Julio César Arciniegas
Benhur Sánchez Suárez*
Hace
quince años me sorprendió la publicación de un libro bajo el título de “La ciudad inventada” (2001). Pero lo que más me sorprendió fue conocer a su
autor, un hombre sencillo, como salido del campo, como si acabara de dejar el
azadón o la peinilla del despeje de malezas en su siembra.
Y mucho más al leer:
“Se nace en los
cuartos cerrados
en la queja de los
espacios
en la vecindad de los
dioses
donde el volatinero
dibuja silogismos en las
líneas aéreas.”
Estos versos no son de una persona cualquiera, me dije. Leyendo
su libro nos hicimos amigos.
Tiene el nombre de los emperadores, Julio César, y el
apellido de reconocidos escritores y pensadores colombianos, Arciniegas. Sin
embargo, en forma peyorativa se le ha dicho a Julio César Arciniegas Moscoso, poeta campesino. Peyorativa porque los
términos pueden significar dos cosas: que es un campesino que escribe poesía,
lo cual es cierto pues vive de laborar la tierra y es escritor, o que es un
poeta cuyo tema es el campo, lo cual es cierto parcialmente, pues es poco el
caudal de la labranza y del paisaje el que ha quedado consignado en sus libros.
Se asoman los árboles, por supuesto, pero sus árboles personales, esos que
crecen en su imaginación.
Tal vez quienes lo llaman así lo hayan hecho de manera
despreciativa, como si la poesía fuera potestad de los ambientes urbanos y
desarrollados y no nacida de lo profundo del alma, del conocimiento y de la
vida. O tal vez lo hayan hecho por cariño lo cual es, sin embargo, un afecto
minusválido por su falta de grandeza.
Así que no es válida ninguna de las formas para Julio
César, pues él sólo es un POETA, simple, llanamente, y con mayúsculas. Y,
además, un gran poeta. Su apariencia, campesina y rústica, su sencillez,
encierra en realidad la postura de un hombre profundamente comprometido con la
literatura. Lector incansable, ha formado sus armas expresivas en la fuente de
la más rigurosa poesía del mundo y a su parcela no sólo ha cargado elementos
necesarios para vivir en el campo sino un cargamento de libros que contiene
poetas, ensayistas y novelistas. Y del campo ha sacado productos para vender y
subsistir y originales escritos en sus noches de insomnio y de fatiga.
Me consta esa entrega. Cuando nos conocimos, yo dirigía la
Biblioteca Darío Echandía, del Banco de la República, en Ibagué. Y cuando me
visitaba, contrario a lo establecido, le permitía llevar cuantos libros quisiera
y él los devolvía quince o treinta días después, para renovar el cargamento. Nunca
dejó extraviar ningún título. Entonces yo me preguntaba ¿cuándo trabajará la
tierra si se lo pasa leyendo? Y, además, escribiendo como loco, como si de eso
dependieran la florescencia de los cafetos y la cosecha de los plátanos.
Con la lectura de esos escritores fortaleció su experiencia
vital y literaria y ellos fueron su faro en los atardeceres, noches y auroras,
cuando las labores que le prodigan el sustento esperan las horas propicias
mientras él nutre su espíritu y desborda su imaginación creadora.
Tres libros iniciales dan cuenta de su búsqueda de un
lenguaje, que envidiarían los poetas y escritores de cóctel y de bohemia
citadina, lenguaje que aterriza sus imágenes de un universo que ha sabido crear
en la soledad de las noches campesinas: La ciudad inventada (1999), Color
de miedo (2001) y Números hay sobre los templos (2003).
En el 2007 sorprende nuestro mundo intelectual con el
Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob, otorgado a su libro Abreviatura
del árbol, en el certamen literario que patrocina la Casa de Poesía
Porfirio Barba Jacob en Medellín.
En el 2010, Caza de Libros, editorial independiente con
sede en Ibagué, se aventura a publicar 50
poetas colombianos y una antología, en la misma forma como Pijao Editores
publicara un año atrás su colección 50 novelas
colombianas y una pintada. En esa colección de antologías personales
aparece de Julio César su obra titulada “Consumaciones”,
título con el cual publicara el año anterior un libro en la colección de la
Universidad del Valle.
Esta es una afortunada antología en la que, sin embargo, no
aparecen sus primeros libros, tal vez porque quiso centrar su presentación en
los dos títulos que más renombre le han conferido: “Abreviatura del árbol” y “Consumaciones”.
Tal vez aquel mote, que se le endilgó por cariño y no por
envidia, tan abundante alrededor de quien logra sobresalir por encima del común
de los mortales, se desmienta con su producción poética. Porque no es,
precisamente, su entorno, trasladado a su concepción del mundo, el que pueda
permitir llamarlo de esa manera. No. Por el contrario, es más su cultura
libresca la que cualquier lector del mundo podría percibir al leerlo, sin
imaginar siquiera que al lado de la siembra ha devorado sin cansancio todos los
libros que lleguen a sus manos. De ahí que sus referentes más distinguibles
sean autores europeos y culturas como la griega, francesa o alemana. Es muy
poco lo visible del entorno de su querido campo, aunque eso poco que hay en su
poesía establece la diferencia.
Sin embargo, a pesar de la falsa idea de lo universal que,
no sólo él, mantiene como horizonte, su libro revela su condición humana,
revela su origen, y es ahí cuando logra ser sólo Julio César, cuando se hace
diferente en su identidad poética y puede conquistar una trascendencia mayor
que el montón de seguidores de esa montonera que ha sido hasta ahora la cultura
occidental en nuestro medio.
Veamos cómo su condición de hombre de campo se revela
poéticamente:
Cada vez que me
inclino
el acto de sembrar me
convierte en Dios.
Me inclino en el
equilibrio de la tierra
convertida en medida
dolorosa, vuelta al deseo de las raíces.
La gota es un camino
por el que se llega al sol.
Soy antiguo y
sospechoso como un árbol que se
eleva
en lo profundo de la
noche.
Y otro ejemplo más:
De estas dos orillas
donde vivo,
en el extremo de una
se recorre la expansión
de las estrellas,
de la otra se tienden
los espíritus que reiteran
la siembra.
Sobre ambas ha
crecido la noche,
en cada orilla doy un
paso en la dirección del olvido.
Pareciera que el autor dejara escapar desde su inconciencia
los efluvios de su condición de hombre de campo enfrentado al universo. Y el
forcejeo que establecen en su interior la cultura aprendida en los libros y la
cultura cotidiana del hacer, vivir y soñar en su parcela de Rovira (Tolima).
Sin lugar a dudas esta antología es uno de los mejores
libros de poemas publicados en los últimos años en el Tolima. Sus juegos
oníricos permiten descubrir el vuelo imaginativo de su autor, su arduo trabajo
con las imágenes, la dura asimilación de la modernidad, que él ironiza con sus
dioses de lo cotidiano, esos que, a la manera de la mitología griega, conviven
con los ordinarios mortales.
Desde las entrañas del municipio de Rovira ha salido este
hombre para demostrar que la capacidad creadora no es propiedad de habitantes
de la ciudad sino de la inteligencia y la disciplina, la lectura y la escritura
constantes. Y que no es una obra producto del azar, sino de un proceso de
creación pulido a golpes de insomnio, de esfuerzo y esperanzas.
Poetas como Julio César Arciniegas y Nelson Romero Guzmán,
ganador del deseado Premio Nacional de Poesía 2015, y del Premio Casa de las
Américas 2015, enaltecen la literatura colombiana.
*Novelista y artista plástico colombiano.
*Novelista y artista plástico colombiano.
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