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EL TIEMPO Y EL RITMO



(Juan Aurelio García)



Juan David Ochoa*

La virtud fundamental de Juan Aurelio García en sus textos de evocaciones continuas a la cotidianidad más invisible, es el ritmo. Y aunque parezca una virtud obvia y básica entre los cánones de la redacción y la literatura universal, no suele ser realmente tan práctica y tan evidente entre los centenares de textos que el talento disperso por el mundo publica con sus pretensiones abisales de partir el tiempo y sus corrientes.

El ritmo en su acepción más enciclopédica tiene una atadura flagrante con lo meramente musical y con el equilibrio de una puntuación imperceptible. En poesía, el ritmo sostiene el engranaje mismo de las sugerencias, y dimensiona la misma pretensión de una metáfora o una hipérbole hasta los temblores trascendentales del lector, hasta la conmoción de su aliento y hasta su letargo, cuando los símbolos y el ritmo han quedado rondando en la sangre después de que el punto final ha hecho sus silencios.

Tiempo reunido, obra general de Juan Aurelio, tiene de principio a fin la conciencia más aguda del ritmo, y la reiteración de revelarlo como un mecanismo explícito en su mirada del mundo. La cotidianidad va desplegándose con sus movimientos rituales de un día común junto a la musicalidad creadora de las imágenes que la convierten en extrañeza. “A los muros les están naciendo niños/ hacia adentro/ entre paredes, solos, los niños crecen/ por los espejos deambulan sus amigos/ y en un costado del pecho portan un miedo/ más grande que el asombro".

No hay disimulo en la obra al hacer del ritmo el sustento y el objetivo, y no hay evasión alguna en hacerlo protagónico del golpe del verso ante la percepción. Nietzsche solía escribir que los puntos en los textos debían ser puntillazos en la frente del lector. Hablaba claramente del uso y del equilibrio del ritmo, sostenido por la cadencia particular de cada palabra y por la precisión de un punto para hacerlas retumbar en el silencio posterior a las evocaciones.

También la ironía es un combustible permanente entre su cadencia y sus claves sonoras: “Nadie nunca/ casi nada/ apellido y nombre/ nunca nadie/ de nuevo hijo/ del fallido ensayo/ el hijo de nadie/ del incierto nunca/ que a la vida aplaza.” Hay una continua fijación a las ambigüedades de la identidad y del Yo, la palabra de las palabras entre un lenguaje inventado por el ego y las necesidades de la convivencia.


Esa tendencia en sus obras y sus textos se repite desde distintos pretextos, generalmente con la misma intención final, recrear la incertidumbre que sugiere insistentemente la cotidianidad y sus bestias invisibles.

*Poeta y columnista de El Espectador.


Cosechas de suburbia                

Para Ana Isabel

De una ventana va brotando un brazo
 y otro de la cópula de la arena y el ladrillo
 por alguna grieta de la reseca pared

Milagro comparable al de ciertas plantas
que surgen de las fisuras del asfalto
algunas incluso con el descaro de florecer 
y hasta prometiendo fruto

De la puerta, cuando se entreabre 
al fondo se advierte una cabecita 
que a veces intenta asomarse, como abortada 
pero al final termina reculando 
luego que sus ojos y brazos, entre lágrimas
intentaran huir tras de algún ala o veleta
de algo entre el viento y la luz 
que se mueva, sea libre o tenga vida

A los muros les están naciendo niños
hacia adentro
entre paredes, solos, los niños crecen
por los espejos deambulan sus amigos
 y en un costado del pecho portan un miedo 
más grande que el asombro

Ciertas variedades crecen entre rejas 
dóciles, practican la línea recta de un lápiz imborrable
y festejan sus logros en el patio cuadrado 
de los sueños ajenos

Entre un niño y otro hay siempre una pared 
que sólo la desobediencia o la compasión desploman
 o algún domingo o día de feria
y así conocen sus nombres primero que sus rostros 
comparando con los otros el tamaño de sus mundos

En casa el mago tv los alimenta y amamanta 
mientras ellos crecen entre paredes babilónicas 
pero de las ventanas o pequeñas troneras
de todos modos van saliendo brazos y torsos 
o de las puertas, cabezas que vacilan
 y a veces se fugan o se quedan estáticas
como altas espigas mustias 
uncidas a la nube que pintaran en un muro

Algunos alcanzan a exclamar por entre rejas
“cuándo estaré grande para pegarme un tiro” 
otros sólo tienen pesadillas
–amables a fuerza de repetirse– 
en las que de a poco intiman 
con espectrales criaturas sin rostro
que tendrán por amigas
 en previsibles esquinas de grafitis y orín 
visibles a medias entre la noche y el humo…

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