La editorial Random House Mondadori en su último plan para conquistar el mundo digital, ha lanzado una plataforma de blogs con el lema ordinario megustaescribir.com/ Se trata de un sistema de comunidad cerrada (sólo para escritores) en que cualquiera que aspire al mote honorífico puede abrir un blog, publicar sus textos literarios y esperar a que sea muy visitado con lo que la editorial considerará una eventual publicación de los contenidos bajo su sello digital.
Las herramientas permiten publicar en línea, hacer booktrailer, participar en foros, comentar los libros ajenos y comunicarse con otros escritores. Cada tres meses, anuncian, se hará un inventario de las novelas o blogs más seguidos para editarlo en digital.
Como estrategia de difusión la editorial ha invitado a escritores formados, algunos de su propio catálogo, y que aun no tenían presencia en la web para abrir sus blogs en una sesión de la plataforma llamada el sindicato. De esta forma la plataforma busca intercalar nombres anónimos con nombres difundidos y encender el interés por el sitio. Entre los escritores jóvenes invitados destaca el blog de la ensayista mexicana Valeria Luiseli, pero lo más sorprendente es encontrar un blog firmado por Rodrigo Fresán. En la última entrada el argentino, además de soltar algunos dardos contra los blogs anónimos y twitter, ha hecho un Arcade Projec (un texto de citas) con todo lo que han dicho otros escritores sobre la obra y personalidad tutelar de William Faulkner (el 6 de Julio se cumple un año más sin Faulkner). La nota recuerda las pugnas entre la élite intelectual norteamericana que se peleaba con el sureño el primer lugar del podium: Hemingway (que le atribuía su mejor prosa al influjo de Whisky) Fitzgerald, el sobrevalorado, situado siempre por una serie de dandys fanáticos y miopes cerca al primer sitio. Syron, Ann Porter, Onnetti, Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Borges, García Márquez, Muñoz Molina, Javier Marías: por la nota deambula una verdadera galería de escritores que ponderaron la obra de Faulkner y que garantizan hoy (el título del artículo es Mientras NO agoniza) su perduración.
Dice Fresán que dicen los otros:
La percepción de Faulkner –quien, más allá de esconderse mal tras la transparente máscara de un ignorante, lo leía todo y hasta tuvo tiempo de dedicar un elogio a Salinger– entre sus colegas titanes fue, en principio, variada. Vladimir Nabokov, por supuesto, lo reduce a “imposibles estruendos bíblicos”. Thomas Mann, leyendo Una fábula, la encuentra “un poco barata y fácil”, pero alaba su conocimiento de la vida militar. Jorge Luis Borges –quien lo traduce y lo alaba en público –firma en 1937 una reseña que abre calificándolo de “aparición tremenda” y cierra con un “¡Absalón, Absalón! es equiparable a El sonido y la furia. No sé de un elogio mayor”—en privado y para oídos de Adolfo Bioy Casares desdeña su “acumulación de atrocidades” e ironiza finamente con un “si el carácter shakesperiano fuera la mayor excelencia literaria, Faulkner sería el más grande escritor de nuestros días”. Anthony Burgess, por su parte, advirtió que “rimbombante y difícil como es, Faulkner justifica el esfuerzo”. Alberto Moravia, en cambio, lo recomienda sin atenuantes y con un “cuando se examina la ficción moderna que se ha escrito en Europa en el último medio siglo, se encuentra la huella de Faulkner por todas partes”.
