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Cinco cuentos de Santander, por Daniel Ferreira


La gente quería un favor pero no lo pedía. No había fórmulas de deferencia, porque era una sociedad sin castas. No se usaba más que una forma del pronombre para el trato: usted. Lo cual creaba distancia en la conversación. Se llegó a confundir esa parquedad con agresión, hasta que se aceptó como una forma de la autonomía y acaso de la timidez, porque la mayoría sigue siendo una población de origen campesino y de autosuficientes madres solteras. No hubo esclavitud africana en ese territorio, pero sí alcabalas indígenas con impuestos infames. A las etnias rebeldes de origen Caribe que poblaron las riberas del río grande que llamaban Caripuaña o río de los muertos, se les persiguió y fueron diezmadas por los españoles con un arma bacteriológica: dejaban abandonados en medio de los pueblos indígenas a un enfermo con viruela. Pipatón lideró la resistencia indígena hasta que fue capturado y llevado al panóptico donde le dejarretaron los pies para impedir su fuga. El primer alzamiento contra los impuestos de la corona se dio entre los textileros del Socorro. A los líderes de esta marcha de veintemil obreros los engañaron para desarmarlos y luego fueron desmembrados y expuestas las partes a las entradas de eso pueblos levantiscos. El primer comando independentista contra España fue reclutado en Piedecuesta y Girón por Antonio Nariño. La masacre más grande de los españoles contra una población de esa región fue la matanza de quinientas mujeres y niños en Charalá. En 1899 los cafeteros embargados por los banqueros tras la caída del precio del café, se alzaron el armas contra el gobierno. Durante tres años ese territorio fue escenario de las batallas más sangrientas: el alto de mazamorral, la amarilla, capitancitos, la virginia, Palonegro. Hasta comienzos del siglo XX seguía habiendo indios remisos en las selvas del opón y en la serranía de los cobardes, pero los dos últimos niños fueron rescatados por dos misioneros dominicos que los transportaron a España. En la segunda década del siglo XX inició la explotación del petróleo. En menos de dos años surgió una ciudad compuesta por familias de obreros y ciento cincuenta pozos petroleros. Diez años duró la construcción del ferrocarril y solo quince años estuvo en uso. Alguna vez fue un territorio con una identidad lingüística, cultural, social y política unificada llamada Estado de Santander, luego se llamó Gran Santander. De ese territorio salieron 127 poblaciones y dos departamentos actuales. Santander y Norte de Santander. Un territorio son muchas gamas invisibles: geografía, cultura, lengua, pensamiento, formas discretas de vivir, tiempo acumulado, colonizaciones. A veces lamento no ser más de allí. No estar más allí. Pero así de inciertos resultan ser algunos caminos individuales.

Cinco cuentos de Santander

Vigilante nocturno, Jesús Zarate

Aquí empieza la literatura fantástica en Colombia. Entre 1949-1954 Jesús Zárate sostuvo un tribuna en el diario El Espectador que dedicaba a la redacción de un cuento semanal. Era la misma estrategia Chéjov de sobrevivencia que le permitió comer de escribir más de un centenar de cuentos en cinco años. Pabellón de reposo se titulaba la columna (cuando las columnas tenían título y lema). Vigilante nocturno es la historia de un sueño y de un doble y de un crimen. Todo ocurre en el único banco de San Vicente de Chucurí de la época, donde un gerente soñará su doppelganger. El cuento se publicó el 8 de febrero de 1953. Debemos este rescate a la labor de los editores FUSADER y la UIS que se dieron a la tarea que despreciaron los editores comerciales: reeditar a uno de los más grandes de las letras de Colombia, autor de La Cárcel (Premio Planeta 1972), una novela superior a las que premia esa misma casa desde El jinete polaco.

