El escándalo surge cuando se encuentran dos mundos que usualmente están separados, entonces uno rechazará al otro. Porque no lo comprende, o porque no lo respeta, o porque niega y reprime la oportunidad de expresión del otro, su ser, o su cosmovisión.
En esa iglesia barroca hoy ascendida a museo de Santa Clara de Bogotá, Rossina Bossio expone -hasta mayo de 2012- diecisiete cuadros de mujeres semidesnudas, vaporosas, extasiadas por el deseo. Es un contraste irónico, si tenemos en cuenta que el artesonado del museo barroco que amenaza con colapsar la estructura está atiborrado de mujeres vírgenes, cubiertas hasta el cuello de vestidos rígidos, casullas, rebozos y extasiadas por la experiencia mística. La unión de una iconografía religiosa con una iconografía publicitaria rosa de íconos sexuales femeninos arroja una nueva significación sobre el peso que impone la representación gráfica sobre la mujer, la estética de la belleza, el pudor y el exhibicionismo.
Para Rossina Bossio su obra surge como reacción a esa saturación de la feminidad (en parte por haber nacido mujer, y en parte por haberse formado culturalmente en un medio que propugnaba por la sensiblería, la delicadeza y la sobre-atención al cuerpo femenino).
La artista tiene la desgracia de ser una mujer bonita, comenta, en voz baja, un visitante.
Ella guía a su público cuadro por cuadro, mientras va conceptualizando una obra manifiestamente autobiográfica y avanza blindada con atuendo punk (pantalón negro, camisa negra, plataformas negras y un cráneo rasurado en los bordes y orejas rematadas con dulces aretes de perla en los lóbulos). Encerrada en este traje negro va oculto lo que su obra exhibe: en sus autorretratos y videos es Rossina Bossio la modelo de Rossina Bossio.
Al sugerirle, después de la visita guiada, que conceptualice su propio atuendo -tal y como lo hace con cada cuadro en que se representa a sí misma en estados de ánimo agridulces, y que luego graba en videoclips como proyecciones de la interioridad y personalidad onírica de los personajes imaginados: mujeres papistas, místicas sado, vírgenes orgiásticas, santas andróginas, desposorios místicos- Bossio se paraliza. Ríe con vacilación. Dice no haberse vestido para una puesta en escena.
Y, entonces, el sentido de la exposición empieza a tomar otros matices: la vida y la representación han tratado una vez más de encontrarse, pero se rechazan. La desacralización del tabú es una forma de conjurar el pudor, pero el hecho de hacerlo revela otros. Una iconografía también muere engendrando otras.
La leyenda quiere hacernos creer que Gregorio Arce de Vázquez y Ceballos, el gran pintor de la colonia, mientras cincelaba el retablo de esa iglesia del convento de Santa Clara ayudó a una de las monjas de clausura a huir con uno de los menestrales. Rossina Bossio ha tendido un puente entre el espíritu de la iglesia y sus antiguas habitantes, cautivas de la creencia y del deseo: sus cuadros son mujeres con vocación de deseo y no de pureza, asediadas por los arrebatos orgiástico; estas monjas forzadas a la castidad, Evas y Marías desdobladas, sacralizadas o desterradas por el grado de pureza del cuerpo, reprimidas por leyes sagradas, han regresado transfiguradas por el deseo; ahora se muestran incitadoras, se exponen en escenas de intimidad que podemos llamar paródicas, pero no sacrílegas; menos escandalosas. A su manera, también Bossio las invita a escapar.
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