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Siempre es hoy

 ―Argentina. Un perfil sobre María Marta de Urraza*, La reina del rock 

María Marta de Urraza | Foto: Adriam Bastidas

Por Adriam Bastidas* | Colaboración especial


Llegué a la música porque me pareció que la presentación de la poesía no era lo suficiente vibrante. Así que me fundí en la poesía improvisada con los acordes de rock básico. 
―Patti Smith


En la localidad de Tolosa, nombre dado en homenaje a una ciudad del País Vasco, cercana, casi hermana, a la capital de la provincia de Buenos Aires, donde se distinguen los ya remodelados galpones ferroviarios de la línea de trenes General Roca, oxigenada por gran variedad de árboles a lado y lado de las aceras, dignas alamedas que se mezclan con las añoranzas de calles empedradas, adoquines testificantes, omnipresentes del espacio tiempo transformador entre lo vanguardista o el tradicional trazado damero, con fachadas de casas y edificios verdosos por el musgo y el césped, dándoles un tinte fantasioso como de viviendas de hadas, entre esquinas de bodegones vetustos, panaderías artesanales, callejones con olores a marihuana y metal fundido, habita, en este casi arcano lugar, La reina del rock

En plena época de La Guerra Fría, revoluciones y economía mundial prostituida, a la Argentina se la comían a mordiscos, sin masticar, los militares. El terrorismo de estado brotaba entre la pólvora y el camuflado. Por esa época nacía un 30 de abril de 1970 en la ciudad de La Plata, ciudad masónica, y por ende mística y rítmica, María Marta; dos nombres bíblicos representativos de un alma sublevada, en un cuerpo de un metro sesenta, carácter robusto, con locura regocijante, que se expande entre un pelo azabache liso y mirada contemplativa, todo un cóctel onírico que provoca un trance visceral al momento de amarla. Fue criada por "una madre de mierda", como manifiesta ella, un padre ícono, protector y amoroso; fue una infancia de sonrisas y consejos fraternales de la abuela Alicia, quien le compraba instrumentos musicales para despertarle más su alegría, y a su vez, quien le pagaba clases de teatro con el profesor César Palumbo, el cual, tiempo después en el proceso cíclico de las vidas, volvieron a encontrarse para enseñarse mutuamente. 

La reina creció, experimentó, y entre esas experiencias, agudizó los oídos. Gracias a unos primos que vivían en Chascomús establece la conexión con el género musical que la hará extasiar toda su vida. El rock and roll será su cosmovisión, la serenidad entre las penurias, la doctrina del ser y el hacer, las melodías que irán avivando toda la potencia femenina. La nena Martita ya tarareaba canciones de Sui Generis, ACDC, Luis Alberto Espineta, The Rolling Stones, Peter Garret, Charly García, The Beatles. Mientras la dictadura masacraba, la guerra de las Malvinas se acercaba, el rock nacional era el auge de salvación: poesía, distorsión, gritos, redoblantes, conciertos, escondites. “¡Siempre me gustó más el rock, antes que la cumbia, lo debo aclarar!”, dice, mientras la nostalgia la va provocando. 

Su madre para castigarla decide llevarla a la escuela agraria del Bavio, ubicada en un pueblo chico, con zona tambera. Dicho castigo terminó siendo toda una felicidad: María Marta terminó amando el pueblo, sus experiencias con el campo y su gente, quienes la llaman aún Martita, pero en el fondo saben que es un volcán: fuerte, explosiva, energética; gente con la cual aún se sigue viendo para paseos, asados y unos buenos vinos. Fue la época en la que "los militares ya no mordían, pues ya habían descuartizado a toda una patria" y la rockera con corona se graduaba de técnica agropecuaria. 

Hoy la dama descansa en su casa, se siente más liviana, en paz con todos y consigo misma; rememora aquellas experiencias inolvidables como el viaje a Bariloche con sus compañeras de estudio, donde bailaron hasta el éxtasis, danza de sensualidad y juventud a partir de la música disco, otro de los géneros que apasionan a la reina; y ni hablar de su primer concierto, su primer recital viendo al gran Piero, en el polideportivo del club de fútbol gimnasia y esgrima de La Plata, con el poder de su guitarra y la poesía en la melodía llevando un fuerte mensaje para la humanidad; y la chica de 12 años, un poco asqueada debido a las tradiciones futboleras, pues cuando se es hincha de estudiantes de La Plata no se soporta nada del equipo rival, pero por la buena música se superan los fanatismos. 

El segundo concierto fue en el mismo lugar dos años después, pero esta vez quien llenaba de explosión musical cada una de las fibras de Martita era la mítica y ya legendaria agrupación de rock and roll Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, más conocidos como Los Redondos, banda de las entrañas de la ciudad, símbolo emblemático del rock nacional popular argentino. Asistió con dos grandes amigos, mayores que ella, que la cuidaron durante el recital y durante la gran trifulca que se formó en el polideportivo; ella recuerda la cantidad de botellas que volaban por encima del escenario y toda la euforia marcada por quienes comenzaban a ser un hito en la historia. 

