficción: Aristófanes descubre, por boca de su madre, la máquina que ha inventado el padre en su ausencia: el retrocinematógrafo, una máquina para filmar al revés, descubrimiento que lo condenará a su propio paraíso perdido. Y todo en el mismo cuento. La máquina de contar que ha creado Villegas Uribe funciona como un multi-verso de posibilidades narrativas. Cuentos como La espera final, en el que a la manera de Macario de Juan Rulfo, un niño monologa y divaga entre su propia esquizofrenia, encubriendo una tragedia; o Noticias de Grecia, en el que lo policíaco se mezcla con un esoterismo literario y la fatalidad citadina: “En la gran ciudad la muerte es algo impersonal, algo que le sucede a los otros, una noticia, acaso, que naufraga entre millones de habitantes, un suceso fantasmal que apenas nos toca como una estadística”.

Shakespeare, Heródoto, Ícaro, Gregorio Samsa, Robert Louis Stevenson, Borges, y hasta la física cuántica… la máquina ficcional de Villegas Uribe le dice al lector que en la literatura, lo que conocemos como intertextualidad, es “la loca de la casa”, la entrometida que sin embargo llega a ordenar el caos del relato, su amalgama ilógica y sensible. Ahora bien, si ya me enredé, y de paso enredé al lector, le cedo mi voz al propio autor: “… en la literatura, como en cualquier arte, la maestría es el producto de largos años de práctica, de juego incesante con los elementos que se combinan y recombinan hasta lograr la máxima verosimilitud de la ilusión”.

Hacia el final del libro, la máquina ficcional cobra su sentido más literal. En Tardes de mibonachi, Villegas Uribe recrea una técnica de escritura exacta, en la que las historias se subordinan a la precisión matemática de 210 palabras, creando a la vez una variación en serie de cuentos casi a la manera de Divertimento, o Un tal Lucas, de Julio Cortázar. La intención de contar, inventar, ficcionar, sin olvidar contar una historia, como lo sugiere Julio Ramón Ribeyro en el primer punto de su decálogo; pero también: la importancia de la trama, como afirma Borges en su prólogo a La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, en el que también leemos: “… son infrecuentes y rarísimas las obra de imaginación razonada”. Cuento contigo, trae a nuestras letras una narrativa precisa, de adjetivación sin arrugas, en la que se nos cuenta la ciudad, y en la que frase a frase, nos abrimos al desparpajo de una literatura vital.

No he discutido con el autor los pormenores de la trama de su libro, pero sí lo he releído; no me parece una imprecisión afirmar que con este libro –y me acuso de resbalar en lo movedizo de la palabra-, Villegas Uribe ha creado unos cuentos memorables.

*Cuentista y docente.
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Benhur Sánchez Suárez Esperanza Carvajal Gallego Poesía colombiana

ESPERANZA CARVAJAL: UN CAMINO CONQUISTADO

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(Pintura de Benhur S)

Benhur Sánchez Suárez*

Cuando leí por primera vez a Esperanza Carvajal Gallego empecé a entender por qué la soledad y el dolor pueden superarse y conjugarse a través de un acto especial y único, que sólo los elegidos saben alcanzar: la poesía.

Pero la soledad se cansa
de transitar los mismos ojos
de tropezar en las mismas raíces
hasta que un día decide abandonarnos
para instalar su trono de misterio
en las ruinas
de otras catedrales
(La noche es dueña de sus remos, Peldaños para alcanzar la noche, p. 24)

Ese cuerpo en apariencia frágil de la poeta tiene el poder de transformar la ausencia en plenitud a través de la palabra. No es la catarsis, de la que hablan con propiedad los entendidos, tanto de la ciencia como de la literatura, sino una fuerza espiritual que disuelve la incertidumbre y transforma la ansiedad en un lago de aguas sosegadas: el poema donde se deposita la herencia contundente de su salvación.
En la medida en que conocí más de cerca su producción poética, fui convenciéndome de la dimensión especial por la que se mueve su espíritu, habitado muchas veces por la desilusión, los fantasmas y la angustia pero siempre con el vigor que le otorga la esperanza, como si nacer o morir ocurrieran todos los días, sólo que, en el interregno, se aposenta la creación, se armonizan los sentimientos y se supera el dolor.

