Cuando pensamos en el género de la novela emerge de nuestro recuerdo una cantidad innúmera de imágenes de todo tipo, esencialmente de acciones y de anécdotas. Dos ejércitos enfrentándose en una playa de Grecia, un caballero andante luchando contra los molinos de viento, un joven asesinando a una avara anciana, un hombre que al despertar se ha transformado en una horrible cucaracha, un hombre que simplemente recuerda su pasado o que lo evoca por el olor de una magdalena mojada en el té, otro hombre que asesina a un árabe porque los rayos del sol lo enceguecieron, una mujer que da una fiesta mientras un poeta se suicida. Para Mario Lancelotti, una novela jamás se leerá en su totalidad, y sólo quedan en el recuerdo algunas de aquellas anécdotas que el autor relató, en especial si el lector se identifica con éstas. Para Roland Barthes, estas anécdotas son las que hacen avanzar el develamiento del enigma o del destino de la narración, anécdota que florece de la neurosis del autor. Pero, ¿qué ocurre cuando la novela carece de anécdotas, cuando la narración de hechos es casi nula? Nos enfrentamos a una anti-novela, —aunque en este caso no sea del todo cierto como lo veremos más adelante—, nos enfrentamos a una narración que se preocupa más por el lenguaje mismo y por el contenido, que por los hechos que encausan el destino. En pocas palabras, esta novela —o anti-novela, ya lo decidirán ustedes— de Andrés Pinzón titulada Cómo penetrar a Laura, es una barcaza sin maderos ni aparejos, que zarpó sin rumbo desde las playas del lenguaje hacia el horizonte.
Puede resultar paradójico, incluso inconveniente que una novela no relate acontecimientos, que se centre únicamente en la reflexión como terapia psicoanalítica y en el propio lenguaje, y no resulta inconveniente para el autor, que para llevar a cabo esta ambiciosa tarea debe ser más ególatra que el resto de autores y tener mucho más convencimiento propio. El inconveniente es para el lector, para mantenerlo enganchado a la obra, para seducirlo. Tenemos entendido que la novela tal como la conocemos es un producto de la reproductibilidad del arte y se creó para el consumo de las masas, por más que un autor desee pelear contra la forma sistemática de reproducción, jamás se podrá negar esa diferencia que esclarece Benjamin entre el narrador y el novelista, porque mientras el primero narraba de forma oral sus relatos a la comunidad y buscaba dar consejo sobre la vida, el novelista creaba en soledad sus obras y no buscaba dar consejo sobre la vida, sino ahondar y preguntarse por el sentido de la misma. En esta vía, la novela de Andrés se sumerge en una insondable pregunta por la vida y por la muerte, por el bien y por el mal, por lo que perece y lo que trasciende, y de este modo, logra cautivar al lector, llevándolo en su barcaza desprovista de mayores avíos, al fondo del océano.
Pero Cómo penetrar a Laura tiene un centro definido, como lo diría Pamuk, y es el encuentro y desencuentro del narrador-personaje con Amor, que es tomado como otro personaje más de la novela, quizás el segundo en orden de importancia, porque es éste quien moverá los hilos del destino —como si Andrés fuera un personaje de la tragedia griega luchando contra el inexorable e inmutable destino—, para que se consume el acto de hacer el amor, en especial el de la penetración a Laura. Pero hacer el amor o el acto de amar tienen una connotación más simbólica en este libro que me hace recordar el poema Una carroña, donde Baudelaire nos cuenta cómo sale a pasear una mañana de verano con su amada Jannie Duval y en medio del camino se tropiezan con una carroña, un animal infame, dice él, que se está descomponiendo y era tal su hedor que su amada creyó caer desmayada, hasta que en la antepenúltima estrofa Baudelaire le dice «Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,/ que esta horrible infección,/ ¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,/ tú, mi ángel y mi pasión!», comparando a su amada con el animal infecto que yace en el lecho sembrado de guijarros. Pero lo que en verdad le dice Baudelaire es que él la ama más allá de la carne que perecerá, la ama por encima de ese cuerpo que será igual que la basura que observan, la ama incluso más allá de la muerte, porque él pretende lo infinito de ella, quizás todos los hombres podrán poseer su carne, pero ninguno lo que trasciende de ella.
Del mismo modo ocurre en Cómo penetrar a Laura, pues Andrés, el narrador-personaje —no se vaya a confundir con el Andrés de la vida real que suele ser más irónico que el de la ficción—, nos arroja a su narración como si nos arrojara sin previo aviso a un río profundo, donde en ocasiones hay pasividad en el lenguaje cuando alcanza altos vuelos poéticos, cuando construye acertadas y hermosas metáforas, cuando inserta en el momento indicado fragmentos de canciones; pero en aquel río de sus palabras también nos encontramos con rápidos que aumentan la tensión cuando Andrés se decepciona aún más de la vida, cuando sin ser adepto de los análisis críticos de la sociedad y a pesar de que no le guste el contexto, el narrador-personaje está atado a él, cuando hace señalamientos agudos contra el modelo judeo-cristiano y occidental, cuando pierde a Laura, cuando enferma, cuando sufre, en especial de impotencia —que resulta ser también simbólica—; su narración también nos detiene, como si el río se quedara estático y el movimiento fuera apenas perceptible, pero sentimos entonces que nos empuja al fondo, nos sumerge en una marisma de incontenibles reflexiones atravesadas por las escuelas de la filosofía occidental —desde los filósofos presocráticos hasta los existencialistas toman la palabra—, presentándonos en el fondo las deidades de diversas culturas, reseñando para nosotros mitologías de pueblos extintos, llevándonos hasta el fondo, hundiéndonos con él en su desespero por hallar respuestas a su otra muerte, como él mismo lo enuncia; y por último su narración narra o relata algunos pocos acontecimientos, fragmentos apenas de una vida que tangencialmente se cruza con otras, en particular con la de Laura a quien poco describe, sólo algunos pincelazos podríamos hallar de su físico, de su actuar, pero cuando finalizamos la novela suponemos conocerla toda, desde su forma de cantar, hasta su forma de pagar el coste del pasaje del bus.
