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Janet Frame: El Jilguero y su canto silvestre

Esta es mi vida y este mi hábito
decía el poeta.

Frame, Janet. Huesos del Jilguero: antología poética (2015). Universidad Veracruzana, 209 pág. Traducción Nair Anaya et al.


Janet Frame (1924-2004) no se decía poeta. Escribía poesía por hábito, por que escribir poesía no es un mal hábito, escribía para un amigo cuya esposa murió después de una larga enfermedad, por la muerte de su gata, por la inocencia de su sobrino, para Bach, Schubert, una naranja, la nieve, un paseo dominical.

Exploro tierra agreste. No tengo un teodolito.
Soy una colonizadora extranjera.
No he pagado por mis tierras
No se cómo cultivarlas.
¿Por qué me obstino tanto en escribir poesía?

 Escribía poesía tras meditar sobre un compás y pensar si ser del compas la punta que se clava, la mina que hace el trazo o ser en el mejor de los casos la posibilidad de dar varios ángulos: la abertura,

¿Aunque si eres un compás, de verdad puedes elegir?
¿Acaso no eres todo, quien se queda y quien viaja?
Creo que preferiría ser la boca muy abiertamente medida
del radio que prueba cada gota de distancia.

Janet Frame escribió trece novelas, tres colecciones de cuentos, tres tomos autobiográficos, un cuento para niños y un libro de poesía: The Pocket Mirror (1967) [ El espejo de bolsillo]. Tras su muerte se  compilaron sus poesías inéditas en Storms Will Tell [Lo dirán las tormentas] y en  Goose Bath (2006), selección que ayudó a hacer su sobrina quien sabía que allí en esa tina que luego fue para los gansos, flotaron, por años, los poemas de su tía, esos poemas que se negaron por respeto al rigor de los clásicos, a ser compartidos. Por que respetaba profundamente a los poetas, y algunos entre sus amigos, dice ella, eran muy buenos,

Algunos de mis amigos son excelentes poetas
modestamente equipados de ese saber hacer, con ese aire de destreza que da tanta práctica
en control de sus palabras que impresas
son elegantes al estilo clásico.
Aun si anduvieran descalzos, en harapos, tendrían dignidad
te digo, algunos de mis amigos son excelentes poetas.

Con apenas 26 años y tras ganar un premio por su colección de cuentos The Lagoon and Other Stories (1951) se liberó de una lobotomía que le recomendaban sus siquiatras por esquizofrénica, loca, anómica, por decir que un arbusto olía a cacahuate. Los premios la hicieron visible si bien pasó por desaparecida para aquellos a los que ella no estimaba: Gracias por su invitación/ ya soy bastante visible/ si bien particularmente fuera del alcance de su vista.

Las traducciones al español son escasas y poco hay en las bibliotecas vecinas. Por eso, la traducción de la Universidad de Veracruzana es tan inusual y estremecedora como el florecimiento del ágave antes de su muerte. Buena parte de su poesía se conoció ya muerta la autora. En estas traducciones acompañadas de su original en inglés, y las cuales guardan el orden original de los libros publicados, llega su voz, llega ese ritmo que vive en la lengua en la que nacieron cada uno de los poemas y que en español renacen para extrañarnos de esa no poeta que guardaba, sino es que abandonaba sin cuidado sus poemas, escritos solamente para ella.


Lluvia sobre el tejado
Janet Frame / traducción N. Anaya
Mi sobrino, que duerme en un cuarto del sótano,
ha puesto una lámina de hojalata afuera de su ventana
para volver a capturar el sonido de la lluvia que cae sobre el tejado.
No le digo: el corazón tiene su propio consuelo para la pena.
Una lámina de hojalata solo repara los tejados. Como aún no padece el mandato de que el cambio y la diferencia nunca se hacen presentes, todavía puede
reparar los daños creando el amado sonido de la lluvia
que cree haber conocido en sus primeros años.
Tampoco le digo: En el transcurso de una vida de pérdidas
la hojalata es una carga, que un día el tendrá que encontrar
dentro de sí mismo en total oscuridad y silencio
la hojalata que sostendrá no sólo el sonido perdido de la lluvia
sino también el sol, las voces de los muertos, y todo lo demás que se ha ido.
Traducción: N. Anaya.
Número Equivocado
No es buen momento para llamarme.
Estoy limpiando la ceniza
de dos chimeneas,
me deshago de los viejos cuerpos de las ascuas
con restos en mi cabello y ojos
que me arden y
llamas que recién sangran donde golpeé las brasas
con la idea de solo reavivar
un lecho mortuorio
como prometí, ajustando mis palabras
al frágil susurro del fuego,
debo ser cruel (¡seguro que lo han oído!) para ser amable.
Pero estoy cansada y no es buen momento
para telefonear y preguntarme con extraña voz
¿Bueno? ¿Llamo a la carnicería Mornington?
Traducción: J.Constantino.