Esta es sólo la vestidura
de muchas muertes
las muertes de aquellos
que nos han dejado
sin pedir permiso.
Recordé la frase de un amigo
que repite con frecuencia:
Uno sabe que está viejo
cuando tiene más amigos
en el cementerio que en la agenda.
Nosotros mismos
nos hemos llevado al cementerio
y no nos hemos borrado de la agenda
Por si acaso.
(La soledad se cuelga en las paredes, Peldaños para alcanzar la noche, p. 21)

Todos los días se resucita y se agoniza en el ejercicio de la cotidianidad, pero así mismo, todos los días se siembra la vida.
Digo lo anterior después de leer su libro “Peldaños para escalar la noche” (2010), antología personal que apareció publicada por Caza de Libros en su ya famosa colección “50 poetas colombianos y una antología” y de la cual he tomado los fragmentos de poemas que he incluido hasta ahora.
Esta antología resume sus tres libros anteriores: “El perfil de la memoria” (1997), del cual extrajo 13 poemas de los 47 que conforman el libro; “Las trampas del instante” (2005), 24 de 57, y “Festín entre fantasmas” (2008), 32 de 58.
Como curiosidad, sólo un poema no está contenido en los libros anteriores: “Una promesa hecha al azar”, el cual aparece en la publicación posterior de su libro “Si mañana el tiempo nos aguarda” (2013), que aparece como Número 96 dentro de la prestigiosa colección “Viernes de poesía”, realizada por la Universidad Nacional de Colombia.
Lo refiero como una curiosidad, no porque la poeta no tenga derecho de hacerlo, sino porque la costumbre en este tipo de antologías es hacer una selección de nuevos para incluirlos en la reunión de poemas seleccionados de los otros libros, publicados en años anteriores. Y se acostumbra así porque hay un sentido didáctico, por lo general inconsciente, de hacer visible una trayectoria, con los avances y retrocesos que debe percibir el lector en la antología realizada.
Esperanza hace algo distinto. No sólo incluye un solo poema nuevo, inédito hasta ese momento, sino que el ordenamiento de los poemas no obedece a ningún canon  para este tipo de antologías.
O sea, esta es otra de sus particularidades, porque no hay un ordenamiento cronológico por libro editado, como es costumbre entre los poetas para dar a conocer su evolución estética, más poemas nuevos si es el caso, sino que están mezclados indistintamente a lo largo de libro, obedeciendo quizá a impulsos y temáticas particulares que la autora quiere enfatizar en su libro y convierte en esta nueva obra.
Para mostrar su predilección temática, transcribo el poema en cuestión, que es el último del libro publicado por la Universidad Nacional, donde comparte excelencia en el listado con los poetas tolimenses Hernando Guerra Tovar, Luz Mary Giraldo y Mery Yolanda Sánchez, y el único que no aparece en sus libros precedentes, origen de la antología que he querido acercar con esta nota:

Saber que la vida cabe
en una promesa hecha al azar.
Depositar toda esperanza
que se arrebata a ese costado
donde no se vuelve de la noche.
¿Para qué la luz
si no vemos el día?
¿Para qué cruzar el precipicio
si nadie nos espera
ni anima nuestro esfuerzo?
Hastía esa rectitud
estos modales ajados
que a fuerza de plancharlos
permanecen prensados
pero siempre conservan
el hedor amarillento que guardan los armarios.
(Una promesa hecha al azar, Si mañana el tiempo nos aguarda, p.38)

La poesía de Esperanza Carvajal es un crisol por donde pasa la vida, se depura el dolor, se armoniza la ausencia, y deja la sensación de un camino conquistado con paciencia y lucidez, como una victoria contra la muerte.
Su lenguaje es llano y cotidiano, carente de las rimbombancias de tanto libro colombiano que circula por ahí, pero en su ordenamiento y las metáforas sutiles que habitan las páginas de su obra hay esa magia que cautiva porque establece sin interferencias una íntima comunión entre el autor, el texto y el lector. Pareciera que nada es ajeno a nuestros sentimientos y conocimientos y, sin embargo, en su lenguaje habita una profundidad que sobrecoge y al mismo tiempo alienta, como ha de hacerlo la mejor literatura.

