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Daniel Ángel FABIAN BUELVAS Gabriel Garcia Marquez Homenaje Jerónimo García Riaño John Jairo Carvajal Bernal Juan David Torres Duarte Yeni Zulena Millán

Cien flores amarillas para Gabo (II)

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Segunda entrega del homenaje de Revista Corónica a la vida y obra del fabulista de Macondo.

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Daniel Ángel*

La obra de Gabriel García Márquez representa mi juventud: pasión, poesía, rupturas y la imagen de su mostacho. Y recuerdo la primera lectura que hice de Cien años de soledad arrojado en el silencio de un pasillo interminable del colegio de curas donde estudié y en las escalinatas de la Catedral primada de Bogotá hasta que me atrapaba la noche, y la lectura de El amor en los tiempos del cólera, regalo de mi madre para una navidad, que devoré de un solo zarpazo un 24 de diciembre de hace muchos años, y los cuentos de Ojos de perro azul y de la Triste historia de la cándida Eréndira en la dulce voz de mi profesora de noveno de bachillerato. Sin embargo, fue El otoño del patriarca el libro que me enamoró de su obra, tendría catorce años y al leerlo lo cantaba hasta quedarme sin aliento mientras soñaba con aquel palacio destruido y con las centellas y mundos inexplorados que el dictador regalaba a Manuela Sánchez, y al leerlo imaginaba el machete legendario de Saturno Santos que secundó y protegió al dictador durante toda su vida. Este libro fue, y ha sido, el poema en prosa más extenso y bello que he leído, además de convertirse en un espejo de mi vida, de la vida de los miles de colombianos y latinoamericanos que todo lo hemos perdido y hemos visto perecer en el aire. Por aquel entonces, todo en la vida me resultaba tan difícil y aquel libro, a pesar de la metafórica verdad que enuncia, me dio esperanzas y me ha regalado el sueño de aquel día por venir en que podamos contar que el país estuvo de fiesta con «la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado».

*Novelista.

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John Jairo Carvajal Bernal*

Hace poco hablaba con una joven novelista, Emma Javierre, sobre la obra de Gabriel García Márquez, la conversación, como pasa casi siempre al hablar de García Márquez, inició por Cien años de soledad. Ella señala que aunque le parece una gran obra, le molestaba el uso de algunos adjetivos, muchos para ella (sobraban) innecesarios. Luego de dos tazas de café concertamos que las “grandes obras”, al igual que la vida, le sobran cosas: son como organismos vivos que están destinados a sobrevivir a la ausencia de algunos elementos y a la aprobación de otros. Ahí radica la fortaleza de la obra: en su construcción de un mundo propio desde lo ausente y la exageración (en Cien años de soledad) que, en algunos casos, se logra desde la adjetivación. Javierre mira el reloj —dice— “en poco tiempo debemos irnos”. 
Con los adjetivos llegamos a la novela Celia se pudre: hablamos sobre las conversaciones que (conjeturamos) su autor y García Márquez sostuvieron en los años que fueron compañeros en el diario El Universal de Cartagena y en sus opiniones sobre el uso del adjetivo; en la manera como las tres novelas de Héctor Rojas Herazo influenciaron la obra del Premio Nobel y en como Macondo y Cedrón permanecen en nuestra memoria, con más certeza, que muchos pueblos reales de nuestra geografía. Subrayamos que son obras poderosas, de esas que se pueden mirar a la luz de las ideas de Italo Calvino porque como un clásico “se configuran como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes”.
Concluyendo la tarde sostuvimos que los mejores relatos de García Márquez podían estar en sus cuentos, en aquellos como “Sólo vine a hablar por teléfono” o en su “novela corta” Crónica de una muerte anunciada; relatos a los que no les sobra nada en su estructura narrativa, con personajes dotados de vitalidad,  tan difíciles de proponer en pocas páginas. Relatos con verdadera unidad de impresión. Javierre vuelve a mirar el reloj: “ya son las 5.30, debemos irnos”. Se ríe. “Es la hora de Santiago Nasar”. (Recordé, la de él era en la mañana. No importa) —dijo Javierre mientras se dirigía a la salida— “es mejor irnos, no sabemos que augurios llegan con las horas". 

*Gestor cultural.

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Yeni Zulena Millán*

De Gabriel García Márquez, por preferencia afectiva, dos miniaturas que encandilan: La hojarasca y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Los personajes que dan vuelta al rodillo de estos relatos – el niño y Eréndira, respectivamente – develan la verdadera fuerza, casi salvaje, de lo que llamamos inocencia. Sus momentos de epifanía, anuncios de la desentendida temeridad de Remedios la bella, revelan que lo cruento, lo oscuro, puede resultar en crudo asombro o  en una alegría desgarradora: “Por primera vez he visto un cadáver”, dice el niño, “Creí que un muerto parecía una persona quieta y dormida y ahora veo que es todo lo contrario. Veo que parece una persona despierta y rabiosa después de una pelea”; “Eréndira no lo había oído. Iba corriendo contra el viento, más veloz que un venado, y ninguna voz de este mundo la podía detener”. Supongo que hay algo en ambas historias, cierto alivio al ver que las cadenas invisibles pueden atarse a las palabras para producir explosiones sinceras y encomiables. 