El dios errante, Pedro Gómez Valderrama

Leí este cuento hace quince años y aún permanece en la memoria. Es la historia del piano que se hizo traer el alemán Geo Von Lenguerke desde Hamburgo a su castillo de la serranía de la paz en Santander (hoy hacienda Montebello junto a la represa Hidrosogamoso). Los objetos también tienen biografía. Pedro Gómez Valderrama es tal vez el más prolijo y sibarita de los cuentistas colombianos del siglo XX. La otra raya del tigre es la novela donde se cuenta la vida, triunfo y caída de este fugitivo alemán fundador del empresariado santandereano (que se le oponía en su momento). Lenguerke es un personaje de ficción tomado de la realidad: el hombre que fundó los peajes (cuando se mandó a hacer un decreto por el cual todos los que pasaban su puente debían pagarle, hombre o semoviente), el hombre del que descienden todos los que tengan ojos azules y pelo rubio en los genes de Santander; un visionario ególatra, un comerciante voraz, un patrón tirano, un fornicador, un borracho, un mito regional.
Sobre El dios errante, Ivan Darío Gonzalez

La tierra, de Tomás Vargas Osorio

Tomás Vargas Osorio sigue siendo la joven promesa de la literatura colombiana. Siempre será joven, puesto que murió tuberculoso de 34 años, después de haber sido editor del periódico Vanguardia Liberal y diputado y un amante romántico. Vidas menores es su libro de perfiles imaginarios. La tierra es tal vez una larga meditación con la muerte mientras viaja por tren y por el río Magdalena a bordo de un vapor (hoy nos parece un homenaje a bellos transportes extintos). Lo más curioso es que ya para entonces, en las orillas del río, se encallaban los muertos de la violencias silenciosas no documentadas de Colombia. Los recursos que usa Vagas Osorio en la narración contienen formas modernas del relato que hoy nos parece fácil encontrar en autores como Amo Oz o Coetzee o Saramago. Pero el narrador de esto es un muchachito tuberculosos lector de Kierkegaard, Mann y Heinrich Von Kleist en los años 30. Un clásico, reeditado por la UPB, Bucaramanga.
Obras completas, Tomás Vargas Osorio


El charaleño, de Enrique Otero D Costa

"En Charalá, el que no la ha hecho, la hará". Es un proverbio de Santander. Otro de la misma raigambre: "Salió charaleño", en el sentido de traicionero, o de falso o de doble faz. La tradición proviene de la advertencia de la tropa española sobre esta cuna de próceres en un cantón de la corona: el desprestigio que hicieron correr las tropas de Barreiro por ese pueblo de milicianos comuneros que se opusieron al refuerzo que iba a la Batalla de Boyacá en el río Pienta con palos, machetes y cacerolas y donde murieron quinientas personas en tres días. En este cuento, el protagonista es un charaleño que hace honor al mito con una venganza sangrienta. Los cuentos de Enrique Otero son episodios narrados de historias que fueron vividas por sus compañeros y ex combatientes de la guerra de los Mil Días. De esa guerra, la batalla de Palonegro es la gran cicatriz de Santander. El cuento pertenece a la colección Montañas de Santander que puede leerse en la web Casa del libro total.
El Charaleño, Montañas de Santander, Enrique Otero DCosta

El cuento de la muerte, Jose del Carmen Bolívar Ramón


Todos lo entenderemos alguna vez, pero mientras vivimos nunca sabemos exactamente lo que se esconde en la muerte. Es un presentimiento que nos dura toda la vida. Nos asedia con señales. Con la elección de los seres querido en una lista que tarde o temprano también nos incluye. Le hacemos ritos para apaciguarnos o para apaciguarla. Permitimos que los mercaderes de la fe nos la impongan con promesas de cielos y de infiernos. Pero no sabemos si la vida que vivimos es un recuerdo. Este cuento de Jose del Carmen Bolívar Ramón hace parte del volumen De la muerte y otras cosas: minicuentos. Impreso en Pamplona, Litografía Flórez. El autor nació en El Guacamayo, Santander el 22 de mayo de 1947. Fue profesor de literatura en la Universidad de Pamplona. Falleció el 12 de junio de 2003. Su atmósfera, sus diálogos, sus tres escenas repetidas, son más metafóricos y surrealistas que cualquier sermón sobre la muerte.
Descargar El cuento de la muerte (Cortesía de su heredero, José Bolívar).

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