Esta excelente poeta nació el Palocabildo (Tolima) y es licenciada en Lenguas Modernas de la Universidad del Tolima. La contundencia de su poesía la ha llevado a ser incluida en numerosas antologías, tanto nacionales como internacionales, donde su voz, cargada de melancolía y esperanza, es un testimonio fehaciente de la vida en la que nos movemos, a veces al azar, otras por inercia.

*Narrador y artista plástico colombiano.
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Carlos Orlando Pardo La piel del agua Mariela Zuluaga Poesía colombiana

LA PIEL DEL AGUA Y OTROS POEMAS DE MARIELA ZULUAGA

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Carlos Orlando Pardo*



Los poemas de Mariela Zuluaga en este sintético volumen publicado por Caza de Libros en su colección 50 poetas colombianos y una antología nos dejan al final de su lectura con la impresión de haber asistido a una rápida tempestad y contemplado un rayo acompañante. La brevedad de sus poemas y su inesperado final son su sello. La captura de un instante, la radiografía de una emoción, lo desolado del paisaje o lo bello en el amar, se suceden bajo instantáneas que asoman y desaparecen como la vida misma. La piel del agua no se queda en la dermis sino va hasta las profundidades y todo parece intrascendente pero no lo es.

La piel
del agua
envejece
mientras
tiran granadas
a mi cuerpo.

Se trata de un libro que en parte había publicado la autora años antes y que ya dejaba, de acuerdo a Carolina Mayorga Rodríguez, “la frescura que tiene en la universalidad y hondura de las significaciones que se entretejen con la máxima síntesis que el lenguaje poético exige, a través de todos y cada uno de sus textos". Agrega algo pertinente: "Quien haya seguido de cerca la escritura de Mariela desde sus comienzos, cuando asumió la poesía como destino, puede constatar que en su obra ha permanecido intacto su sello personal en el uso de la lengua para expresar su comprensión profunda del dolor del amor que es el mismo dolor de la ausencia y de la muerte, pero también la fuerza esperanzadora del corazón humano.”  

Dormía
teniendo
una luna
entre las manos.
Llegaste,
te entregué la luna.
Ahora
son muchas las lunas
que me alumbran

Mariela Zuluaga ha sido una dinámica periodista y gestora cultural desde hace varias décadas en la que ha construido un nombre trascendente, pero han sido sus libros publicados los que inscriben su nombre en el panorama de las letras colombianas. Las novelas Memorias y latidos, El país de los días eternos; y los libros Sonajerías, poemas para niños, Guía del ensueño para leerla y quererla; Las cantas del grillo; La palabra del sol, poemas; Para dar voz a la vida, talleres permanentes de creación literaria; Mi aventura del lenguaje, para educación básica primaria. Como distinciones a su trabajo obtuvo el Primer Premio en el concurso nacional de cuento infantil en el 2006; finalista en el concurso Cuentos para no olvidar el rastro, de la Fundación dos mundos, en el 2009; premio Oxford de literatura colombiana en la modalidad de poesía y el título Honoris causa, por la misma institución para la enseñanza del español y la literatura en 1997.

De ti
aprendí
el real
nombre
de las cosas
y cuando
no estoy contigo
siento nostalgia
de los nombres
míos.
Otras son sus distinciones, pero últimamente su hermosa novela Gente que camina, en edición de lujo, ha sido su éxito literario más comentado y que busca despertar la conciencia de los latinoamericanos ante la extinción de los grupos étnicos y que en el caso específico del pueblo Nukaák, población indígena desplazada de su hábitat natural por los conflictos armados y la colonización, se calculaba que hasta 2010 eran cerca de 250 nativos divididos en grupos.

Tengo
un corazón
encanecido
y un puñado
de trigo
en las enaguas.

