Juan Carlos Urrea Veloza
La violencia es ubicua. Uno de
los hilos conductores de la Historia con mayúsculas, una fuerza natural implacable.
Emparentada con la ambición y el poder, con el deseo de imposición y dominio.
La violencia es, siguiendo a un
viejo filósofo, el germen de todas las cosas; la misma Naturaleza es una
manifestación violenta de fuerzas contrapuestas, de jerarquías definidas por
milenios de evolución, de presas y cazadores que se necesitan mutuamente para
el devenir del mundo. Los hombres no son violentos por ser hombres, sino a
pesar de serlo; la violencia no es racional porque es quizás una de las
condiciones esenciales del universo, en el sentido de que la destrucción es
consustancial a la construcción, así como la muerte a la vida.
Rifles
bajo la lluvia es una novela plenamente consciente de ello y al
plantearse como una novela histórica resulta siendo una radiografía de la
violencia en Colombia porque hunde sus raíces en las profundidades de este país
tan abigarrado y complejo. Raíces que, cómo dudarlo, están impregnadas de
sangre, injusticia, sufrimiento. De una desigualdad inmemorial. De luchas por
el poder entre bandos cuya única diferencia, siguiendo a García Márquez, es que
los de rojo van a misa de cinco y los de azul a misa de ocho.
Indagar por los pormenores de
guerras tan lejanas en el tiempo como la de los Mil Días resulta ser un
ejercicio de una actualidad contundente. Porque con el tiempo cambia la forma de
la violencia pero no su contenido. Cambian los nombres de los muertos pero no
su procedencia. Cambian los nombres de los instigadores pero no sus intereses,
que siempre resultan siendo particulares y egoístas. La historia de Colombia es
la historia de las guerras sin fin por el poder, la historia de la
fragmentación, la historia del sometimiento de los sin fortuna.
Los momentos históricos
concretos repasados por el autor, que cubren más de cien años de conflictos y
luchas infructuosas (1899-Guerra de los Mil Días, 1948-Bogotazo,
2012-paramilitarismo) son también una muestra de cómo esa violencia tan
arraigada se transforma, sufre mutaciones, pero deja intacto el núcleo de
desazón e incertidumbre que impregna al espíritu colombiano. Y la pregunta
‘¿qué es ser colombiano?’ se plantea una y otra vez a lo largo de las páginas
de la novela, sin llegar a ser resuelta del todo pero dando claves muy
esclarecedoras al respecto.
Es innegable el exhaustivo
conocimiento e investigación de algunos hechos específicos de la guerra en
Colombia, combinados de manera muy inteligente con la propia vivencia de la
violencia por parte del protagonista de la novela. Una vivencia que lo lleva a
reflexionar sobre la historia del país e incluso a escribir la novela misma. A
juzgar por algunos guiños, este protagonista es el mismo autor, aunque
ficcionado, dándole a la novela un carácter de meta-relato y de exploración
literaria que desdibujan la vieja dicotomía realidad/ficción. Hay, además, dos
capítulos (No. 6, “Algunas reflexiones sobre el papel de la literatura en la
historia o la historia en el papel de la literatura”; No. 10, “Algunas
reflexiones sobre la verdad de la historia y la verdad del escritor”), escritos
a manera de ensayo, en los que el autor expone las dudas suscitadas desde un
comienzo por un proyecto de este tipo, los autores que le permitieron
esclarecerlas y las decisiones creativas y metodológicas que fueron tomadas
durante el proceso, reflexiones que le suman a la novela una dimensión pedagógica
sobre el oficio del escritor y las dificultades inherentes del mismo. Una
mirada al taller de ese artesano que es en últimas el escritor de literatura.
Quizás el gran mérito de la
novela es de tipo formal. ¿Cómo enlazar, de manera coherente y orgánica,
eventos tan distantes en la historia del país? ¿Cómo contar la historia sin
agredirla, sin mutilarla? La cuestión se dirime con la construcción de un
personaje, Abdón de Sen Hojeda, lleno de contradicciones y de frustraciones,
testigo de primera mano, en su juventud, de la Guerra de los Mil Días, y, en su
vejez, del Bogotazo. La violencia desatada por el asesinato de Gaitán sirve
como telón de fondo de sus recuerdos lejanos de la guerra, teñidos de
remordimientos y de nostalgia. El personaje es complejo, dinámico; capaz de la
más férrea lealtad y de la acción más brutal, del amor y del odio en toda su
plenitud. La Historia con mayúsculas da paso a la historia contada a través de
los testimonios de los hombres que en efecto la vivieron, y qué mejor que el
testimonio de un testigo presencial, fragmentario sin duda y matizado por sus
ambiciones y su rabia, pero no por eso menos válido. Descubrir la manera como
la vida de este personaje se enlaza con el presente queda en manos del lector.
Son muchos los interrogantes que
quedan en el aire al leer la novela. Pero como el mismo autor plantea en los
ensayos antes mencionados, “La literatura no brinda respuestas, al contrario,
genera preguntas”. Preguntas que, en vista de la coyuntura histórica actual y
la necesidad de replantear el rumbo del país que ha surgido inevitablemente a la
luz de los últimos y trascendentales acontecimientos nacionales, son hoy sin
lugar a dudas de total pertinencia.
*Filósofo Universidad Nacional de Colombia