Una de las experiencias más sorprendentes de la literatura es encontrar que la voz narrativa coincide con la voz del autor. No siempre coincide: Neruda leía en un tono marxista de orador en plaza pública, Anne Sexton en tono monacal. Borges escribía como pensaba y hablaba como escribía, pero acaso sea Rulfo uno de los pocos escritores cuya voz conserva el tono, el ritmo y la entonación de los personajes que creó. Lee sin dramatismo, sin aristas, sin altibajos. Lee como si conversara con su auditor. A 60 años de la aparición celebrada de los 17 cuentos de El Llano en Llamas, Juan Rulfo sigue leyéndolos en una grabación conservada por la Unam: No oyes ladrar los perros, en voz de su autor. Una experiencia magistral de ritmo literario.
Por Carlos Alberto Castrillón* Me piden que escoja los cinco poemas de autores quindianos que más me gustan. De inmediato la mente se activa y permanece alerta por un buen rato. Regresan las viejas lecturas y los momentos gratos que la poesía favorece. La memoria se pone en “modo taxonómico”, pero al poco tiempo las jerarquías entran en crisis. Debo incluir un poema de El libro de los fantasmas, de Luis Vidales, poemario un tanto menospreciado ante el brillo de Suenan timbres; el poema ha estado marcado en ese libro desde hace 30 años. Es obligatorio agregar la poderosa «Canción del amor fugaz», de Carmelina Soto, que considero un ejemplo perfecto de su poética rebelde y autónoma. Un poema de Ricardo Cuéllar es indispensable para recordar una poesía densa y perdurable con la que conecté sin dificultades cuando la conocí tardíamente. Para el balance de tono, ya escogí uno de Omar García Ramírez, que ofrece el contraste perfecto, con la lucidez y el descreimiento que admiro en su poes...
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