*Poeta.
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Jerónimo García Riaño*

No es mi libro preferido de Gabo, pero es el que recuerdo con mucho cariño: Crónica de una muerte anunciada. Porque a pesar de que pasó por mis manos de manera obligada por un profesor de español, fue el libro con el que me acerqué  y  conocí las letras de Gabriel García Márquez. Además fue el primer libro en el que leí una palabra, que para aquellos años de infancia me parecía ajena al mundo literario, imposible de que existiera escrita: Marica. Y con esa palabra comprendí que Crónica de una muerte anunciada era esa obra con la que descubrí la libertad de la literatura, lejos del juicio moral y educado con el que nos dijeron desde niños que teníamos que hablar,  esa connotación que tenía para mí esa palabra se desdibujó después de encontrarla en el libro. Sentí que la podía decir sin ningún problema a grito herido en la calle… Entendí con esa novela que escribir es un espacio de resistencia poética, de las manifestaciones de la vida  a través de la narrativa.
A partir de esa obra, empecé a esculcar los libros de Gabo en la biblioteca de mi padre, tal vez buscando más palabras como esas. Pero descubrí que tal vez mi viejo no era muy amante del Nóbel, así que leí lo único que encontré: Ojos de perro azul y El coronel no tiene quién le escriba. Luego me alejé por muchos años de la literatura de Gabo, hasta que volví a ella a través de Cien años de soledad: la bella dama que cumple sus primeros cincuenta, porque con toda seguridad, pasarán muchas lunas celebrando la larga vida de esta novela.  

*Cuentista.

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Juan David Torres Duarte*

Con cierta frecuencia, el nombre de García Márquez se endurece por exceso de uso. Se limita su trabajo a un conjuro: adjetivos magníficos, una inclinación evidente hacia la fantasía, verbos grandilocuentes y un trote narrativo continuo, que exige la entera atención del lector. La fórmula es maravillosa, pero ha eclipsado parte del valor de su obra. Cien años de soledad lo catapultó en el sentido más literal: lo lanzó contra un muro y produjo, al mismo tiempo, una explosión infinita y un entierro indecente. Todo cuanto tuvo que ver con García Márquez desde entonces fue medido a partir de ese libro. La crítica literaria ha decidido fomentar ese mismo mecanismo.

Sin embargo, García Márquez está por encima del registro de Cien años de soledad. Esa obra termina una etapa y quizá un tono: un escritor, en algún punto de su existencia, tiene que aprender a darse un tiro en el pie. Con El otoño del patriarca, García Márquez demandó dicha ejecución. Esa novela, creo, tiene un brillo particular, muy diferente del resto, por varias razones. Primero, fue la demostración de que García Márquez, como escritor, podía superar la imaginería de Cien años de soledad y producir un molde nuevo. Segundo, es una muestra de valentía: se requiere de una voluntad bárbara para cargar contra los lectores —que esperaban una segunda parte de Cien años— y contra sí mismo. El mercado editorial esperaba la continuación del éxito. La supervivencia de la fórmula. En cierto sentido, El otoño del patriarca es una novela de castigo: es la muestra de que destruir —destruirse— es una de las formas de la creación.

La última razón es su forma. Dividida en pocas partes y en párrafos concentrados, su arquitectura es única en toda la obra de García Márquez. Su música es un remolino imparable —hay que leerlo en voz alta, como a la vieja usanza—. Su manera de adjetivar y su devoción por las imágenes poéticas —“(Los gallinazos) removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior”, escribe en el primer párrafo— le entregan un tono de novela épica, de vieja tradición heroica, pero contaminada, de cabo a rabo, por un olor a muerto resguardado. Es una novela épica sin la redención del héroe. Es una negación del éxito, de la felicidad, de ese primer folclor alegre que se le atribuyó —y se le atribuye todavía sin ruborizarse— a Cien años de soledad.

*Periodista.

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Fabián Buelvas*

Leí Cien años de soledad en 2001, cuando tenía 15 años. Empecé un martes a las dos de la tarde y terminé al día siguiente a las cuatro de la mañana. Mamá, que había notado el ensimismamiento que me produjo su lectura, me ordenó a medianoche que no fuera al colegio y terminara la novela. Ella no lee, pero tiene una profunda reverencia por los libros de la que muchas veces me aproveché para no ir a clases. Una semana después lo releí y mamá me volvió a alcahuetear la gracia.

En ese entonces me gustó la certeza con la que García Márquez describía eventos fantásticos, como si su voz fuera suficiente para sustentar la realidad. Sus comparaciones aparentemente sin sentido (recuerdo “manos de gorrión”), eran ciertas porque él lo decía. Después me pareció que lo más valioso era la creación de un mundo único, original y al mismo tiempo familiar, con su historia fundacional, sus maldiciones generacionales y su destrucción inevitable. En la universidad fue un texto imprescindible para entender a este país loco que seguía encontrando regocijo en matarse, como si al hacerlo inventara la rueda. Las guerras interminables, los colores de los partidos políticos y la imagen de José Arcadio Segundo dormido entre los muertos de una masacre, me resultaban más dicientes que los libros de psicología social. 