Por eso no podemos afirmar que se trata de una anti-novela como el mismo narrador-personaje lo anota. Además, debemos tener en cuenta que como lo enunció Lúkaks los personajes de una novela siempre están siempre buscando y Andrés siempre busca ese momento, sagrado, único para penetrar a Laura; la novela es un proceso, algo que está sucediendo o está por suceder y dentro de toda la narración Andrés nos hace esperar hasta la páginas trescientos; «la psicología del héroe novelesco es el campo de actividad de lo demoníaco», y el narrador-personaje también es dual, antitético pero sincero, dialéctico y por lo tanto humano; «la novela es la epopeya de un mundo sin dioses», y Andrés duda, todo el tiempo de la occidentalización y de lo simbólico-religioso; «la ironía es parte esencial de la novela, ironía que hace que el autor se disocie entre su mundo interior y el mundo exterior» dice (Lukács, 2016), aspecto que encontramos con total claridad en esta novela, porque su amor y su percepción de la vida son totalmente contrarias a las establecidas.
Así y como se enunció al inicio, no podríamos afirmar con total holgura que ésta sea una anti-novela, aun conociendo las intenciones del autor de escribir una narración de largo aliento sin narrar acontecimientos, sin acciones, por el contrario, esta es una novela de formación donde hallamos a un personaje que nos relata su proceso de transformación pues debe atravesar varias etapas de su vida, del desarrollo de su vida, en especial aquellos vinculados o tocados por Amor. Aunque debemos salvaguardar las intenciones comunicativas del autor, que desea ante todo destruir al lector, someterlo, arrastrarlo hasta las fangosidades del bello río que nos presenta al inicio de la narración, quizás por esto, y al final de cuentas, sí sea una anti-novela, porque no pretende lo trascendente, no pretende seguir el camino trazado por la narrativa actual, en especial la colombiana, atravesada por la violencia y los hechos históricos, aunque su novela resulte haciendo referencias históricas de varias épocas de la vida del personaje, y violenta en tanto al lenguaje mismo y su trasgresión.
Y aquí seguimos en la barcaza sin destino de Cómo penetrar a Laura, que también resulta ser una novela simbólica. La misma Laura es un símbolo de algo que cada lector debe signar, la penetración a Laura es otro símbolo recurrente y crucial de la obra; Eros, la vida, el suicidio y sus referencias a la tragedia griega, el mar y su infinitud otro símbolo creado a partir de la reflexión que le da vida a los escenarios de la misma narración, que son escenarios interiores. Así, esta novela es deductiva, nos arrastra al fondo de Andrés que suele ser el mismo de cada uno de nosotros.
Ahora su narrador, extraño narrador —quizás quienes hayan tenido la fortuna o el infortunio de hablar con el Andrés autor—, sabe que se enfrentaba a un emisor culto, a un filósofo enamorado de la literatura, a un buen lector, a un hombre sin filtro en la lengua para destajar a cualquier cristiano. Así mismo el Andrés narrador-personaje, en inicio le habla al lector de forma directa, lo invita a proseguir y también lo insta a detenerse dada la peligrosidad del texto; en otras ocasiones le habla a Laura, a la que se fue, a la que estuvo y a la que amará; en otros apartes le habla de nuevo al lector pero como confidente, como si estuviera confiándole un secreto sobre el Andrés narrador, para que el Andrés personaje no se entere; y en otros momentos le habla a Andrés como si éste fuera un tercero cuando relata sus recuerdos, para darle objetividad al pasado. Pero, en definitiva, le escribe al lector para reconocerse así mismo, haciéndonos entender la literatura como espejo y espejismo de la realidad, por eso el amor que siente por Laura es idealista, y el narrador lo sabe y juzga al lector por seguirle el juego.
Debo concluir diciendo que Cómo penetrar a Laura es una bella novela, extraña, sí, matizada bajo diferentes fulgores, forjada bajo diferentes fuegos, que deja un amargo sabor residual en la boca, melancólico, pero que en definitiva es una novela de amor, sobre el amor y sobre Amor. No me queda más que invitarlos a zarpar en esta barcaza sin avíos y sin maderos, se dirige rumbo al horizonte, que como dijo Rimbaud, «es donde se une el sol con el mar».
*Novelista colombiano. Publicó hace poco el libro Rifles bajo la lluvia.
¡Felicitaciones al extraño narrador!, pero más que eso, la "fortuna" de ser su amigo por par decadas y escuchar los relatos directamente de su autor en sus buenas inspiraciones (polas y rock), y me llena de orgullo conocer que se reconozca su talento, su mágica narración y esa dedicación a su trabajo, no solo novelas sino tambien su poesía, gracias por compartir este blog
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