Hago
las palabras
y después
me suenan
lejos
como monstruos
mutilados.

Hoy
quiero hablar de ti,
de tu cansancio y mi cansancio,
de tu risa frustrada
de hipérboles maduras,
de lo que dijiste una vez
sobre el pasto de invierno,
de tus venas hinchadas
curtidas y vencidas,
de tu rostro de hombre
convertido
en niño,
de tu jazz desenvuelto
frente a la autora plena.
Hoy
quiero hablar de ti
¡te escucho¡
*Novelista colombiano
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Benhur Sánchez Suárez Julio César Arciniegas Moscoso. Poesía colombiana

MIS AÑOS CON JULIO CÉSAR

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Julio César Arciniegas 


Benhur Sánchez Suárez*

Hace quince años me sorprendió la publicación de un libro bajo el título de “La ciudad inventada” (2001).  Pero lo que más me sorprendió fue conocer a su autor, un hombre sencillo, como salido del campo, como si acabara de dejar el azadón o la peinilla del despeje de malezas en su siembra.
Y mucho más al leer:

“Se nace en los cuartos cerrados
en la queja de los espacios
en la vecindad de los dioses
donde el volatinero dibuja silogismos en las
líneas aéreas.”

Estos versos no son de una persona cualquiera, me dije. Leyendo su libro nos hicimos amigos.

Tiene el nombre de los emperadores, Julio César, y el apellido de reconocidos escritores y pensadores colombianos, Arciniegas. Sin embargo, en forma peyorativa se le ha dicho a Julio César Arciniegas Moscoso, poeta campesino. Peyorativa porque los términos pueden significar dos cosas: que es un campesino que escribe poesía, lo cual es cierto pues vive de laborar la tierra y es escritor, o que es un poeta cuyo tema es el campo, lo cual es cierto parcialmente, pues es poco el caudal de la labranza y del paisaje el que ha quedado consignado en sus libros. Se asoman los árboles, por supuesto, pero sus árboles personales, esos que crecen en su imaginación.

Tal vez quienes lo llaman así lo hayan hecho de manera despreciativa, como si la poesía fuera potestad de los ambientes urbanos y desarrollados y no nacida de lo profundo del alma, del conocimiento y de la vida. O tal vez lo hayan hecho por cariño lo cual es, sin embargo, un afecto minusválido por su falta de grandeza.

Así que no es válida ninguna de las formas para Julio César, pues él sólo es un POETA, simple, llanamente, y con mayúsculas. Y, además, un gran poeta. Su apariencia, campesina y rústica, su sencillez, encierra en realidad la postura de un hombre profundamente comprometido con la literatura. Lector incansable, ha formado sus armas expresivas en la fuente de la más rigurosa poesía del mundo y a su parcela no sólo ha cargado elementos necesarios para vivir en el campo sino un cargamento de libros que contiene poetas, ensayistas y novelistas. Y del campo ha sacado productos para vender y subsistir y originales escritos en sus noches de insomnio y de fatiga.

Me consta esa entrega. Cuando nos conocimos, yo dirigía la Biblioteca Darío Echandía, del Banco de la República, en Ibagué. Y cuando me visitaba, contrario a lo establecido, le permitía llevar cuantos libros quisiera y él los devolvía quince o treinta días después, para renovar el cargamento. Nunca dejó extraviar ningún título. Entonces yo me preguntaba ¿cuándo trabajará la tierra si se lo pasa leyendo? Y, además, escribiendo como loco, como si de eso dependieran la florescencia de los cafetos y la cosecha de los plátanos.

Con la lectura de esos escritores fortaleció su experiencia vital y literaria y ellos fueron su faro en los atardeceres, noches y auroras, cuando las labores que le prodigan el sustento esperan las horas propicias mientras él nutre su espíritu y desborda su imaginación creadora.

Tres libros iniciales dan cuenta de su búsqueda de un lenguaje, que envidiarían los poetas y escritores de cóctel y de bohemia citadina, lenguaje que aterriza sus imágenes de un universo que ha sabido crear en la soledad de las noches campesinas: La ciudad inventada (1999), Color de miedo (2001) y Números hay sobre los templos (2003).