En los últimos meses, por cuenta del proceso de paz con las Farc, he leído aquí y allá una versión feliz del final de la novela: esta vez Colombia tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra. Cuando pienso en el final de Cien años de soledad no veo oportunidades perdidas ni huracanes destruyendo un pueblo: desde la primera vez que lo leí se encarnizó en mi cabeza la imagen del último de los Buendía, el portador final de la maldición, un “pellejo hinchado y reseco que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín”. Un bebé indefenso, incapaz de salvarse, condenado a morir por una maldición legendaria que no comprende. Cada vez que leo el final feliz, en discursos y titulares de prensa, vuelvo a recordar al niño.

Pero todavía no sé qué significa.

*Cuentista.

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Carlos Pardo Viña novela colombiana

¿SIEMPRE SUENA QUEEN?

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Vanessa Marulanda Cardona


I’m just a poor boy, I need no shympathy, because I’m easy come, easy go…[1] dice uno de los fragmentos de Bohemian rhapsody, la canción de Queen, que podría ser una descripción, entre muchas otras, de los protagonistas de la novela de Carlos Pardo Viña que lleva el mismo nombre que la confesión criminal escrita por Freddy Mercury en 1975.

Carlos Pardo Viña nace en 1970 algunos años después que Mercury, de allí que Queen, en la cima de su producción para el momento, sea la banda sonora de su elección en su segunda novela y posiblemente de su juventud, pero es solo especulación, lo que sí se puede afirmar es que nació en Ibagué, Tolima y que lleva sobre sí un cúmulo generacional de letras, libros y amor por la literatura. Escritor, dice. Periodista, dice, y luego una retahíla de nombres y libros y revistas e historias… (2015: 21)

Por su parte, la novela publicada en 2015 por Pijao Editores y Caza de libros y que recibe este año el Premio internacional de literatura Rubén Darío en la VI Feria del libro de Trujillo, Cáceres, nos narra la cotidianidad de Santiago, un periodista, escritor y ocasionalmente, profesor universitario que se ha aislado en su apartamento aparentemente para escribir, y de Nicolás, un escritor, periodista, padre de una niña y esposo de Natalia. A grandes rasgos dos habitantes de una ciudad cualquiera que bien podría tener el calorcito de Ibagué, pero cuando se extrae el detalle de las horas que componen el día vemos la manifestación del fracaso, pero de un fracaso que se reivindica con la nostalgia y la tristeza que es motor o consecuencia de los hacedores de frases.

La novela parte con la presentación de Santiago desde sí mismo, un hombre que habla en el siglo XXI, en Colombia y en Ibagué. Que carga consigo las contradicciones que cada tiempo y lugar de enunciación atañen; en primer lugar, la compleja red de los mass media que abarcan los rincones más remotos de la cotidianidad y que convierten a sus instrumentos en huéspedes imprescindibles de cada día, como el tic tac teclado que retumba en los odios incluso cuando la página está y estará en blanco; en segundo término, crecer en un país atiborrado de escenarios de guerra, de periódicos mediocres y de una clase política que avergüenza a quienes la nombran y finalmente, aislarse en el lugar de nacimiento para honrar a los abuelos y a los padres, porque a veces, las tradiciones dan ese pedazo minúsculo de cielo que podría llamarse seguridad.

Santiago son muchos hombres, pero en el día en el que transcurre Bohemian rhapsody, solo escuchamos al que ha decidido aislarse y siente una melancolía profunda por la comprobación continua del sin sentido de existir; pero él ocasionalmente llama a “sus otros”, es decir, al profesor, al coqueto, al nieto y demás que hacen parte de sí. A pesar de que habla desde sí mismo, al final podría decirse que sabemos poco de él, tan solo nos quedan nombres de personajes a quiénes admira, de la música que continuamente escucha, de escritores a los que recurre y del modo obsoleto con el que coquetea. Cúmulo de referentes necesarios para sobrevivir un día de pesadumbre y rutina:

“Pensaste que la literatura podría salvar tus días vacíos, llenos de rutinas innecesarias, pero la cobardía no te deja pasar de la página que te criticas con tanta dureza. Nunca quisiste ser un Borges o un Cortázar, ni siquiera un Faulkner o un Joyce. Hubiera bastado con que algún transeúnte en cualquier ciudad del mundo o del país viera un libro tuyo en cualquier librería pequeña, lo abriera en la página nueve, leyera un par de párrafos y decidiera comprarlo.” (2015: 115)

Nicolás en cambio, no dirige la palabra desde sí mismo, hay alguien más que nos dice quién es y cómo se siente, extrañamente podríamos decir que de él sabemos un poquito más, que estudió periodismo pero no quería ser periodista, que sus días son extraños, que sus acciones son la reiteración de promesas rotas de una ilusión infantil de ser escritor de grandes hazañas, ilusión que confirma su ruptura con el trabajo detestable que se le ha asignado en el periódico donde trabaja, en el que la muerte, el delito y la atrocidad, tan común a los hombres, han de ocupar la primera plana de una historia mediocre que se justifica a partir de la exhibición de la sangre y las vísceras.