Más crueles –cabía esperarlo, apenas disimulando su terror ante el abismo con el bravucón y casi automático reflejo de matar al padre— fueron sus inmediatos descendientes nacidos en la misma y sureña patria chica. Carson McCullers –a quien Faulkner llamaría “mi hija”—juntaría coraje con un “Tengo más para decir que Hemingway y, Dios lo sabe, lo digo mejor que Faulkner”. Flannery O’Connor –Faulkner alabó su Sangre sabia—confesó que “intento ni acercarme a él para que mi pequeño bote no se empantane… Su sola presencia entre nosotros constituye una gran diferencia en cuanto a lo que un escritor puede o no permitirse hacer. Pero nadie quiere ver a su mula y carreta arrastrándose sobre los rieles por los que pasa rugiendo la locomotora de la Dixie Limited”. Katherine Ann Porter lo describió, luego de verlo en directo, como “un viejo gallo de riña que ya cansa con esa postura de anti-intelectual y anti-literato”. William Styron –quien cubrió el funeral del maestro como “una muerte que nos disminuye” y cuyo celebrado estreno con Acuéstala en la oscuridad es definitivamente faulkneriano rozando, por momentos, el pastiche– aseguró que “Faulkner no ayuda lo suficiente al lector. Estoy a favor de su complejidad pero no de su confusión… Triunfa a pesar de sí mismo en El sonido y la furia, pero es demasiado intenso por demasiado tiempo. Acaba siendo algo grande y lo que maravilla es cómo puede mantener tanto tiempo una nota tan alta, tan larga y tan delirante”. Eudora Welty: “Es como una gran montaña en tu vecindario. Es bueno saber que está ahí, pero no te ayuda en nada con tu trabajo”. Y Truman Capote –quien admitió que Luz en agosto era una obra sin par— dijo no ser un gran admirador suyo porque “es imprudente, muy confuso, y no tiene control alguno sobre lo que hace” para después lanzar risitas revelando la afición a las ninfas del viejo jinete.
Menos problemas tuvieron con él los que vinieron después y siguieron su estela: todos ellos escritores de escritor descendiendo de un escritor de escritores. ¿Posibles nombres de sureños o no, pero todos tejedores de frases largas y sinuosas? Malcolm Lowry, William Goyen, Harold Brodkey, Barry Hannah, Allan Gurganus, James Dickey, Robert Penn Warren, Jayne Anne Phillips, Cormac McCarthy, Walker Percy, Denis Johnson, Rick Moody, David Foster Wallace, Brad Watson y Michael Ondaatje quien recordó que “cuando leí a Faulkner, de repente me di cuenta de que la prosa podía tener la libertad y la posible indisciplina de la poesía. Y, también, destellos de Faulkner en el movimiento perpetuo de los beatniks (“el único hombre vivo que escribe realmente como nosotros es Faulkner”, le escribe Allen Ginsberg a Jack Kerouac), y en las canciones pantanosas de REM y de Jim White, y en los relámpagos de Bob Dylan quien, en 1964, viajó a Oxford, Mississippi, para ver a Faulkner y, aunque no lo encontró, regresó de ese viaje electrizado.
Nadie vuelve a ser el que era después de Faulkner, para quien no parece haber épocas ni fronteras. Así, el muy faulkneriano Salman Rushdie certifica su influencia en la India y en África. Y, por supuesto, en nuestro idioma. En Latinoamérica (ese sur que comienza al sur del sur de Las palmeras salvajes; de ahí que para García Márquez El villorio sea “la mejor novela sudamericana jamás escrita”). Y en España (donde Juan Benet lo abrazó con un “es el escritor que más he admirado, el que más he leído, es una constante en mi vida, me ha influido como el cielo que me ha visto nacer o como el mismo lenguaje… No dejaré de leerlo nunca, para mi propio estímulo, en los años que me queden de vida. Y por eso nunca llegaré a conocerlo” y Javier Marías considera que “cualquiera que tenga curiosidad por la novela del siglo XX en cualquier idioma tiene la obligación de leer a William Faulkner”) y otros paladines del hombre como Antonio Muñoz Molina y José María Guelbenzu se suman a la fiesta.
¿Será una plataforma de motivación literaria?
Foto: William Faulkner en Hollywood
W.Faulkner afirmó que los tres mejores escritores norteamericanos eran él, Hemingway y Thomas Wolfe, pero que todos habían fracasado porque intentaron poner el mundo en la cabeza de un alfiler. Agregó que quien quizá lo había logrado era T. Wolfe.
ResponderEliminarNo encomillé pues cito de memoria del primer libro de "Oficio de escritor", editado por allá en 1.970.
Francisco Sánchez Jiménez