Ricardo Piglia ahora es editor. Hace la colección Serie del recienvenido del Fondo de Cultura Económica. En Revista Eñe lo entrevista Horacio Bilbao a propósito y habla sobre la necesidad de los rescates literarios, las formas de leer a saltos de nuestro presente inmediato y la necesidad de abrir un mercado para libros valiosos que están en el olvido. Un fragmento:
¿Qué significa para vos haber puesto de nuevo en circulación y lectura estos libros?
Yo creo que hay un déficit en la reedición de textos. Hay un doble déficit. Estos textos deberían haberse reeditado hace mucho tiempo. Pero el mercado funciona de una manera errática, muy sobre el presente, con esa idea de que un libro publicado hace seis meses ya es viejo. Si tenemos un libro de los 60 o de los 80, parece que habláramos del siglo XIX. La colección, básicamente, está integrada por los libros que a mi me gustaría leer o releer, me guió por mi propio gusto. Tienen una capacidad de construcción estilística que le da a la narración la potencia que debe tener.
¿Son superadoras de lo que ves en el presente?
Son textos que, publicados en otra época, resuenan hoy. Es como si se hubieran conectado con el presente. Pero también me gustaría encarar una colección de primeras novelas. Soy un lector de primeras novelas bastante continuo, y eso me mantiene al tanto de lo que se está escribiendo. Lo interesante es que todavía no son escritores quienes las escriben. Están en una escena incierta, escucho una voz nueva cuando las leo.
Y no van a tener un gran lugar en este mercado acelerado y sobredimensionado…
Sí, y nosotros nos quejamos mucho del mercado con razón, pero en un sentido conceptual. Porque en Argentina no hay un mercado. Me parece que hablamos en contra de un mercado que todavía no hemos construido. Deberíamos construir un espacio de circulación de la literatura que permitiera las reediciones, que hiciera lugar a textos que no están en la velocidad de la circulación. Por el momento lo que encontramos es una renovación de los catálogos y de las mesas donde los libros se exhiben a una velocidad tal que es muy difícil hacerse una idea de qué está sucediendo en esta producción un poco abrumadora por momentos.
Esta colección, quieras o no, entra en la misma vorágine, ¿qué espacios hay para sortear esa encerrona?
Miro con mucho interés y simpatía lo que hacen las editoriales chicas o independientes, una alternativa a la concentración de los grandes grupos que trabajan con criterios globales y no se ocupan tanto de los escritores nuevos o de los poetas. Allí editoriales como Mansalva, Entropía, La bestia equilátera, Eterna Cadencia, que hacen un trabajo muy interesante en la línea de lo que venimos hablando.
¿El acto de leer se parece cada vez más al de mirar televisión?
Vos sabés que Macedonio hablaba del lector salteado, allá en los años 30. Hay algo de eso, pero yo creo que tenemos dos prototipos de lector, el que se encierra, se evade, el modelo de la isla desierta, como si solo se pudiera leer en una isla desierta porque no hay otra cosa que hacer. Y por otro lado estamos los que leemos mientras hacemos cada vez más cosas. Miramos televisión, contestamos mails. Yo creo que esa lectura interferida, intervenida, es un poco la lectura contemporánea.
Se dice, más bien se sabe, que has hecho mucho por muchos autores. Quizá Saer sea el mejor ejemplo de esto, empujaste la difusión de su obra.
Lo que más ayudó fueron los libros que escribió.
Claro, pero ¿sentís un peso de canonizador a la hora de hablar de otros autores?
Todos los escritores, como lectores, leemos un libro que nos gusta y se lo queremos pasar a un amigo. Entre los escritores funcionamos así, con una actitud de generosidad en estas actividades que nos gusta compartir. Después otra cosa es el efecto que eso pueda tener ¿Qué es la canonización? Y es una problemática que surge para ordenar el mercado. Es una respuesta a esta circulación acelerada de la que hablábamos.
¿Qué significa para vos haber puesto de nuevo en circulación y lectura estos libros?
Yo creo que hay un déficit en la reedición de textos. Hay un doble déficit. Estos textos deberían haberse reeditado hace mucho tiempo. Pero el mercado funciona de una manera errática, muy sobre el presente, con esa idea de que un libro publicado hace seis meses ya es viejo. Si tenemos un libro de los 60 o de los 80, parece que habláramos del siglo XIX. La colección, básicamente, está integrada por los libros que a mi me gustaría leer o releer, me guió por mi propio gusto. Tienen una capacidad de construcción estilística que le da a la narración la potencia que debe tener.
¿Son superadoras de lo que ves en el presente?
Son textos que, publicados en otra época, resuenan hoy. Es como si se hubieran conectado con el presente. Pero también me gustaría encarar una colección de primeras novelas. Soy un lector de primeras novelas bastante continuo, y eso me mantiene al tanto de lo que se está escribiendo. Lo interesante es que todavía no son escritores quienes las escriben. Están en una escena incierta, escucho una voz nueva cuando las leo.
Y no van a tener un gran lugar en este mercado acelerado y sobredimensionado…
Sí, y nosotros nos quejamos mucho del mercado con razón, pero en un sentido conceptual. Porque en Argentina no hay un mercado. Me parece que hablamos en contra de un mercado que todavía no hemos construido. Deberíamos construir un espacio de circulación de la literatura que permitiera las reediciones, que hiciera lugar a textos que no están en la velocidad de la circulación. Por el momento lo que encontramos es una renovación de los catálogos y de las mesas donde los libros se exhiben a una velocidad tal que es muy difícil hacerse una idea de qué está sucediendo en esta producción un poco abrumadora por momentos.
Esta colección, quieras o no, entra en la misma vorágine, ¿qué espacios hay para sortear esa encerrona?
Miro con mucho interés y simpatía lo que hacen las editoriales chicas o independientes, una alternativa a la concentración de los grandes grupos que trabajan con criterios globales y no se ocupan tanto de los escritores nuevos o de los poetas. Allí editoriales como Mansalva, Entropía, La bestia equilátera, Eterna Cadencia, que hacen un trabajo muy interesante en la línea de lo que venimos hablando.
¿El acto de leer se parece cada vez más al de mirar televisión?
Vos sabés que Macedonio hablaba del lector salteado, allá en los años 30. Hay algo de eso, pero yo creo que tenemos dos prototipos de lector, el que se encierra, se evade, el modelo de la isla desierta, como si solo se pudiera leer en una isla desierta porque no hay otra cosa que hacer. Y por otro lado estamos los que leemos mientras hacemos cada vez más cosas. Miramos televisión, contestamos mails. Yo creo que esa lectura interferida, intervenida, es un poco la lectura contemporánea.
Se dice, más bien se sabe, que has hecho mucho por muchos autores. Quizá Saer sea el mejor ejemplo de esto, empujaste la difusión de su obra.
Lo que más ayudó fueron los libros que escribió.
Claro, pero ¿sentís un peso de canonizador a la hora de hablar de otros autores?
Todos los escritores, como lectores, leemos un libro que nos gusta y se lo queremos pasar a un amigo. Entre los escritores funcionamos así, con una actitud de generosidad en estas actividades que nos gusta compartir. Después otra cosa es el efecto que eso pueda tener ¿Qué es la canonización? Y es una problemática que surge para ordenar el mercado. Es una respuesta a esta circulación acelerada de la que hablábamos.
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