La vida de Nicolás es un andar por los callejones de las deudas y las obligaciones no deseadas, tener hijos y cumplirles con lo diario a costa de la estrangulación de los sueños, resistiendo a la frustración con un cuaderno de poemas y de cuentos que reinvente la miseria de los días que pasan y se acumulan en la nada. El lugar y el tiempo de enunciación de Nicolás es el mismo que el de Santiago, hay una complicidad entre ambos que se confirma a lo largo de la novela, de allí que haya consonancia respecto a lo que se siente y se cree a partir de un contexto violento, corrupto y desolador:

“Nicolás le echa un vistazo a las carteleras y de ahí al café de la esquina. Apura un cigarrillo mientras oye las conversaciones de los tinterillos, los abogados y los secretarios de los juzgados que le hacen la trampa al centavo agilizando un trámite, metiendo un recurso fuera de tiempo: tranquilo, yo le ayudo, eso es un hecho…” (2015: 18)

El día de Santiago y Nicolás está atravesado por el suicidio, experiencia que de forma necesaria recae en la pluma de Nicolás y en el habitar de Santiago, allí hay un guiño a la culminación del sufrimiento y los dolores atornillados de forma perpetua en el acto de cortarse las venas, envenenarse o lanzarse desde algún lugar. Nada nuevo, como dirá uno de los protagonistas, nada nuevo.

Finalmente, el día en el que acompañamos a los protagonistas de Bohemian rhapsody sobre sus rutinas nos deja una sensación de incertidumbre ante la realidad de lo que narran, ante la presencia de los días que se desploman sin ningún peso y ante la idea de que al final del día nada va a estar mejor. La novela bien podría emparentar con la película Oslo, 31 de agosto de Joachim Trier una historia de un atormentado que al final de su día de agosto nos recuerda que la vida y la experiencia de existir en ningún momento se pone mejor y que 24 horas solo son la pincelada de un amplio espacio de sinsabores, por supuesto, con sus fracciones de tranquilidad, pero con la huella imborrable de lo que somos y de lo que han hecho de nosotros, como se pregunta Fredy Mercury en My Fairy King:

“Mother mercury mercury
look what they’ve done to me.[2]”

En su día, casi siempre suena Queen, para descubrir qué ocurre cuando no suena, hay que leer, con la pausa que el acelerado ritmo de escritura permite, Bohemian rhapsodhy, la novela, y de paso, la canción.




[1] “Solo soy un pobre chico, no necesito compasión, porque tan fácil como vengo tan fácil me voy…”
[2] “Madre mercurio, mira lo que me han hecho.”
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Alister Ramírez Márquez Carlos Castillo Quintero Dulce María Ramos Gabriel Garcia Marquez Gloria Chávez V Gustavo Arango Homenaje José Hoyos

Cien flores amarillas para Gabo (I)

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Revista Corónica invitó a un grupo de amigos a decir cuál de los libros del Nobel colombiano ocupa la cúspide de sus afectos. Esta es la primera entrega de dicho homenaje múltiple a García Marquéz.


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Dulce María Ramos*

En realidad no tengo un libro favorito de Gabriel García Márquez, pero sí le profeso un cariño especial a tres obras que marcaron, de alguna manera, mi vida académica y  profesional entre  la literatura y el periodismo. El primero fue Relato de un náufrago, me lo mandaron a leer cuando estaba en el colegio, tendría doce años, en esa época no había biblioteca en mi casa y mucho menos libros, así que lo releí muchas veces, tanto que podía recitarlo de memoria.  Años después, cuando di clases junto a mis alumnos me volví a encontrar con Luis Alejandro Velasco.
Ya en mis años universitarios en la escuela de Letras,  me topé con Pablo Escobar en la historia de Noticia de un secuestro, una de las lecturas obligatorias de un seminario sobre periodismo que daba el profesor Ítalo Tedesco, quien era admirador del Gabo y nos recomendaba también leer sus famosas crónicas.  Finalizando la carrera en la materia de Literatura Latinoamericana, ya con veinte y tantos, visité por primera vez Macondo, sí llegué tarde pero los libros aparecen en su momento, ni antes ni después.  Quizás ahora podría reclamarle a la profesora o a las monjitas por ceder a los caprichos de mis compañeras del liceo que decían, sin haber abierto una página, que Cien años de soledad era una novela difícil, así que solo leímos algunos fragmentos. A pesar de todo tuve la suerte de leerla y estudiarla en la universidad, ojalá que esas compañeras quinceañeras la hayan leído. 

*Periodista.

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Gustavo Arango*

Cien años de soledad es la novela de un escritor con aspiraciones de entrar al grupo de los que no es posible ningunear. García Márquez se preparó por muchos años para escribirla; se vio acosado por dificultades, alejado por distracciones y desalentado por invitaciones a darse por vencido. Es un triunfo de la fuerza moral, pero la necesidad de impresionar es inocultable.  El amor en los tiempos del cólera es la novela de un hombre que conoce el corazón humano y es capaz de juntar lo cursi y lo sublime, el arte elevado y la gracia del folletín sentimental; pero hay pasajes donde el perro ladra echado. Del amor y otros demonios es la novela de un hombre que ha llevado el conocimiento y el dominio de su oficio a las alturas de la sencillez y la transparencia; pero se nota algo de cansancio. Por eso me quedo con El otoño del patriarca, la novela del escritor en el momento culminante de su fuerza creativa, de claridad mental, cuando ya no tiene necesidad de impresionar, cuando no requiere convencer a nadie de su talento y está dispuesto a hacer una novela perfecta y como le da su real gana. De paso es la novela sobre la fuerza sombría con la que cada uno convive cada día, a veces combatiéndola y muchas más veces cediendo a sus pedidos: el poder, el dominio, el afán de que el mundo y sus criaturas se sometan a nuestro deseo de primar.