Lo dirán las tormentas
Lo dirán las tormentas; son confiables.
Sobre la arena, viento y marea alta escriben
boletines de pérdidas, conchas defectuosas,
cual monumento liso a los árboles de tierras altas,
alga, pájaro desgarrado, navaja filosa, caracol cuerno de carnero, almeja.
Dennos las noticias dicen los altos ascetas que leen
seis kilómetros de playa una y otra vez; entre conchas vacías, miren,
recién salidas de la salada imprenta, historias
de diluvios: Cómo abandoné mi casa y hogar.
Navaja: Cómo le corte el cuello a la luz del sol.
Caracol: Cómo embestí y bailé contra la luz ovejuna del sol.
Almeja: Cómo mi vida zarpó en una marea negra.
Traducción L. Saucedo
La nieve bien urdida
( para un amigo cuya esposa murió después de una larga enfermedad)
La muerte de la nieve
requiere de un día completo a muchos meses.
La muerte es solo
un cambio de forma
pero ¿cómo saberlo
y por qué no se rebela?
Espectáculo de desperdicio
promesa no cumplida
sin enojo, sólo claudicación
pero no, ni siquiera claudicación
ningún forcejeo
entre querer ser líquida o sólida
nada para nada extraordinario
o real, salvo el tiempo registrado:
un día completo o muchos meses para que muera la nevada.
Queremos que sea, pero no es.
Nos quedamos helados del susto, y solos.
La nieve no es humana. Creamos una escena
para nuestro asombro no correspondido, pero
se ha ido sin agonía y no volverá.
Esperamos con ansiedad el estado del tiempo para mañana
para compartir la responsabilidad de nuestro morir.
Debemos -para seguir con nuestras vidas- darle dolor y esplendor a la tormenta,
sencillez a la lluvia,
y -lo mas difícil de todo- la persistencia del tiempo de morir
a la nieve bien urdida.
Traducción N. Anaya

Pinturas sin pintar, música sin componer
Aprendo a volver a empezar en la casa nueva,
a reaprender el clima local, que vientos prevalecen,
la orientación del mar y las montañas, de cuál costa
vico más cerca.
No había querido volver a empezar. Los quince
años contigo y tus certidumbres e incertidumbres
marcando mi paso y el tuyo daban suficiente compañía y comodidad
a mis necesidades.
Para bien o para mal, te has ido.
Eras vieja, fallaron tus funciones, moriste con mi mano servicial
dándote un tranquilizante en mantequilla antes de que el veterinario viniera
a ponerle fin a tu vida, a “sedarte”, a “dormirte”.
No hubo esquela, por supuesto. TE enterraron,
dicen, “ en una granja a las afueras”.
Mi vecina dice que tenías ciento treinta años, en términos humanos.
Una edad sorprendente.
Y una vida sorprendente tuviste, examinando el mundo y sus seres,
segundo a segundo…
Alimentando cada mañana y cada noche con lo mejor,
de lo mejor.
Una tableta de vitaminas a diario.
Tu pelaje bien peinado y acicalado.
Una casa donde dormir, escoger tu cama -cojín, silla, cajón, legajos apilados, cajas de archivo, donde fuera…
Era tu casa, compartida conmigo.
Sabes que eras mi ronroneo favorito.
Entre nosotras, había palabras de mi parte y ruidos gatunos en respuesta
mas siempre
el tormento del lenguaje inalcanzable
las palabras entre nos habrían suavizado el lastimoso adiós,
y mientras esperábamos que el tranquilizante hiciera lo suyo
habríamos platicado sobre vivir y morir y las últimas
palabras el bálsamo, el vendaje.
En vez de ello, me senté contigo en un sitio desolado
y cuando hube cerrado la puerta de tu casa
y te miré, en esa jaula que odiabas, cómo te puso en el coche del doctor
alguien quien nunca en quince años te conoció,
sentí el golpe y el pesar y me dije a mí misma mientras los mares
se congelaron y el viento prevalente cambió con crueldad
y traté de discernir el borde y la orientación de la nueva costa:
“Pasa todos los días. Los animales, la gente
que amamos por largo tiempo se van. Todos se sobreponen”.
Querido tiempo.
Traducción ( I. Villegas)

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