Tomado de: El Espectador. |
La lluvia tenue incómoda no dejaba caminar rápido y con
agilidad entre las miles de personas que transitaban por las calles del centro
de Bogotá. El parque Santander ya disponible para el público después de varios
meses de estar en obras, es ahora, la pista de los skatersboard que intentan
deslizarse por los bordes de una fuente que aún no está en funcionamiento. Los
saltos con la tabla desde tres, cuatro y cinco escalones, resuenan con fuerza
entre tanto ruido de estas calles desbordadas de personas que caminan, hablan,
fuman, venden y bailan al son de una música navideña que siempre trae recuerdos
de un pasado mejor.
Por la avenida quinta, ya veía a personas caminando con sus
bolsas del Fondo de Cultura Económica,
ya había pasado una hora y media desde que empezó la feria del libro en el Centro Cultural García Márquez
ubicado en pleno corazón de la ciudad. Los carros que pasan lento por la
avenida, las familias que toman jugo, devoran paletas, consumen comida de
paquete; los niños que andan sueltos de la mano de las madres que se
entretienen viendo las joyas en las vitrinas protegidas con el mejor blindaje
que se pueda conseguir en la ciudad. Las cuadras de las joyas, esmeraldas y
rubís, el mundo ideal de las mujeres amantes de estas piedras preciosas. Yo sigo
mi camino directo a la librería, esquivando gentes que de un momento a otro, se
detienen para contestar una llamada, para amarrarse los zapatos o
sencillamente, para ubicarse, ¡qué incómodo!
La policía está en las esquinas, algunos uniformados miran
el celular, comen algo práctico para pasar el día y otros, juegan con la cinta
de prohibido el paso. En el centro Cultural G.G.M se encuentra la librería Fondo de Cultura Económica y es donde
cada año, se hace la feria del libro con descuentos, autores conocidos
recomendando libros, recomendando sus libros, gente de todas las edades que
caminan y pasan el tiempo esperando los precios que van variando dependiendo de
la hora. Esta actividad que inició a las cuatro de la tarde, terminó a la media
noche, cuando Bogotá ya cambió su cara, cuando los ciudadanos después de salir
de la librería, reciban el primer viento de media noche, quedarán contagiados
de esa Bogotá misterio que nace siempre después de las siete de la noche.
Desde la entrada de la librería, varias mesas estaban abarrotadas de libros de todas las áreas, todos con el veinte por ciento de
descuento, la gente se movía de un lado a otro, tomaban un libro, miraban la
contraportada, leen con detenimiento, algunos dejan el libro en el mismo lugar,
otros lo carga y suman libros, las manos ya no aguantan, deben dejar algunos
por ahí y seguir viendo, no se sabe cuándo se encuentran una reliquia que vale
la pena comprar. Miré pero sin mucha
atención los libros, literatura juvenil y libros de superación, cosas sin
sentido. A un costado de la caja, cuatro mujeres empacan libros en papel
regalo, se acerca navidad y no hay mejor regalo que un libro envuelto, con ese
aroma a nuevo, a descuento, a Fondo de
Cultura Económica.
Desde el umbral me golpeó una oleada de calor, la libraría
estaba llena y las filas para pagar eran interminables. Entré con cautela pero
mi corazón palpitaba a mil, mis manos temblaban y no podía controlar una
ansiedad por querer tenerlo todo, por cogerlo todo, por leer y comprar todo.
Caminé de un lado a otro, entre literatura universal, novedades, literatura
hispana, colombiana, filosofía, antropología, comunicación y hasta los libros
de cocina. Anduve despacio, meditando los movimientos, mirando la gente que
cargaba más de diez libros y sus manos no daban abasto, tomaban y dejaban
libros por ahí, un espacio para los niños, libros infantiles y las filas para
cancelar aumentaban.
Saqué mi lista de libros y empecé a buscarlos con calma, no
encontraba nada y más de tres veces me acerqué a una empleada de la tienda que
muy amable, me guió por todos los libros que solicitaba. Después de cargar
algunos libros en mis manos, mis brazos ya cansados me obligaron a dejar los
libros por algunos minutos en las mesas de recomendaciones sobre cualquier cosa.
Cambie de autores, dejé los más importantes y antes de empezar hacer la fila
infernal, escuché a algunos autores recomendado libros, hablando de literatura,
dialogando de un montón de cosas por veinte minutos. Hasta que tomé el valor y
empecé hacer la fila. La gente que se cruza, habla, ríe, compara precios, hace
cuentas. Yo miraba desde la fila la cantidad de gente que entraba y salía, los
que buscaban textos afanados, lo que lograban encontrar los libros deseados y
que ahora, custodiaban como fieles escoltas de primera dama.
Al ver la cantidad de gente entendí que en Bogotá sí se lee,
que hay gente comprometida con la formación intelectual y social, con el
cuidado de sí como lo expusieron los griegos y el afán por contribuir de alguna
u otra forma, con esta sociedad que necesita cambios. Jóvenes no mayores de 22
años con cuatro y cinco libros, algunos de filosofía, literatura, sociología.
Mujeres de 40-60-70 años con libros de feminismo, de diferentes ciencias que
independientemente de sus objetivo intelectual, lo que buscan es formar al
individuo y ayer, en la feria del libro, lo que se vio y se sintió fue el afán
y el amor por leer, por creer, por invertir, pues no hay mejor inversión que
los libros, una fuente de conocimiento inagotable que pueden consultarse en
cinco, veinte o sesenta años, el mejor regalo que uno se puede dar o dar a los
demás, es la formación lectora.
Vi niños que con sus libros infantiles, andaban por la
librería con la felicidad que le puede brindar también un carro control remoto
o, el play statión de última generación. Bogotá lee, pero necesita ferias como
estas, con descuentos, pues la gente ama leer, pero los libros en nuestro país
son muy costosos. Solo basta haber estado unas pocas horas, para sentir el
placer por la lectura, por los descuentos y por una sociedad fuera de tanta
banalidad.
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