*Novelista.
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Carlos Castillo Quintero*

En 1981, un año antes de que le concedieran el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez publica Crónica de una muerte anunciada, novela breve en la que narra el asesinato de Santiago Nasar a manos de los hermanos Vicario, quienes con ese crimen cobran una supuesta deuda de honor: la desfloración de su hermana Ángela. Gabo ya había demostrado con suficiencia sus dotes de novelista con El coronel no tiene quien le escriba (1961), novela de inasible perfección; con Cien años de soledad (1967), en donde reinicia el mundo y le da nombre a cada cosa (incluida la literatura colombiana); y con El otoño del patriarca (1975), lección posdoctoral en la que demuestra que sabe todo lo que hay que saber del oficio. En paralelo ha publicado sus crónicas periodísticas, en especial Relato de un náufrago (1970), libro por entregas en donde pone en entredicho la necesidad de diferenciar entre reportaje y ficción. Es, sin embargo, en Crónica en donde alcanza la maestría. La novela le cuenta al lector, en el primer párrafo, de qué trata el asunto, lo libera del suspense y lo deja en manos del arte novelístico. Uno lee no para saber qué pasó, sino para disfrutar de la habilidad genial del escritor. En esta novela todos los personajes están obligados a cumplir con su destino, las palabras sobre el papel desarrollan una trama contada por el propio Gabo que funge como narrador en su libro. Y, como si esto no bastara, la novela (basada en hechos reales) está escrita en el mejor estilo periodístico y, no obstante, el resultado final es ficción pura, literatura, como debe ser. Lo dijo García Márquez, en 1981, en declaraciones al diario EL PAÍS en ciudad de México, el mismo día en que se ponía a la venta el primer millón y medio de ejemplares de su libro: «Esta es mi mejor novela, la que mejor he podido controlar».

*Novelista y poeta.

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Gloria Chávez V*

La obra maestra de GGM es por supuesto Cien Años de Soledad. Lo leí maravillada la primera vez, lo lei en ingles para comprobar que la magia traspasaba la barrera del idioma y en la fidelisima traduccion de Gregory Rabassa a quien tuve la oportunidad de entrevistar. Lo leí nuevamente en español para descubrir que la narrativa de GGM no solo se renueva en la lectura sino que inspira creativamente al lector.

*Periodista.

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Alister Ramírez Márquez*

Crónica de una muerte anunciada me llama mucho la atención porque allí hay una historia que aparentemente es muy sencilla: matan a un muchacho de un pueblo porque una joven lo acusó de haberse acostado con ella.  Para un lector del siglo XXI del mundo occidental, en sociedades no tradicionales, un argumento de un asesinato por cuestiones de virginidad, y originado por un chisme de una adolescente no tendría demasiado interés. Hoy, hasta los secretos de las personas más reservadas y de los lugares más remotos de la Tierra salen a la luz pública en internet u otros medios no regulares de comunicación.  Pienso que si a Santiago Nasar le hubiera tocado vivir en la actualidad en uno de esos mismos pueblos caribeños, las chicas ya lo hubieran expuesto en facebook por acosador, montador, sinvergüenza y mujeriego, causándole la muerte virtual.  Sin embargo, es el ojo y la pluma de periodista investigativo de Gabo las que llevan al lector por los vericuetos para deducir como un detective de cómo y porqué sucedió el hecho. Esto hace, por ejemplo, que este se convierta en un relato excepcional.  Montada sobre la estructura clásica de una tragedia griega, en la cual el destino es inexorable, y de una novela policiaca, esta historia escenificada en el trópico es para mí fascinante porque también, además de mostrar su gran habilidad de narrador, se aparta de eso que se inventaron los críticos y estudiosos, es decir, del realismo mágico, y que llega a ser desconcertante, artificioso y empalagoso.  

*Novelista.

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José Hoyos*

Un verso de Serrat dice que todo lo que hacemos los hombres en la vida, lo hacemos por el amor de una mujer. Las novelas de García Márquez son, todas, sobre el amor. Florentino Ariza es un temerario: encarna todas las candelas de los amores contrariados. Este pudo ser el argumento de un melodrama patético, y no lo fue por dos razones simples: la prosa poética que se pone del lado de todo lector capaz de sentir amor, y la inmensidad de subtramas de orfebre que la componen. La novela empieza en un funeral y termina en un barco, además de otros influjos de la tradición francesa. Las indagaciones a Luisa Santiaga y Gabriel Eligio acerca de su juventud tenían el propósito de conocer la realidad para poder descomponerla y volverla relato, narrar de manera que cada detalle lleve al siguiente y hacerlo parecer tan natural, tecniquerías destinadas a engarzar al lector hasta que se sienta incapaz de abandonar el libro. La navegación fluvial, las travesuras viriles, el absurdo de los costumbrismos, los recatos morales de hace un siglo, los empeños del corazón capaces de doblegar a la propia vejez, el culto del orgullo al que se consagra una mujer, la cultura popular caribe, el telégrafo que retrata una época, el amor como “único fuero capaz de retar a la muerte”: tejeduras de El amor en los tiempos del cólera, un poema de quinientas páginas. Fermina Daza y Florentino Ariza han dejado de ser dos ancianos enamorados que huyen en un barco y han pasado a ocupar un lugar en la vida real. Certificaron la afirmación de Stevenson de que la potencia con que nos impactan ciertos personajes literarios nos hace olvidar que son solo una ristra de palabras.
*Cuentista.


