Desierto en sol mayor. Álvaro Medina. Caza de libros, Pijao editores.
Por: José Rodolfo Rivera*
“¿Cómo
proceder de otro modo, si la carne llamaba de urgencia a la carne para darle
sustancia a los placeres del cuerpo?”. La pregunta es el punto de partida de la
historia, el punto de giro de los personajes, el abismo moral de Julia, la
protagonista, mujer de edad incierta que en medio de su lascivia, se entrega
sexualmente –o mejor diremos, carnalmente– a un grupo de jóvenes. Ahora bien,
la entrega no es gratuita: Berta Rondón, al no poder reprimir el impulso sexual
de su hijastra, decide sacar partido, y con Eduardito, les “manda a decir que
los que quieran le paguen a ella un peso, un solo pesito, y le regalen confites
o frutas a Julia, a cambio de lo cual nos dejará entrar a su casa”. Y pareciera
que la historia termina, pero no, el juego de Eros apenas empieza.
Y
empieza porque más allá de la orgía perpetrada por los jóvenes, el narrador se
solaza en exhibir y describir los diversos juegos de Eros encarnado en Julia,
la ninfómana incierta que, sin embargo, los recibe de uno en uno en su
aposento. Ramiro Angulo es protector, el gordo Armando es pudoroso, Lucho Gómez
es sonriente, Rodrigo y Hernando la miran con regocijo, mientras que Toño,
Vargas y Vitico, simplemente la ven flaca, avara y tetona. Berta, por su parte,
ya ha decidido que además de pesos, les cobrara con frutas que a su vez ellos
deberán robar. Y lo erótico será también lo cómico; la sexualidad de Julia
inspirará también la carcajada.
Con
Desierto en sol mayor, Álvaro Medina
ha logrado una novela juguetona, que se permite varios registros narrativos,
desde la entrevista, la confesión, la investigación, una especie de anecdotario
que consigna algunas incidencias de los personajes, hasta un diario en el que
Eduardito confiesa su amor verdadero: “Odio a Berta y a ti te busco porque en
ti había, detrás de la apariencia, la dulzura que la emoción convierte en miel
cuando se sabe estar enamorado”. Y al final habrá un Escolio, donde se consignarán frases “que a veces parodian
proverbios, adagios, sentencias, refranes y dichos, en los que campea un humor
de evidente intención provocadora”. Eros es entonces el cuerpo del relato, sus
posibles juegos: tentativas de exorcizar la solemnidad del amor y la sacralidad
de lo erótico.
Aunque
en una erótica del juego sexual –y carnal- la novela tal vez se quede corta por
la fragmentariedad de su discurso, sí que hay una apuesta desde el humor por
crear una erótica del relato; la posibilidad de crear una historia en la que
converja el absurdo, lo cómico, lo cursi, lo confesional, lo aforístico y hasta
la imagen visual; así, leemos una novela inconclusa, más no incompleta. Ya lo
señala Milan kundera en Los testamentos
traicionados: “El humor: rayo divino que descubre el mundo en su ambigüedad
moral y al hombre en su profunda incompetencia para juzgar a los demás; el
humor: la embriaguez de la relatividad de las cosas humanas; el extraño placer
que proviene de la certeza de que no hay certeza”.
Y
pasamos al otro juego: el del narrador que nos habla del libro que estamos
leyendo: “El lector acierta si imagina que no todo ha sido dicho. En una
situación como la narrada en estas páginas, normal sería que lo inteligente y
lo procaz se confundieran”. El lector también acierta si imagina que en esta
reseña no todo ha sido dicho sobre la novela, porque solo leyéndola podrá
llegar a responder la pregunta inicial: “¿Cómo proceder de otro modo, si la
carne llamaba de urgencia a la carne para darle sustancia a los placeres del cuerpo?”.
*Docente y narrador pereirano. Autor de El Retrato de Samsa.
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