El periódico digital Rusia Hoy presenta una entrevista a la escritora mexicana Valeri Luiselli, quien publicó en 2010 un libro de ensayos, Papeles Falsos con Sexto Piso. Luiselli se ha probado también como novelistas con Los ingrávidos. La entrevista versa sobre algunas de las características de la obra de Luiseññi: el ensayo, la fragmentación, la poesía, las lenguas, el viaje. Una de las búsquedas que ha tenido Luiselli es la obra de Joseph Brodsky.
Pregunta Marta Rebón:
MR.- Brodsky dijo antes de salir de la Unión Soviética, en 1972, que daba gracias a Dios de haber permanecido en este mundo sin una patria. La literatura del siglo XX se ha nutrido mucho del desplazamiento, del exilio. En tu caso, has estado en muchos países y ahora vives a caballo entre México y EE.UU. ¿Cómo te ha estimulado literariamente?
VL.- No me considero una exiliada… Crecí en 7 u 8 países diferentes pero nunca conocí, afortunadamente, la experiencia del verdadero exilio: nadie perseguía a mi familia, nunca nos escondimos de un gobierno, siempre tuvimos –hasta cierto punto– la posibilidad de volver. Ahora es distinto y no. Mi marido, mi hija y yo migramos a Estados Unidos por motivos profesionales y económicos –y sí, también, de algún modo huyendo de la violencia, del horror, de los contantes asaltos y robos que padecimos en México en los últimos años. Estamos muy felices en Nueva York. Pero claro, ser escritor hispano en Estados Unidos es ser escritor de segunda categoría. No solo es apabullante la estadística: apenas el 3% de los libros que se publican anualmente en Estados Unidos son traducciones de otras lenguas; sino que el medio editorial es quizá el medio más monolingüe de todos. Me imagino que eso empezará a cambiar –wishful thinking?– tal vez.
MR.- En tus textos aparece más de un autor cuya obra escribió en varias lenguas, como Brodsky. Pero también compartes tu propia experiencia escribiendo en dos idiomas, en dos culturas.
VL.- No estoy cómoda en ninguna lengua. Nunca lo he estado. Eso, tal vez, me ha obligado a explorar de forma muy meticulosa las dos lenguas en las que escribo: el inglés y el español. También, de alguna manera, he dejado –muy conscientemente– que una contamine a la otra. No salpicando palabras de una en la otra, sino llevando estructuras sintácticas a límites que, tal vez, no son tan comunes en una lengua, transponiendo formas, mezclando cadencias. Muchas veces, escribo primeras versiones de párrafos en inglés, y luego los traduzco yo misma al español. Luego, cuando alguno de mis textos se está traduciendo de nuevo al inglés, me involucro en el proceso, reescribo cosas, hago infinitos cambios, y muchos de esos cambios se reincorporan después al texto en español. Ese modo de trabajo –el vaivén constante entre las dos lenguas– es el único que ahora me parece concebible.
MR.- Escribes en ‘Papeles falsos’: “Se ha comparado muchas veces a las ciudades con el lenguaje: se puede leer una ciudad, se dice, como se lee un libro, pero la metáfora se puede invertir. Los paseos que hacemos a lo largo de las lecturas, trazan los espacios que habitamos en la intimidad”. ¿La experiencia lectora es tan real como lo que sucede allá fuera? Brodsky supo de Venecia por una lectura. Luego, cuando la conoció, le pareció aún más interesante de lo que había imaginado.
VL.- No hay una división, digamos, ontológica entre ambas cosas; no hay “grados” de realidad entre una y otra. Por supuesto: el dolor de parto o el duelo por un familiar muerto se experimentan de forma distinta al párrafo más sublime o al más desgarrador. Pero el dolor de parto está, también, atravesado por alguna lectura que hicimos, y nuestra experiencia de la muerte es inseparable de las muchas muertes que hemos encontrado en los libros. Muchas personas dividen tajante y categóricamente la vida real de la lectura. Es una división absurda porque la lectura es orgánica a la vida interior y, por ende, a la manera en que nos relacionamos con el mundo. Lo que leemos no ocupa un lugar apartado –ni privilegiado ni inferior– de lo que vemos u oímos o experimentamos por cualquier otra vía. Cuando alguien dice que tal o cual escritor es demasiado “libresco”, por ejemplo, porque recurre a citas y referencias, pienso que esa persona nunca ha leído realmente un libro– o que no se ha dado cuenta de que lo que ha leído constituye parte integral de su manera de entender el mundo.
MR.- Reflexionas también sobre cuántas vidas y muertes caben en la existencia de una persona. Brodsky habla de su vida en San Petersburgo como de su “reencarnación anterior”…
VL.- ¿Sufro reencarnaciones? ¿Esa es la pregunta? Es una buena pregunta. Mi madre –que cree en cosas raras– de seguro te diría que sí. Yo no sé. Pero es cierto que las personas que nos mudamos muchas veces de país, o que vivimos durante muchos años entre dos países y dos lenguas –o en ocasiones más de dos– tenemos una reserva amplia de personalidades guardadas bajo la manga. Yo lo noto en mi tono de voz: sueno como una persona completamente distinta según el idioma que hable. (Pero de seguro nadie nota esto más que yo).
MR.- ¿En qué medida tu naturaleza nerviosa se refleja en la manera, por ejemplo, en que has estructurado tu ensayo, o en la longitud, o en la concisión? Brodsky se definía así: “Solo soy un hombre nervioso por circunstancias propias y ajenas, pero muy observador”. Luego recuerda a un colega con una frase muy divertida: “No tengo principios, lo único que tengo son nervios”.
VL.- Nunca había pensado en mis decisiones formales en la escritura en términos de mis conexiones nerviosas. Pero tal vez un electroencefalograma revelaría que sí, que lo que escribo en realidad me lo dictan los impulsos eléctricos naturales de mis nervios y los temblores internos de mis células.
MR.- Tanto en tu obra de ficción como en tu ensayo das mucha importancia a la estructura, que nunca es lineal. Brodsky afirmaba que lo que hace que una narración sea buena no es la historia en sí misma sino qué sigue a qué en una historia.
VL.- Estoy de acuerdo con Brodsky en eso, como en tantas otras cosas. Un buen libro no es solo una buena historia, sino una buena historia contada de la única forma en que es realmente posible contarla.
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