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TALLERES DE ESCRITURA 2017 EN ARMENIA

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SALA DE LECTURA ANTONIO VALENCIA
GOBERNACIÓN DEL QUINDÍO




La Secretaría de Cultura y la Red de bibliotecas departamental del Quindío de la Gobernación del Quindío, convoca a escritores, estudiantes, docentes, periodistas y demás personas interesadas en la creación literaria, de 16 años en adelante, a participar en los Talleres de Escritura 2017, que se realizarán de julio a noviembre en diferentes ciclos.
Serán 3 talleres, cada uno de ocho sesiones presenciales, todos gratuitos. Bajo el Plan Departamental de Lectura y Escritura, estos talleres buscan estimular la producción literaria de nuevos autores, transmitir instrumentos teóricos y prácticos para el desarrollo de procesos de escritura creativa, y explorar las claves de la escritura mediante lecturas, ejercicios de taller y confrontación con lectores calificados.
Los talleres se realizarán en diferentes ciclos:
1. Taller de Novela:
Inscripciones: 20 de junio al 4 de julio a través del correo:
redbibliotecaspublicasquindio@gmail.com
Horarios: Inicia el 6 de julio. Todos los Martes y Jueves de 6:00 a 8:00 pm.

El objetivo principal del taller consiste en propiciar caminos para comprender los mecanismos y efectos literarios de las historias escritas para aplicarlas a las propias. A través del cuestionamiento de textos y la deconstrucción de sus formas en la lectura, se crea el puente para observar las estructuras y facilitar el reconocimiento de las mismas antes de construir un relato literario propio.
 
Este taller estará dirigido por: 

Daniel Ferreira:
Ha publicado en revistas y suplementos de circulación nacional. En 2008 fue seleccionado junto a otros 17 escritores jóvenes de Hispanoamérica para Antología de la Novísima Narrativa Breve Hispanoamericana, publicada por Grijalbo, Random House Mondadori en 2009 (Venezuela). Ha sido jurado del premio internacional de Novela Alba Narrativa en Cuba, del Premio Internacional de Cuentos Ciudad de Pupiales, del Premio Iberoamericano INK de novela digital en México. Sus crónicas, cuentos y ensayos literarios han aparecido en el diario El Espectador (Colombia), Revista Letras Libres (México), Revista Hermano Cerdo (México),  Revista de la Universidad de México, Revista Tierradentro (México), Revista La Balandra (Argentina) Revista Casa de las Américas, (Cuba), Revista Alba, (Alemania), Revista Universidad de Antioquia.  Fundador de la publicación digital Revista Corónica y colaborador frecuente de otras revistas digitales del continente como El Magazín de El Espectador. Como escritor ha publicado las novelas La Balada de los bandoleros baladíes (Universidad Veracruzana, México, 2010), Viaje al interior de una gota de sangre (Editorial Arte y Literatura, Cuba, 2012), Rebelión de los oficios inútiles (Alfaguara, Argentina, 2014).    

2. Taller de Crónica:


Inscripciones: 4 al 21 de julio a través del correo:
redbibliotecaspublicasquindio@gmail.com
Horarios: Inicia el 2 de agosto. Todos los miércoles de 4:00 a 6:00 pm.

El objetivo de este taller es reconocer las características que diferencian la crónica de otros géneros, e identificar los principales recursos que esta toma de la literatura, del periodismo y de otras disciplinas de las ciencias sociales para cumplir con su objetivo: hacer verosímil lo real.

Este taller estará dirigido por: 

Juliana Gómez Nieto:
 Escritora, Licenciada en Comunicación Social y Periodismo. Publicó la novela Montañas azules en la Editorial Malisia, en Argentina en el año 2016, la misma será publicada en Colombia en junio 2017 por la Editorial Planeta en el catálogo Plan Lector. Se ha desempeñado como docente y tallerista tanto en Argentina como en Colombia. Gestora de proyectos culturales y educativos.  Actualmente es la Coordinadora del Ciclo Literario del Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales de Calarcá. Es colaboradora habitual de la Crónica del Quindío.

3. Taller de Cuento:
Inscripciones: 22 al 15 de septiembre a través del correo:
redbibliotecaspublicasquindio@gmail.com
Horarios: Inicia el 28 de septiembre. Todos los jueves de 4:00 a 6:00 pm.

Este taller está pensado como un espacio de encuentro destinado a discutir, proponer y adquirir diferentes métodos de aproximación a la escritura de cuentos, esas obras complejas y fascinantes que en tan corta extensión logran el prodigio de bastarse a sí mismas.

