Vanessa Marulanda Cardona
I’m just a poor boy, I need no shympathy, because I’m easy come, easy go…[1] dice uno de los fragmentos de Bohemian rhapsody, la canción de Queen, que podría ser una descripción, entre muchas otras, de los protagonistas de la novela de Carlos Pardo Viña que lleva el mismo nombre que la confesión criminal escrita por Freddy Mercury en 1975.
Carlos Pardo Viña nace en 1970 algunos años después que Mercury, de allí que Queen, en la cima de su producción para el momento, sea la banda sonora de su elección en su segunda novela y posiblemente de su juventud, pero es solo especulación, lo que sí se puede afirmar es que nació en Ibagué, Tolima y que lleva sobre sí un cúmulo generacional de letras, libros y amor por la literatura. Escritor, dice. Periodista, dice, y luego una retahíla de nombres y libros y revistas e historias… (2015: 21)
Por su parte, la novela publicada en 2015 por Pijao Editores y Caza de libros y que recibe este año el Premio internacional de literatura Rubén Darío en la VI Feria del libro de Trujillo, Cáceres, nos narra la cotidianidad de Santiago, un periodista, escritor y ocasionalmente, profesor universitario que se ha aislado en su apartamento aparentemente para escribir, y de Nicolás, un escritor, periodista, padre de una niña y esposo de Natalia. A grandes rasgos dos habitantes de una ciudad cualquiera que bien podría tener el calorcito de Ibagué, pero cuando se extrae el detalle de las horas que componen el día vemos la manifestación del fracaso, pero de un fracaso que se reivindica con la nostalgia y la tristeza que es motor o consecuencia de los hacedores de frases.
La novela parte con la presentación de Santiago desde sí mismo, un hombre que habla en el siglo XXI, en Colombia y en Ibagué. Que carga consigo las contradicciones que cada tiempo y lugar de enunciación atañen; en primer lugar, la compleja red de los mass media que abarcan los rincones más remotos de la cotidianidad y que convierten a sus instrumentos en huéspedes imprescindibles de cada día, como el tic tac teclado que retumba en los odios incluso cuando la página está y estará en blanco; en segundo término, crecer en un país atiborrado de escenarios de guerra, de periódicos mediocres y de una clase política que avergüenza a quienes la nombran y finalmente, aislarse en el lugar de nacimiento para honrar a los abuelos y a los padres, porque a veces, las tradiciones dan ese pedazo minúsculo de cielo que podría llamarse seguridad.
Santiago son muchos hombres, pero en el día en el que transcurre Bohemian rhapsody, solo escuchamos al que ha decidido aislarse y siente una melancolía profunda por la comprobación continua del sin sentido de existir; pero él ocasionalmente llama a “sus otros”, es decir, al profesor, al coqueto, al nieto y demás que hacen parte de sí. A pesar de que habla desde sí mismo, al final podría decirse que sabemos poco de él, tan solo nos quedan nombres de personajes a quiénes admira, de la música que continuamente escucha, de escritores a los que recurre y del modo obsoleto con el que coquetea. Cúmulo de referentes necesarios para sobrevivir un día de pesadumbre y rutina:
“Pensaste que la literatura podría salvar tus días vacíos, llenos de rutinas innecesarias, pero la cobardía no te deja pasar de la página que te criticas con tanta dureza. Nunca quisiste ser un Borges o un Cortázar, ni siquiera un Faulkner o un Joyce. Hubiera bastado con que algún transeúnte en cualquier ciudad del mundo o del país viera un libro tuyo en cualquier librería pequeña, lo abriera en la página nueve, leyera un par de párrafos y decidiera comprarlo.” (2015: 115)
Nicolás en cambio, no dirige la palabra desde sí mismo, hay alguien más que nos dice quién es y cómo se siente, extrañamente podríamos decir que de él sabemos un poquito más, que estudió periodismo pero no quería ser periodista, que sus días son extraños, que sus acciones son la reiteración de promesas rotas de una ilusión infantil de ser escritor de grandes hazañas, ilusión que confirma su ruptura con el trabajo detestable que se le ha asignado en el periódico donde trabaja, en el que la muerte, el delito y la atrocidad, tan común a los hombres, han de ocupar la primera plana de una historia mediocre que se justifica a partir de la exhibición de la sangre y las vísceras.
La vida de Nicolás es un andar por los callejones de las deudas y las obligaciones no deseadas, tener hijos y cumplirles con lo diario a costa de la estrangulación de los sueños, resistiendo a la frustración con un cuaderno de poemas y de cuentos que reinvente la miseria de los días que pasan y se acumulan en la nada. El lugar y el tiempo de enunciación de Nicolás es el mismo que el de Santiago, hay una complicidad entre ambos que se confirma a lo largo de la novela, de allí que haya consonancia respecto a lo que se siente y se cree a partir de un contexto violento, corrupto y desolador:
“Nicolás le echa un vistazo a las carteleras y de ahí al café de la esquina. Apura un cigarrillo mientras oye las conversaciones de los tinterillos, los abogados y los secretarios de los juzgados que le hacen la trampa al centavo agilizando un trámite, metiendo un recurso fuera de tiempo: tranquilo, yo le ayudo, eso es un hecho…” (2015: 18)
El día de Santiago y Nicolás está atravesado por el suicidio, experiencia que de forma necesaria recae en la pluma de Nicolás y en el habitar de Santiago, allí hay un guiño a la culminación del sufrimiento y los dolores atornillados de forma perpetua en el acto de cortarse las venas, envenenarse o lanzarse desde algún lugar. Nada nuevo, como dirá uno de los protagonistas, nada nuevo.
Finalmente, el día en el que acompañamos a los protagonistas de Bohemian rhapsody sobre sus rutinas nos deja una sensación de incertidumbre ante la realidad de lo que narran, ante la presencia de los días que se desploman sin ningún peso y ante la idea de que al final del día nada va a estar mejor. La novela bien podría emparentar con la película Oslo, 31 de agosto de Joachim Trier una historia de un atormentado que al final de su día de agosto nos recuerda que la vida y la experiencia de existir en ningún momento se pone mejor y que 24 horas solo son la pincelada de un amplio espacio de sinsabores, por supuesto, con sus fracciones de tranquilidad, pero con la huella imborrable de lo que somos y de lo que han hecho de nosotros, como se pregunta Fredy Mercury en My Fairy King:
“Mother mercury mercury
look what they’ve done to me.[2]”
En su día, casi siempre suena Queen, para descubrir qué ocurre cuando no suena, hay que leer, con la pausa que el acelerado ritmo de escritura permite, Bohemian rhapsodhy, la novela, y de paso, la canción.
[1] “Solo soy un pobre chico, no necesito compasión, porque tan fácil como vengo tan fácil me voy…”
[2] “Madre mercurio, mira lo que me han hecho.”
"Nicolás y Santiago son, en cierta forma, el retrato de todos y cada uno de nosotros; son la metáfora de la fragilidad de la condición humana, la parábola del fracaso y de la aceptación del naufragio que son sus existencias". (Leer más en mi blog El Hilo de Ariadna)
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