En el 2007 sorprende nuestro mundo intelectual con el Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob, otorgado a su libro Abreviatura del árbol, en el certamen literario que patrocina la Casa de Poesía Porfirio Barba Jacob en Medellín.

En el 2010, Caza de Libros, editorial independiente con sede en Ibagué, se aventura a publicar 50 poetas colombianos y una antología, en la misma forma como Pijao Editores publicara un año atrás su colección 50 novelas colombianas y una pintada. En esa colección de antologías personales aparece de Julio César su obra titulada “Consumaciones”, título con el cual publicara el año anterior un libro en la colección de la Universidad del Valle.

Esta es una afortunada antología en la que, sin embargo, no aparecen sus primeros libros, tal vez porque quiso centrar su presentación en los dos títulos que más renombre le han conferido: “Abreviatura del árbol” y “Consumaciones”.

Tal vez aquel mote, que se le endilgó por cariño y no por envidia, tan abundante alrededor de quien logra sobresalir por encima del común de los mortales, se desmienta con su producción poética. Porque no es, precisamente, su entorno, trasladado a su concepción del mundo, el que pueda permitir llamarlo de esa manera. No. Por el contrario, es más su cultura libresca la que cualquier lector del mundo podría percibir al leerlo, sin imaginar siquiera que al lado de la siembra ha devorado sin cansancio todos los libros que lleguen a sus manos. De ahí que sus referentes más distinguibles sean autores europeos y culturas como la griega, francesa o alemana. Es muy poco lo visible del entorno de su querido campo, aunque eso poco que hay en su poesía establece la diferencia.

Sin embargo, a pesar de la falsa idea de lo universal que, no sólo él, mantiene como horizonte, su libro revela su condición humana, revela su origen, y es ahí cuando logra ser sólo Julio César, cuando se hace diferente en su identidad poética y puede conquistar una trascendencia mayor que el montón de seguidores de esa montonera que ha sido hasta ahora la cultura occidental en nuestro medio.
Veamos cómo su condición de hombre de campo se revela poéticamente:

Cada vez que me inclino
el acto de sembrar me convierte en Dios.
Me inclino en el equilibrio de la tierra
convertida en medida dolorosa, vuelta al deseo de las raíces.
La gota es un camino por el que se llega al sol.
Soy antiguo y sospechoso como un árbol que se
eleva
en lo profundo de la noche.
Y otro ejemplo más:
De estas dos orillas donde vivo,
en el extremo de una se recorre la expansión
de las estrellas,
de la otra se tienden los espíritus que reiteran
la siembra.
Sobre ambas ha crecido la noche,
en cada orilla doy un paso en la dirección del olvido.

Pareciera que el autor dejara escapar desde su inconciencia los efluvios de su condición de hombre de campo enfrentado al universo. Y el forcejeo que establecen en su interior la cultura aprendida en los libros y la cultura cotidiana del hacer, vivir y soñar en su parcela de Rovira (Tolima).

Sin lugar a dudas esta antología es uno de los mejores libros de poemas publicados en los últimos años en el Tolima. Sus juegos oníricos permiten descubrir el vuelo imaginativo de su autor, su arduo trabajo con las imágenes, la dura asimilación de la modernidad, que él ironiza con sus dioses de lo cotidiano, esos que, a la manera de la mitología griega, conviven con los ordinarios mortales.

Desde las entrañas del municipio de Rovira ha salido este hombre para demostrar que la capacidad creadora no es propiedad de habitantes de la ciudad sino de la inteligencia y la disciplina, la lectura y la escritura constantes. Y que no es una obra producto del azar, sino de un proceso de creación pulido a golpes de insomnio, de esfuerzo y esperanzas.

Poetas como Julio César Arciniegas y Nelson Romero Guzmán, ganador del deseado Premio Nacional de Poesía 2015, y del Premio Casa de las Américas 2015, enaltecen la literatura colombiana.

*Novelista y artista plástico colombiano.
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