Este taller estará dirigido por: 

José Hoyos:
 Licenciado en Etnoeducación (Universidad Tecnológica de Pereira). Cuentista, ensayista, columnista. Miembro del comité editorial de Klepsidra Editores. Asesor de la revista literaria Polifonía. Autor de entrevistas y artículos para el periódico La Tarde. Colaborador del suplemento dominical Las Artes, del periódico El Diario, de Pereira. Columnista de opinión de la revista Portafolio Cultural. Sus ensayos y cuentos han sido publicados en la Revista Corónica, donde también es columnista de opinión, y en el periódico El Espectador. Hace parte de la antología Asedios verbales, Panorama del cuento joven colombiano (Pijao Editores, 2017). Ganador del Premio Colección de Escritores Pereiranos 2016, modalidad cuento, por el libro Hilo de Araña.
4. Taller de Derechos de autor
Inscripciones: 20 de junio al 12 de julio  a través del correo: redbibliotecaspublicasquindio@gmail.com
Horarios: 21 y 28 de julio.
Ofrecer información pertinente acerca de los marcos legales sobre derechos de autor y la legalidad de las publicaciones referente al depósito legal y el registro de autores en la Cámara Colombiana del libro.
Este taller estará dirigido por:
Lilian Zulima González: 
Abogada, Universidad Externado. Especialista en Derecho de Sociedades, Universidad Javeriana. Ha publicado en diversas revistas y antologías como Grifos de Neón, Domingo Atrasado, y Revista de la Universidad Externado de Colombia. Cuenta con el poemario Itinerario de los marginados, con el libro jurídico Factores de riesgo delictivo, y los libros inéditos Epistolares a Anne Marie, y a Zar Nicolás III.

PARA MÁS INFORMACIÓN:
redbibliotecaspublicasquindio@gmail.com
CeL. 316 578 61 37
O visite la página: http://quindio.gov.co/inicio-cultura
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     


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Gloria Susana Esquivel. Liliana Guzmán novela colombiana

Un zoológico de dolores

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Liliana Guzmán Z

Los parques de Bogotá, que son pocos y generalmente apestan a popó de perro y marihuana, constituyen el lugar en el que muchos niños de apartamento salen de su eterno secuestro por la lluvia, el frío y la falta de tiempo, para jugar algunas horas. Siempre llama mi atención la personalidad de los niños y cuidadores que pasan tardes enteras entre esos pequeños recortes de pasto sucio y juegos metálicos: madres o padres escapados de la oficina que empujan a sus hijos en un columpio, aprovechando el último rayo de sol de una tarde helada; empleadas domésticas que hablan por celular mientras los niños se descuelgan de los pasamanos a peligrosas alturas; abuelos o tíos inmutables, agotados con el simple hecho de ver correr a niños en desesperados círculos. He especulado tardes enteras sobre el contenido de las mentes de unos y otros, y ahora Gloria Susana Esquivel me dio la oportunidad de asomarme al pozo profundo de esa materia oscura de la que están henchidos los berrinches infantiles, con su libro “Animales del fin del mundo”  (Alfaguara, 2017).

La permanente sensación de asfixia en una enorme casa, en una vida irremediablemente destrozada, le da a Inés, la pequeña protagonista, un carácter extraño de mueble desechado que resulta dolorosa. Es un animal que crece salvaje entre las reliquias de la casa de sus abuelos, entre la intermitencia e inmadurez de sus padres, en los recodos de la tacañería del amor que recibe. Es un indigente que mendiga atención, un hogar, normalidad en medio de la locura de la clase media alta bogotana.

El libro requiere, en un inicio, que el lector atraviese la espesura de adjetivos e imágenes que construyen el mundo de Inés, narrado a través de una mujer que recuerda, pero que aún padece. Una vez establecido ese universo, la trama se desenrolla con delicadeza, casi con modestia, entre la bestialidad de sus personajes, su crueldad, y su falta de empatía, de lo cual Inés es el resultado. Su abuelo violento e intransigente, su abuela clasista, su madre superficial y voluble, y su padre, un intelectual lleno de magia y pánico, la servil empleada y su nieta, María, su única amiga, resumen lo más complejo de la naturaleza humana. Y logran aportar al carácter retraído, imaginativo y a veces perverso de Inés. Llama la atención, además de los personajes de carne y hueso, la presencia de entes, seres sobrenaturales, esa fauna que llena la imaginación de esta niña estorbo. Espectros, proyecciones de personas conocidas que no están realmente, vistos a través del lente febril de Inés, le dan enorme riqueza narrativa y sensorial al desequilibrio de la protagonista.


A pesar de la opresiva sensación que transmite a través de cada página, el relato jamás cae en los señalamientos fáciles de libro de crianza infantil, en la victimización de la infancia. Resulta más bien un retrato diáfano del tormento, esa descripción sensorial que permite la poesía. En ello pesa la trayectoria de la escritora en este oficio, usado acertadamente para hacer doler. 
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Juliana Gómez Nieto Montañas azules novela colombiana

Las tribulaciones del recuerdo

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Por: José Rodolfo Rivera

La memoria es un espejo del pasado. El presente, por mucho que lo asimilemos, o sin importar con qué fuerza se instale en nosotros, termina yéndose, escapando a los confines del olvido. Lo que nos sucede es efímero, el instante es el punto de fuga. Lo que nos sucedió ya es más real, vuelve a nuestra vida gracias al recuerdo. La memoria lo fija. El imprevisible presente del que fuimos testigos o protagonistas, vuelve desde algún lugar de eso que llamamos olvido, y se hace verdad en nosotros. En el principio fue el verbo, pero antes existió el recuerdo: lo verdadero es lo inolvidable.

