Título: “Cristal herido” - Técnica:
Óleo sobre madera
Medidas: 60 x 70 cm.
Autor: Manuel Aguirre M.
Por: Carlos Castillo Quintero
Crecían las palabras hasta la
altura de mi corazón
y reía sin olvidar la peligrosa
edad de las manzanas.
Carlos Martín
La
literatura colombiana nació en Tunja, así lo afirmaba R.H. Moreno Durán
(1945-2005).
Incendiario y polémico, el novelista y ensayista tunjano, autor de la trilogía Fémina Suite aludía con esta afirmación a
la obra de Sor Josefa del Castillo y al extenso poema Elegías de varones ilustres de Indias, escrito por don Juan de
Castellanos, bitácora literaria de la colonización del Nuevo Mundo.
Ya en el siglo
XIX se destaca la figura del chiquinquireño Julio Flórez, poeta popular cuya
obra mantiene vigencia.
Hacia 1939, Jorge Rojas, poeta nacido
en Santa Rosa de Viterbo, funda el movimiento Piedra y Cielo, intento vanguardista de liberar a la poesía
colombiana del lastre grandilocuente que aún hoy padecen algunos autores. En el
prólogo de su poemario «Ciudad sumergida»,
expresa: “Creemos en la poesía. Respiramos su imponderable materia y
transitamos su misterioso rumbo. Queremos reflejar claramente sobre el huidizo
espejo del tiempo cuanto de eterno ha dejado entre nosotros su duro mandato”. En los Cuadernos de Piedra y Cielo también se publica la obra de Carlos
Martín, otro boyacense.
La herencia poética de los nacidos en
Boyacá, es fecunda. Por tal razón, elegir cinco poemas es una tarea
necesariamente excluyente. ¿Dónde ubicar, por ejemplo, los textos con registro
juvenil escritos por Jairo Anibal Niño? Al hacer una antología regional, muy
breve por demás, surge otro interrogante: ¿Qué es ser boyacense? Con gusto
incluiría aquí el premonitorio y excelente poema titulado «Si una noche cualquiera me encuentran muerto en una calle» de
Julio Daniel Chaparro, poeta y periodista nacido en Sogamoso Boyacá en 1962,
pero que en realidad es un escritor llanero. Es en Villavicencio, Meta, en donde
Julio Daniel Chaparro se forma como escritor, funda la Revista Oriente y hace parte del Fondo Editorial Entreletras. Lo
mismo podría decirse de Rafael del Castillo Matamoros, poeta, editor y promotor
cultural nacido en Tunja en 1962, pero que ha vivido siempre en la capital del
país en donde funge como director de la revista de poesía Ulrika y del Festival Internacional de Poesía de Bogotá.
Así, el único criterio que mantiene
validez, es el del gusto: subjetivo e injusto, pero siempre honesto.
Inicio con «Resurrecciones», un soneto de Julio Flórez que siempre relaciono
con el tono de algunos poemas de César Vallejo, su contemporáneo. Dada la popularidad
de Julio Flórez es posible que el peruano conociera este texto, o por lo menos
a mí me gusta pensar que así fue. Continúo con «Lección del mundo», soneto de Jorge Rojas que hace tres lustros
leíamos con mis hijas, y que quizá estuvo pegado en la puerta de su habitación.
Sigo con «Restauración de la palabra»
poema de mi paisano Eduardo Gómez Patarroyo, exquisito y prolífico autor a
quien, a mi modo de ver, no se le ha concedido el lugar que merece en la literatura
colombiana.
En 1986, en Tunja, conocí a Víctor
López Rache. Él y yo estudiábamos Economía en la Universidad Pedagógica y Tecnológica
de Colombia - UPTC. Por entonces Víctor ya había publicado «Otra orilla de luz», su primer libro. Al año siguiente se trasladó
a Bogotá y se dedicó por completo a la literatura. Con «La casa» ganó en 1992 el Premio Nacional de Poesía Ciudad de
Bogotá, galardón que obtuvo de nuevo en el año 2000 con «Sin espejos». El poema que da título a su libro «La casa», es el elegido.
