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“El problema del subdesarrollo es que se premia y estimula la mediocridad”: Héctor Sánchez

Ángel Castaño Guzmán





(Nota introductoria: Héctor Sánchez nació en el Guamo, Tolima. Su carrera literaria, merecedora de premios y reconocimientos, se ha trazado lejos de los medios masivos de información. Muy poca gente recuerda, por ejemplo, que él fue el autor del libro que sirvió de base para la telenovela El faraón. Acá el diálogo con un novelista que no entrega las banderas, que sigue, con tesón y paciencia, enfrentándose a la página en blanco).

Las causas supremas fue escrita en México y obtuvo el premio de novela Esso de 1969. Ahora es incluida en la Colección Maestros Contemporáneos de la editorial Pijao. A la hora de releerla, ¿qué encontró en ella? ¿Qué diferencias y semejanzas hay entre el Héctor Sánchez de esas calendas y el de ahora?
Las causas supremas ha tenido tres ediciones. Ha sido corregida porque el deber de hacerlo está en la conciencia del escritor. De su primera edición a este momento mi posición crítica ante el trabajo que realizo es inflexible, pero estoy dispuesto a aceptar la crítica que esto pueda suscitar.
Uno siempre puede mejorar lo que escribe y ello explica que algunos narradores sientan menos afecto por alguno de sus libros.
Yo también padezco esas flaquezas, sobre todo, porque lo poco que he aprendido de este oficio lo he conseguido de una sola manera: escribiendo. La última edición de Pijao en su Colección Maestros Contemporáneos me sorprendió, porque no sabía que había redactado un relato surrealista. Mi visión del mundo no ha cambiado, tal vez se ha endurecido, pero de ello no tengo la culpa. 

La escritura de Entre ruinas, publicada en la España posfranquista, no recibió el respaldo de los libreros colombianos. ¿Por qué considera que es uno de sus mejores trabajos?

Entre ruinas, una novela editada por Barral en España, no salió de allá porque el catálogo de los libreros colombianos pasa por otros nombres. Pero la última palabra no la tienen ellos.
Unos años más tarde, ese libro fue finalista del premio Rómulo Gallegos, 1987. A través de comentarios orales y escritos, me atrevo a creer que es una muy aceptable novela. La verdad no me desvela el elogio ni el silencio porque pertenezco a una clase de escritores que aman su oficio por la propia grandeza de su gestación. Yo creo que, como alguna vez lo expresara Julio Cortázar, después que el escritor publica su libro, no puede correr a darle coletazos para que dé en el blanco.
La flecha ha sido disparada y si falla debe ser por algo. Los libros de buena factura padecen mucho la indiferencia pero la sobreviven. Los malos no, ellos tienen el dinero contante, pero también los días contados.
Crítica usted el ánimo publicitario de los escritores colombianos. ¿Considera que la publicidad y el mercadeo han suplantado a la calidad estética en el panorama narrativo actual?

Creo lícito que las publicaciones literarias tengan derecho a ser divulgadas y entiendo que muchos autores lo hagan con ahínco. Yo no aprendí a hacerlo y debo a mis amigos y contados comentaristas los primeros auxilios de mis libros. Desconfío mucho del alboroto reservado a la subcultura folclórica que pasa por los medios con rango de gran revelación.
El problema del subdesarrollo es que se premia y estimula la mediocridad, en todos los órdenes. Yo llegué a la literatura para ser mejor, para hacer de mi trabajo la diferencia y con no poco esfuerzo trato de ser coherente. Es extraño que habiendo publicado mis libros en las mejores editoriales de hispanoamérica, por el mérito exclusivo de sus calidades, pareciera que se trata de una ficción.
Yo lo repito siempre, debo a los medios informativos mi persistencia y devoción, porque gracias a su silencio mi fortaleza se multiplica y, la verdad, me importa poco su actitud. No pido disculpas por ser un escritor probado y con mucho mundo andado a la manera de San Quijote.
Con varios libros de cuento en su haber, ¿a qué conclusiones ha llegado? ¿Qué diferencia un buen cuento de uno malo?

El relato corto es un género apasionante. Reduce el gran mar narrativo de una historia a su síntesis. Su esencia es contar confidencialmente con los elementos precisos que utilizamos en la cocina para componer una buena comida.
Es indispensable que el espectáculo que vamos a desarrollar esté completo en la cabeza y que descubramos en el rostro esa sonrisa que precede a la acción. Si la sonrisa es de aburrimiento, lo mejor es no intentarlo. La parte más difícil es su técnica, evitar lo accesorio a la necesidad central del relato. A veces sucede que la anécdota sigue la rigidez de una fotografía y, entonces, no hay cuento porque cedemos la imaginación al facilismo de lo que mañosamente se llama la verdad.
Así sucedió y así lo cuento. Todo lo que escribimos exige liberación, para hacer bueno el ejercicio de la creación. A lector no le importa la verdad del cuento, él sólo busca creer en lo que lee así sea una gran invención y, entonces la tarea ha sido cumplida. La mayor exigencia del cuento es su lenguaje, su metabolismo para hacer creer que esas palabras son exactas a las corrientes y vulgares. He caído en la vanidad de la cátedra y yo soy esencialmente un aprendiz sin pretensiones de enseñar nada a nadie.
¿Cuáles son los proyectos literarios que hoy ocupan su agenda? ¿Qué podemos esperar de Héctor Sánchez?

Hace más de cuatro décadas, desde que publiqué mi primer libro en el 67, Cada vida en su ojo, solo tengo un mismo proyecto. Dedicar mi voluntad y mi esfuerzo a superarme mediante el bello y triste oficio de escribir. La memoria del mundo a través de los siglos está en los libros.
Ellos dentro de la gran cultura y la ciencia, son los únicos soportes verdaderos que han cambiado los tiempos añadidos de la barbarie, de las guerras, del inmovilismo. Pobre de los pueblos que niegan a sus artistas y prefieren tener héroes. Ay de las naciones que fundan su grandeza en la opulencia y aplastan con su indiferencia el derecho de los pueblos a educarse, a compartir la riqueza de sus reservas espirituales y estéticas.
El resultado son las miserias y desgracias que saludan a cada una de nuestras mañanas al despertar. Ayer andaba escribiendo una novela. Hoy estoy escribiendo otra. Mañana también.

Comentarios

  1. La nostalgia de las palabras que van construyendo encuentros y desencuentros en el laberinto minucioso de las palabras que hacen que la realidad sea expuesta dentro de la trama de un texto, es como la escritura de los notarios, los escritores que inmortalizan y paralizan el tiempo en su trabajo, maestro cada vez que me encuentro con el título de un libro es el reto de abrir esa puerta para saber que ocurre dentro del universo que el autor nos muestra. Ustedes dos Carlos Orlando Pardo Rodríguez y Héctor Sánchez , son faros que iluminan el camino para sacar a estas generaciones del oscurantismo de las letras fáciles que se confeccionan en los talleres para hacer que las masas compren y acrecienten la popularidad de los escritores de momento, con la certeza que hoy me corrobora el tiempo que los que compran libros de modas se contentan con el comentario de los publicitarios y jamás los leen porque el que lee un libro sea bueno sea malo no puede resistir su curiosidad a entrar en el mundo de nuevos textos.

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