Era pleno campo, lejos ya. Hacía horas habíamos salido de la ciudad pasando ciudades intermedias y pueblos pequeños. Caminábamos todos con nuestros morrales y estábamos cerca del lugar apropiado para armar las carpas y pernoctar cuando de pronto, en medio del camino, justo antes de empezar a subir la montaña donde acamparíamos, una casa, una casita campesina, y al frente, al otro costado del camino, un árbol desnudo, sin hojas. Parecía un chamizo, pero era casi tan alto como el techo de la casa, de cada una de sus ramificaciones colgaban ollas de aluminio relucientes, perfectamente brilladas con bombril. Los últimos rayos del sol iluminaban la montañita y el árbol y las ollas lanzaban destellos plateados. Ante un hallazgo así nadie queda indiferente, era un trabajo arduo, horas y horas de restregar, dolor en las manos y en la piel, pero sobre todo una determinación a toda prueba. Un trabajo que se vería arruinado pronto. Para hacer la comida de la noche sería necesario usar una de aquellas ollas. De la casa salió una mujercita menuda, algunos de nosotros, o quizás todos, expresamos nuestra admiración por aquel trabajo mientras mirábamos al árbol con tantas ollas colgadas. Muchas ollas, no quedaba ninguna rama libre donde poner otra. En medio de la conversación D le pidió a la mujer el favor de que le prestara una olla para preparar la comida esa noche allá arriba en nuestro campamento. La mujer accedió cortés y D le prometió cuidarla. Estaría expuesta al fuego directo, las llamas la dejarían negra y con una gruesa capa de hollín. Al otro día todos intentamos lavarla con agua de nuestras provisiones, pero como no teníamos bombril la restregamos con ramitas arrancadas de la tierra, hicimos nuestro mejor esfuerzo pero, conscientes de que nunca lograríamos ese brillo impecable, se la devolvimos a la señora. D y J se ofrecieron para terminar de limpiar la olla en la cocina de la mujer pero ella no dejó, la recibió amablemente y nos despedimos. Horas después la olla sería puesta de nuevo en la rama y reflejaría los últimos rayos del sol, para entonces ya estaríamos lejos.
Era pleno campo, lejos ya. Hacía horas habíamos salido de la ciudad pasando ciudades intermedias y pueblos pequeños. Caminábamos todos con nuestros morrales y estábamos cerca del lugar apropiado para armar las carpas y pernoctar cuando de pronto, en medio del camino, justo antes de empezar a subir la montaña donde acamparíamos, una casa, una casita campesina, y al frente, al otro costado del camino, un árbol desnudo, sin hojas. Parecía un chamizo, pero era casi tan alto como el techo de la casa, de cada una de sus ramificaciones colgaban ollas de aluminio relucientes, perfectamente brilladas con bombril. Los últimos rayos del sol iluminaban la montañita y el árbol y las ollas lanzaban destellos plateados. Ante un hallazgo así nadie queda indiferente, era un trabajo arduo, horas y horas de restregar, dolor en las manos y en la piel, pero sobre todo una determinación a toda prueba. Un trabajo que se vería arruinado pronto. Para hacer la comida de la noche sería necesario usar una de aquellas ollas. De la casa salió una mujercita menuda, algunos de nosotros, o quizás todos, expresamos nuestra admiración por aquel trabajo mientras mirábamos al árbol con tantas ollas colgadas. Muchas ollas, no quedaba ninguna rama libre donde poner otra. En medio de la conversación D le pidió a la mujer el favor de que le prestara una olla para preparar la comida esa noche allá arriba en nuestro campamento. La mujer accedió cortés y D le prometió cuidarla. Estaría expuesta al fuego directo, las llamas la dejarían negra y con una gruesa capa de hollín. Al otro día todos intentamos lavarla con agua de nuestras provisiones, pero como no teníamos bombril la restregamos con ramitas arrancadas de la tierra, hicimos nuestro mejor esfuerzo pero, conscientes de que nunca lograríamos ese brillo impecable, se la devolvimos a la señora. D y J se ofrecieron para terminar de limpiar la olla en la cocina de la mujer pero ella no dejó, la recibió amablemente y nos despedimos. Horas después la olla sería puesta de nuevo en la rama y reflejaría los últimos rayos del sol, para entonces ya estaríamos lejos.
Comentarios
Publicar un comentario
Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC
que rara esta narración
ResponderEliminar