Termino esta breve antología con la
parte 2 de un poema titulado «Madre», escrito
por Miyer Pineda, el más joven de los aquí reunidos. Conocí al autor
hace más de una década, como estudiante de Ciencias Sociales en la UPTC. El
medio literario nacional tuvo razón de Miyer Pineda en el 2003, cuando fue uno
de los ganadores del concurso Descanse en
paz la guerra organizado por la Casa de Poesía Silva. Desde entonces ha
venido trabajando una propuesta poética seria, con libros como: «Cuerpos en braille» (2005), «El hastío de las manos» (2010), «Bocetos para la Acontista» (2015) y «Zamuros» (2016).
En mi memoria de unos años que ya se
han sedimentado —y en los que me formé como lector de poesía— permanece una neblina
triste que se levanta hacia el amanecer en la campiña boyacense y en la Plaza
de Bolívar de Tunja, y permea el espíritu. La misma que habita en estos poemas
que les invito a leer.
Julio Flórez
(Chiquinquirá, 1867 – Usiacurí, 1923)
Resurrecciones
Algo se muere en mí todos los días;
del tiempo en la insonora catarata,
la hora que se aleja, me arrebata
salud, amor, ensueños y alegrías.
Al evocar las ilusiones mías,
pienso: «¡Yo, no soy yo!» ¿Por qué, insensata,
la misma vida con su soplo mata
mi antiguo ser, tras lentas agonías?
Soy un extraño ante mis propios ojos,
un nuevo soñador, un peregrino
que ayer pisaba flores y hoy... abrojos.
Y en todo instante, es tal mi desconcierto,
que ante mi muerte próxima, imagino
que muchas veces en la vida... he muerto.
* * *
Jorge Rojas
(Santa Rosa de Viterbo, 1911 - Bogotá, 1995)
Lección
del mundo
Este es el cielo de azulada altura
y este el lucero y esta la mañana
y esta la rosa y esta la manzana
y esta la madre para la ternura.
Y esta la abeja para la dulzura
y este el cordero de la tibia lana
y estos: la nieve de blancura vana
y el surtidor de líquida hermosura.
Y esta la espiga que nos da la harina
y esta la luz para la mariposa
y esta la tarde donde el ave trina.
Te pongo en posesión de cada cosa,
callándote tal vez que está la espina
más cerca del dolor que de la rosa.
* * *
Eduardo Gómez
Patarroyo
(Miraflores, 1932)
Restauración
de la palabra
¿Para qué escribir pequeños versos
cuando el mundo es tan vasto
y el estruendo de las ciudades ahoga la música?
En esta lucha de gigantes
se necesitan armas de vasto alcance.
En este duelo a muerte
las canciones embriagan o adormecen.
Está en juego la sangre de generaciones
y de pueblos
y un mundo abierto al hombre infinito
por nacer.
Está en juego demasiado
para arriesgarlo todo solamente al azar de la palabra.
Es hora de glorificar a otros hombres y otros hechos.
Es hora de buscar situaciones
en donde la palabra sea necesaria
y de convivir con aquellos
para quienes la palabra es liberación.
Solamente la palabra que ponga en peligro el poder de los
tiranos
y los dioses
es digna de ser pronunciada o escrita.
* * *
Víctor López
Rache
(Toca, 1959)
La
casa
Cuánto sufrimos para inventar la casa.
Siglos de imaginación
se consumieron diseñando la puerta a todos los caminos.
Por fortuna un error
dejó la ventana de cara al infinito.
En sus habitaciones
construidas para compartir el pan y el goce
generaciones brindaron con amigos,
otras con fantasmas.
Hubo quien soñaba un niño mientras cometía un crimen.
Y todavía queremos convertir el viento en su techo.
Pero ciegos innombrables
amenazan ahogarla
en el fondo de la incesante hoguera,
y la ira del caos ya se concentra
en el único punto donde guardábamos todos los misterios.
* * *
Miyer Pineda
(Tunja, 1979)
Madre
2
A veces pienso que Madre es una mujer lisiada
Y entonces me dan unas incontrolables ganas de llorar
Como si la escuchara cantar nuevamente
y pudiera bucear en su música
Como si esa música sorda fuera un faro para mi perdición
Ella es el canto que se ocultó en el envés del silencio
La siento como la hoja de un árbol que nunca termina de caer
*
* *
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