Esto sucede con más fuerza ante la enormidad de la catástrofe. Cuando la tragedia irrumpe en el sosiego de nuestro presente, y se nos va la vida en nuestro empeño por sobrevivir, el instante pasa ante nosotros como un destello blanco y vacío. El trágico acontecimiento vivido, se convierte en un ensayo para la ceguera. Y esto es horrible porque precisamos ver, recordar, contemplar el fatídico presente, mirarnos en él, para comprender, recuperar el sentido de lo amado, lo vivido, lo perdido. Recordar, porque lo inolvidable es lo que nos hace humanos.

El 25 de enero de 1999, sobre la 1:19 de la tarde, nos vimos devorados por la enormidad de la catástrofe. Sentimos el terror, la angustia, el dolor, el miedo. Y Armenia fue el epicentro del desastre: durante los 28 segundos que duró el terremoto, corrimos como locos, aterrados y enceguecidos, sin otro espejo que nuestro propio miedo, sin tiempo para mirarnos, para comprendernos. Luego del minuto 29, todo fue zozobra, más dolor, más miedo; nos quedó luego evocar el espejo del pasado, acudir al dictado de la memoria.

Parte de ese espejo proyectado hacia el pasado, de ese esfuerzo inusitado de volver a habitar lo terrible para asimilarlo y hacerlo de nuevo humano en la memoria, es la novela Montañas azules (2016), de la periodista y escritora calarqueña Juliana Gómez Nieto. En sus páginas, junto con el retrato de la enormidad de la catástrofe, convive el pálpito de la ciudad: “Cuando entraron a Armenia la ciudad estaba en sombras…”; y convive también el sentir de la montaña: “Ayer vimos la montaña mecerse; algo que pareciera imposible ahora mismo. Lo que no entiendo es como algo tan terrible puede ser a la vez tan bello”. Catástrofe que se nos cuenta también como un viaje: “Cada uno en ese caminar se fue sumiendo en un viaje interno y profundo”.

Somos testigos del dolor, la angustia y el miedo a partir de tres historias que, aunque contemplan el desastre de la ciudad visto desde el esplendor de las montañas, retratan también el más íntimo desastre: el derrumbe material, espiritual, de lo humano: la familia; en la primera historia, Sandra y su hija Ángela caminan por la plaza de Calarcá, ya casi derruida, en busca de su padre; y surge la sensación del miedo: “Sintieron una extraña vibración bajo sus pies que llegó hasta la mesa haciendo que se chocaran las tazas, y que fue aumentando hasta convertirse en un intenso rugido que sacudió toda la casa”.

Su hermano César, que camina a pie desde Pereira, al llegar y ver a su familia ilesa, siente el hálito de la vida en medio de la muerte: “Todo estaba más vivo que nunca: sentía la sangre correrle por las venas”. Y, como si fuera poco, Ángela, la niña, se asoma por primera vez al pasmo de la muerte: “Fue en ese momento cuando se dio cuenta que era a su propio papá al que buscaba en medio de los muertos y se le empañó la mirada”.

En la segunda historia, Dora, una elegante ejecutiva, y Leidy, su empleada doméstica, nos retratan el dolor ante la impotencia de lo trágico. Dora viene a visitar a su padre, a quien Leidy cuida en el edificio que se derrumba por el terremoto; la ciudad, Armenia, es entonces un completo caos: colapsan las calles, se derrumban como fichas de dominó casas y edificios, y entonces en Dora, como tal vez en todos los demás, el miedo es sobre todo físico: “Sintió una vibración que viajaba desde el centro de la tierra y que le atravesaba la columna vertebral hasta llegar a la coronilla”.

En la tercera, Rubén y Margarita, un matrimonio sin hijos, que viven en la Tebaida, nos reflejan la radiografía de un doloroso pasado: Margarita viene huyendo desde niña de la violencia bipartidista de los años 50, que asesinó a su padre; Rubén, por su parte, también luchaba por dejar atrás un pasado de violencia más patriarcal. A través de ellos, lo trágico es visto desde el dolor íntimo, casi existencial: “Pasó horas sumido en rezos. Cada tanto la tierra se sacudía levemente. Recordó que de niño le gustaba tirarse en el piso cuando temblaba para escuchar ese mismo sonido que ahora le causaba angustia”.


Al final, en Montañas azules, la memoria de lo trágico se nos muestra como espejo del pasado, nos permite contemplarnos ante la enormidad de la catástrofe, que es también la enormidad de lo humano. Y ante el recuerdo del desastre vivido, vuelve a nosotros lo verdadero, es decir, lo inolvidable, para que no tengamos que lamentarnos con Rubén, al final de la novela: “¿Quién era entonces si nadie lo recordaba? ¿Cómo recuperar eso perdido si ya no estaban los otros, esos que podían dar cuenta de quién era él?”.
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