“El rock es emoción, emociones que respiran felicidades”, manifiesta la reina. Se considera una cajita musical; de este género le gusta la aceleración, los intervalos, el ritmo fuerte que, con la experimentación cada uno adquiere su estilo, trasmite y despierta sentimientos. Le encanta cantar esas canciones que le han dejado recuerdos, que la hacen sonreír, con su voz particular, como de vino tinto tibio, mientras agranda la caja torácica, agranda el alma, una voz con mezcla de suavidad, ronca y de carácter, exclusiva para el blues y para los tangos. 

Esta hermosa rebelde con causa se define como "una simpática enana, fuerte, venenosa", con demasiado humor negro, pero sobre todas las cosas y dificultades, positiva, extremadamente positiva, aunque los más allegados la definen como "una gigante grosa, de carisma desbordante"; para esos amigos prevalece la sinceridad, aunque algunos se han perdido en el camino por hacer cosas raras. El agasajarlos cada vez que la visitan es su ritual: ella de inmediato enciende el fuego en el asador y la chispa de la fraternidad también se enciende, todos le reconocen su locura y entre mates, faso, carne y cervezas, se establecen lazos de por vida. 

En lo que corresponde al amor, encontramos total desolación. La reina, con sus propias palabras, manifiesta que es todo un desastre con los hombres; es una mujer abandonada, el padre de su hijo la dejó a los cuatro meses de embarazo y con una amenaza de aborto. Tirada en un hospital, su hijo nació a los siete meses; ninguno de sus novios la supo valorar, ninguno tuvo la gallardía de respetarla, con ninguno de ellos se sentía cómoda, en especial con ninguno de esos amores se sintió ella autentica, genuina. Todo por el egoísmo machista; hasta los despertares de hoy, aun no recuerda cuándo y cómo fue su primer orgasmo y pone en duda si alguna vez amó con sinceridad. Daba la casualidad de que la gran mayoría de estos hombres que regresaban a la vida de la rocanrolera siempre la encontraban sola, y ella los aceptaba pensando que ahí estaría el amor. Esa fue la equivocación ahora a los 50 años, reflexiona, y sabe que nunca es tarde para aprender. 

Quien nunca la abandonó fue el rock. Ese ha estado allí, siempre amoroso, siendo vital en la vida de una gran mujer, dándole experiencias de distintos matices, como por ejemplo, el concierto de la banda punk The Ramones. La diosa del rock viajó al gran Buenos Aires en compañía del novio de la época para disfrutar de estos neoyorquinos y conoció todo el poder del estallido de guitarras rápidas con canciones cortas. También conoció la mezquindad de los cabezas rapadas, destruyendo todo a su paso, atacando a los asistentes y el furor de la banda estadounidense trasladada al público: peleas, gente cayendo desde las tribunas, policías correteando a jovencitos, drogas, ebrios incontrolables, noche de caos en la ciudad porteña. 

Entre otras anécdotas musicales, está la vez que María Marta trabajaba como impulsadora de una marca de gaseosas y con su grupo de trabajo les tocó hacer toda la actividad publicitaria de la marca en el concierto de Michael Jackson en el estadio monumental, cuando de la multitud fue apareciendo Charly García con una petaca en la mano, pidiéndole permiso a todos los presentes porque quería estar en primera fila. Un ídolo del rock mundial queriendo estar de primero para admirar al rey del pop

Esta privilegiada del rock también disfrutó a Bon Jovi, a The Rolling Stones, a los Red Hot Chili Peppers, pero nada comparable al concierto despedida de Soda Stereo, un recital alucinante, no sólo por la banda enigmática en escena, ni por la compañía de Flor, la hermana menor de la reina, sino porque fue el día en que Martita probó el éxtasis por primera vez. La voz de Cerati entraba a la conciencia y el ácido hacía catarsis, todo un acto de simbolismo musical, toda una espiritualidad entre la música, y el poder de ser mujer libertaria que comprende que la vida es deleite y poca cordura. 

Ha llegado el otoño. La reina del rock pasa sus tranquilidades en compañía de su perra Mafalda, reconoce que tocó fondo y sobrevivió. En ocasiones recibe la visita de Matías y rememoran cuando fueron a ver a Los piojos: él tenía 11 años, la banda saltó al escenario y las lágrimas del chico también saltaron por la emoción, estaba perplejo, anonadado, era su primer abrazo con el rock. Despabiló con el remezón de su madre, quien le dijo: “alístate que empezó lo mejor”.

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*María Marta de Urraza (Argentina), actualmente trabaja como ayudante terapéutica, graduada de técnica agropecuaria y graduada de bibliotecaria documentalista de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP). 

*Adriam Bastidas (Colombia) docente, periodista independiente, licenciado en ciencias sociales, magíster en periodismo y medios de comunicación, diletante experimental de la fotografía y la escritura. Es colaborador en la revista El farol cultural y en el portal digital La cola de rata. 

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