Ángel Castaño Guzmán
Sus
producciones literarias tienen un elemento que a todas une: su continua
experimentación. ¿Por qué le interesa tanto dicha herramienta estética?
Veámoslo de esta manera: desde que empecé a leer me di cuenta
de que la gran enseñanza de los maestros es sugerir que en todos y cada uno hay
una forma y solo una de decir las cosas. Cada cual “arma” su novela o su poesía
o su cuento con las cargas que trae en su equipaje. Uno es la suma de todo lo
que lee y todo cuanto leí me enseñó a no repetir a nadie, no imitar a nadie, a
ser distinto. Además mi padre era carpintero y de él aprendí que todo se arma
con un plano, en mi caso un plan de obra, y el único camino fue la
experimentación.
También depende de una
pregunta con el sí mágico: ¿Qué pasaría si no escribiera una novela lineal, un
poema en verso, un cuento con presentación, nudo y desenlace? El reto fue
entonces desestructurar todos los géneros, mezclarlos y traslaparlos a ver qué
pasaba
Casi
todos los cuentos de Las falsas verdades
y de Variaciones transcurren en
Manizales, por no hablar de su ópera prima Suicidio
por reflexión. ¿Cuál ha sido su relación con la ciudad donde nació y vive?
¿Concibe a Manizales como un telón de fondo o como un personaje más de sus
ficciones?
De amores y odios. Vivir en Manizales no es nada fácil. Y era
más difícil antes. En un conversatorio sobre ese tema llegamos a la conclusión
de que la ciudad no es buena con sus hijos. Tal vez mi obra debería ser objeto
de estudio del sicoanálisis: insistir en esa madre es una forma de requerirla.
Pero aquí caemos en la trampa de las palabras: las ciudades no existen, existen
las personas, los habitantes. De modo que la pregunta sería cómo es mi relación
con los mandos, las aristocracias y los grupos de poder y la respuesta es
obvia: mala, malísima. Por eso mis personajes van en los 2 extremos, los de
arriba y los de abajo. Mientras los de abajo son los héroes, los de arriba son
los villanos. En ese sentido “Manizales” es un telón de fondo para la actuación
de los personajes.
Por supuesto en muchos textos la ciudad existe como cuerpo
comprobable, como ser que sufre y ama, que puede llegar a la perversión, la
locura, la bondad, el heroísmo...
Su
trabajo literario ha merecido numerosos premios. Pelota de trapo ganó el Premio
Nacional de novela Ciudad de Bogotá en el 2008. Sin embargo la mayoría de sus
libros tienen una o máximo dos ediciones, ¿cómo explicar dicho fenómeno? ¿Quizá
no pertenecer a ciertos círculos editoriales condena a los autores al
anonimato?
Este tema tiene varias aristas. Malucas todas ellas. La
relación con las editoriales exige largos y fatigosos lobis no exentos de
humillación. Triunfo Arciniegas me dijo alguna vez en Bogotá: “... hermano,
esto es de conexiones. Camine le presento a...” Jamás tuve dinero para ir a Bogotá
a perseguir editores, amigos de editores o gerentes de editoriales a las que
tampoco les interesan obras premiadas porque suponen que ya el mercado está
cubierto por el premio. Pero hay un argumento de más peso: Yo pertenezco a una
generación silenciada por los medios. En mi lista somos más de 150
intelectuales, entre poetas, novelistas, narradores, teatreros, pintores,
periodistas, políticos y hasta narcotraficantes. Mi generación construyó este
país con todas sus miserias. Creo que fue Antonio Caballero quien se apresuró a
calificarla como “la generación desencantada”, solo para mencionar a algunos de
sus amigos de los que solo persistieron 2 o 3.
Fíjese usted, solo para relievar su importancia: Vallejo,
Álvarez Gardeazábal, Aguilera Garramuño, Duque López, Cruz Kronfly, Caballero,
Illán Bacca, Fayad... O Carranza, Jaramillo Agudelo, Restrepo, Cobo Borda,
Luque Muñoz... Yo la llamo la Generación sin rostro pero me gusta más llamarla
la Generación del ruido porque coincide con la aparición del rock.
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