La violencia es ubicua. Uno de los hilos conductores de la Historia con mayúsculas, una fuerza natural implacable. Emparentada con la ambición y el poder, con el deseo de imposición y dominio.
La violencia es, siguiendo a un viejo filósofo, el germen de todas las cosas; la misma Naturaleza es una manifestación violenta de fuerzas contrapuestas, de jerarquías definidas por milenios de evolución, de presas y cazadores que se necesitan mutuamente para el devenir del mundo. Los hombres no son violentos por ser hombres, sino a pesar de serlo; la violencia no es racional porque es quizás una de las condiciones esenciales del universo, en el sentido de que la destrucción es consustancial a la construcción, así como la muerte a la vida.
Rifles bajo la lluvia es una novela plenamente consciente de ello y al plantearse como una novela histórica resulta siendo una radiografía de la violencia en Colombia porque hunde sus raíces en las profundidades de este país tan abigarrado y complejo. Raíces que, cómo dudarlo, están impregnadas de sangre, injusticia, sufrimiento. De una desigualdad inmemorial. De luchas por el poder entre bandos cuya única diferencia, siguiendo a García Márquez, es que los de rojo van a misa de cinco y los de azul a misa de ocho.
Indagar por los pormenores de guerras tan lejanas en el tiempo como la de los Mil Días resulta ser un ejercicio de una actualidad contundente. Porque con el tiempo cambia la forma de la violencia pero no su contenido. Cambian los nombres de los muertos pero no su procedencia. Cambian los nombres de los instigadores pero no sus intereses, que siempre resultan siendo particulares y egoístas. La historia de Colombia es la historia de las guerras sin fin por el poder, la historia de la fragmentación, la historia del sometimiento de los sin fortuna.
Los momentos históricos concretos repasados por el autor, que cubren más de cien años de conflictos y luchas infructuosas (1899-Guerra de los Mil Días, 1948-Bogotazo, 2012-paramilitarismo) son también una muestra de cómo esa violencia tan arraigada se transforma, sufre mutaciones, pero deja intacto el núcleo de desazón e incertidumbre que impregna al espíritu colombiano. Y la pregunta ‘¿qué es ser colombiano?’ se plantea una y otra vez a lo largo de las páginas de la novela, sin llegar a ser resuelta del todo pero dando claves muy esclarecedoras al respecto.
Es innegable el exhaustivo conocimiento e investigación de algunos hechos específicos de la guerra en Colombia, combinados de manera muy inteligente con la propia vivencia de la violencia por parte del protagonista de la novela. Una vivencia que lo lleva a reflexionar sobre la historia del país e incluso a escribir la novela misma. A juzgar por algunos guiños, este protagonista es el mismo autor, aunque ficcionado, dándole a la novela un carácter de meta-relato y de exploración literaria que desdibujan la vieja dicotomía realidad/ficción. Hay, además, dos capítulos (No. 6, “Algunas reflexiones sobre el papel de la literatura en la historia o la historia en el papel de la literatura”; No. 10, “Algunas reflexiones sobre la verdad de la historia y la verdad del escritor”), escritos a manera de ensayo, en los que el autor expone las dudas suscitadas desde un comienzo por un proyecto de este tipo, los autores que le permitieron esclarecerlas y las decisiones creativas y metodológicas que fueron tomadas durante el proceso, reflexiones que le suman a la novela una dimensión pedagógica sobre el oficio del escritor y las dificultades inherentes del mismo. Una mirada al taller de ese artesano que es en últimas el escritor de literatura.
Quizás el gran mérito de la novela es de tipo formal. ¿Cómo enlazar, de manera coherente y orgánica, eventos tan distantes en la historia del país? ¿Cómo contar la historia sin agredirla, sin mutilarla? La cuestión se dirime con la construcción de un personaje, Abdón de Sen Hojeda, lleno de contradicciones y de frustraciones, testigo de primera mano, en su juventud, de la Guerra de los Mil Días, y, en su vejez, del Bogotazo. La violencia desatada por el asesinato de Gaitán sirve como telón de fondo de sus recuerdos lejanos de la guerra, teñidos de remordimientos y de nostalgia. El personaje es complejo, dinámico; capaz de la más férrea lealtad y de la acción más brutal, del amor y del odio en toda su plenitud. La Historia con mayúsculas da paso a la historia contada a través de los testimonios de los hombres que en efecto la vivieron, y qué mejor que el testimonio de un testigo presencial, fragmentario sin duda y matizado por sus ambiciones y su rabia, pero no por eso menos válido. Descubrir la manera como la vida de este personaje se enlaza con el presente queda en manos del lector.
Son muchos los interrogantes que quedan en el aire al leer la novela. Pero como el mismo autor plantea en los ensayos antes mencionados, “La literatura no brinda respuestas, al contrario, genera preguntas”. Preguntas que, en vista de la coyuntura histórica actual y la necesidad de replantear el rumbo del país que ha surgido inevitablemente a la luz de los últimos y trascendentales acontecimientos nacionales, son hoy sin lugar a dudas de total pertinencia.
*Filósofo Universidad Nacional de Colombia
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