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“Él es fugitivo del día”

(Nota de presentación: Jáiber Ladino Guapacha es un joven escritor risaraldense que en su trabajo académico y literario se ha ocupado de las manifestaciones del homoerotismo. Su tesis de pregrado y su primera novela -Ándago, la línea K- versan sobre el encuentro de dos seres que se aman y que el azar, solo el azar, hizo que tuvieran el mismo sexo. Acá una nota suya del primer libro de versos de un emergente poeta antioqueño).   

Jáiber Ladino Guapacha

(A propósito de Felonías de Camilo Restrepo Monsalve)



(Camilo Restrepo M)





Camilo Restrepo Monsalve es un nombre joven para la poesía colombiana. Recién ha presentado su primer poemario, Felonías, sobre el que quiero detenerme un poco, mientras nos vamos habituando a encontrarlo con mayor frecuencia, pues su respeto por el arte de la palabra, evidente en las pesquisas que comparte a través de sus redes sociales, también nos habla de su búsqueda constante de hacer del verso una prolongación de su propia piel.
De hecho, durante la lectura del poemario, me pregunté varias ocasiones hasta dónde Camilo se expuso en su texto. Me es difícil hacer una lectura sin el prejuicio de estar ante una serie de confesiones, donde el yo poético es el mismo yo del autor. Ahora bien, de ser posible esta conjetura, vale la pena insistir en que dicha “confesión” no es el recuerdo por el que se siente arrepentimiento, sino que es lo que escuchamos del cuarto contiguo al que intentamos espiar, apretando el oído contra la pared.
Camilo es entonces generoso con su intimidad, pues lejos de esa narración que Fernando Vallejo considera un “contar monedas delante de los pobres” y que corresponde a la descripción del encuentro entre dos amantes, en el que el lector asiste ansioso pero limitado, lo que alcanzan sus poemas es la inclusión del lector como personaje incógnito que es amado y que también ama, que recorre pero que también es recorrido.
Y es que sus poemas son una invitación a los sentidos, al placer de las sensaciones. Su primer poema bien lo expresa: “Soñé / La ventana se abría / el viento / hacía mi cuerpo a su medida / Como seres de barro / nos endurecíamos / avasallados por su conjuro / Éramos estatuas que / en eternas poses nos / mirábamos / sin ojos”
Las palabras detienen la memoria sobre los cuerpos, los capturan en un instante, en la luz tenue que entra en las habitaciones. Su propósito es el de conservar algo de aquella molicie que va fusionándose en el descanso de los miembros fatigados. El aliento tibio del narrador convida al ocio en el que el lector es sorprendido con la sugerencia: “Todo cuerpo embellece / a la luz del deseo / La deformidad se torna en goce / lo imperfecto en voluptuosidad / Luminosa la piel y la mirada / no queda más que sucumbir / Basta un roce / una chispa / una palabra / y la hoguera del deseo arde / Después / ¡que venga la muerte!”
El peligro es inminente. La seducción puede hacer olvidar la regla para preservarse del naufragio: “Pues no sabe que soy marinero y que poco o nada sé del amor, porque aquello que sabía lo olvidé en los puertos”. El amor no es la eternidad compacta, ni los seres inmortales. El poeta ha nacido de esta época, en la que las esperanzas sobre “una pareja” se dispersan, no se dejan asir. Por eso el proyecto de una “nación” se aplaza, pues el territorio en el que el sujeto puede verdaderamente ser, es el del cuerpo: “Ven / amante suave y silencioso / destruye la armadura de mi espíritu / que desnudo tiemblo / en los campos de la fiebre / y del río de tu pubis / quiero beber agua / para ser de nuevo / en este tiempo irreal”.
El discurso hedonista que atraviesa el poemario y que es celebrado en Party nigth, donde el apocalipsis discotequero ofrece sucedáneos para la redención de una comunidad triste, solitaria y excluida, adquiere dimensión política en la segunda parte del poemario: El cuerpo traicionado, ya que la voz le es concedida a los travestis.
Los postulados de una teoría queer que en Occidente han permitido la inclusión de lo “raro, lo extraño” en el ámbito académico, parecen encontrar un expositor vehemente y certero en este joven autor, puesto que no es posible construir colectivo, como lo hiciesen los poetas románticos de nuestro pequeño canon, si no existe el reconocimiento de la subjetividad de esos grupos que fueron marginados, para con los cuales se tuvo conductas paternales, y que ahora nos asaltan con su propia voz: “No te pide besos ni caricias, solo quiere que la dejes asomarse por tus ojos; para ver otras mujeres interiores y rezar con ellas un rosario, para apaciguar su soledad”.
Para quienes la teoría queer es una novedad, el rechazo de eufemismos para nombrar el sexo explícito, algunos versos y poemas pueden parecerles “chocantes”, en la medida en que hemos sido acostumbrados a creer que la poesía son palabras hermosas en juegos inteligentes. No obstante, esa estrategia de nombrar los sexos es una forma reduccionista de entender al hombre, a la mujer, consiste en una desmitificación del discurso oficial que desconocía la plasticidad del erotismo como alternativa para la comprensión del ser humano en sus diferencias y en los grupos que ha creado para reunir precisamente esas diferencias.
Si hacemos del hedonismo un concepto para problematizar la obra de Restrepo Monsalve, el cuerpo se instala en el centro del discurso poético; sus transformaciones, entonces, lejos de ser extravagancia, carnaval, desfile drag, son motivo también de debate ideológico, dado que nos cuestionan que tan dispuestos estamos a contar con, construir con, disfrutar con, los otros, los prójimos, los foráneos, los refugiados.
Dicha situación necesita entonces de un “héroe poético”, un personaje que encarne el sentir expuesto en las jornadas amatorias, y lo proyecte como solución, para que el lector pueda sentirse identificado con él, desde las aspiraciones más nobles, que también hacen parte del ser humano. En el Second poem, creo hallarlo. El amado, focalizado en un más allá que lo hace incorpóreo, le profetiza al amante lo que puede encontrar en su casa si se decide a visitarla. Le da sugerencias. Y en esas sugerencias, ese marinero que decía haber olvidado del amor, quizá pueda recuperarlo: “Si vas tú a mi casa / no te olvides de besar la frente de mi madre / sé que reconocerá en tus labios / los besos que para ella / he mandado yo allí”



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