Por Liliana Guzmán ¿Qué pasaría si extendiéramos ese idílico período en el que nuestros hijos permanecen al margen de la brutalidad, si pudiéramos proteger su inocencia y prolongar su niñez, extremar los cuidados, cubrir todas sus necesidades, e incluso preservar su cerebro de la frustración, el dolor, e incluso de cualquier estímulo externo? Aunque parezcan extremas, estas no son ideas tan raras. De hecho, el mercado de los padres que desean “lo mejor” para sus hijos está saturado de productos que rayan en la ciencia ficción: desde la preservación de las células madre para que el niño reciba trasplantes de sí mismo si llega a sufrir una enfermedad catastrófica, hasta seguros educativos que se compran desde que el bebé está en gestación y garantizan su doctorado. Al parecer, el mundo sobreinformado en el que vivimos le ha brindado a la paranoia de los padres un exquisito menú de peligros para sus retoños. Desde hace milenios la respuesta natural al riesgo, al miedo a lo imprevi
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