Ángel Castaño Guzmán
(Hace unos años entrevisté al novelista Jorge E Pardo. De ese momento a la fecha el autor tolimense ha publicado varias novelas).
Jorge Eliécer Pardo, novelista tolimense, explicó que la violencia del país es un tema obligado. La universidad del Tolima reeditó la opera prima del novelista Jorge Eliécer Pardo. Dicha novela, publicada en los años setenta, desde un principio contó con el apoyo de Fernando Soto Aparicio y Germán Vargas, el contertulio de García Márquez en sus años juveniles. Ilustrada con pinturas del maestro Darío Ortiz.
Señala Isaías Peña que en su novela El jardín de las Weismann le apostó a un tema casi vetado en los años setenta: La violencia en Colombia. ¿Cuál fue el origen de este libro, cómo lo escribió y con qué intenciones?
Para mi generación la violencia, que luego los violentólogos denominaron de Laureano Gómez, fue un tema obligado. Quizá como catarsis de tres generaciones que no conocíamos la paz en los años 70 y que seguramente tendríamos que pasar como invisibles en una sociedad que siempre utilizó el tapa-tape, el perdón y olvido, el borrón y cuenta nueva, las amnistías y los armisticios, como paliativos para tratar de detener la contienda, pero no permitió a la literatura y el arte hacer el duelo de trescientos mil colombianos caídos en la guerra bipartidista.
Mi niñez, en El Líbano, Tolima, se pobló de imágenes aterradoras que luego aparecerían en mis narraciones. Escenas que no dejan de pasar en Colombia. Mis libros siempre han nacido de una imagen y la que tuve en mis primeros años, unas mujeres vestidas de luto profundo caminando por el parque de mi pueblo rumbo a la iglesia, quedaría en mi inconsciente que luego reviví al escribir El jardín de las Weismann. Imagen-cuento-novela, ese el periplo.
Los antagonismos, fusiles-flores, erotismo-muerte, aparecieron en el encanto de la fabulación y el arte que llega o no llega. Tenía 25 años y un dolor profundo por los vencidos en una guerra absurda, este suceso sensibilizaría mi más profundo dolor y desesperanza que aún palpitan en mi piel cuando escribo.
¿Cómo hizo para que la narración, como dice Eduardo Santa, no se quedará en la piel de los acontecimientos?¿Qué decisiones tomó para evitar caer en la crónica roja?
Lo fallido en la literatura de la guerra, es la guerra misma. Cuando los acontecimientos, la crónica, se toman el libro, el libro fracasa. La imagen de un uniformado que viene por el camino enlodado haciendo sonar sus botas entre el barrizal, es el anuncio de todo, ese personaje siempre me acompaña, está en mis libros, e indefectiblemente las mujeres y el amor, el erotismo y el fracaso. En la literatura histórica no debe primar la historia sino el drama humano, lo demás es ese telón que todo lo define pero que no está definido.
La historia reciente del país está presente de una manera decisiva en sus ficciones. En 2009 ganó el premio nacional de Cuento sobre desaparición forzada. ¿Cree que la literatura colombiana ha estado a la altura de los desafíos de nuestra realidad?
Soy un escritor comprometido con mi tiempo, que no hace literatura ideologizada. No soy militante de ningún partido, por lo demás soy anárquico y agnóstico. Mi madre me reprochaba diciéndome por qué escribía historias dolorosas, que para qué revivía esos momentos tristes de nuestra sociedad.
Ella respondía a ese concepto de callar para olvidar. La guerra de Laureano no nos la permitieron contar con todos sus horrores y por eso las heridas quedaron abiertas, debajo de la piel de la historia. No hemos hecho ese duelo, ni los que vendrían después de los 70.
Ese primer cuento, Otra vez el chasquido de las botas en el barro mojado y flojo, que fuera premio nacional en los años 70, me dio la clave de todo porque ahí, en la separación de las tablas de ese rancho donde un hombre y su familia esperan la muerte violenta, es la misma metáfora de las mujeres que rescatan pedazos de cuerpos en el río para hacer el duelo a sus desaparecidos, víctimas del paramilitarismo. En el 2014 saldrá mi libro, Los velos de la memoria, cuentos narrados desde las voces de las víctimas, con fotografías de mujeres compasivas con ellas.
La guerra ha sobrepasado todos los parámetros de la demencia. Si nuestros abuelos y padres contaban anécdotas escalofriantes de cortes de franela, desmembraciones y cuerpos envueltos con alambres de púas como los más atroces de la violencia, jamás imaginaron lo que vendría después, lo que existe hoy. Critico la literatura sicaresca y la de los temas de la narco-guerra, por su asepsia. Son descontextualizadas y baladíes. Mientras los sicarios se enamoran y dejan el chorro de sangre y jerga en las páginas de los libros, los determinadores de la hecatombe siguen sin aparecer.
Desde los tiempos de la guerra del 50 se dijo que la guerra política es la guerra por la tierra, todavía la lucha continúa y la novela que aborde estos fenómenos, aún no la hemos escrito. La utopía de dos generaciones de universitarios que perecieron en la confrontación rural y urbana, con todo lo que eso implica para una sociedad, tampoco se ha novelado. El devenir de la lucha armada con todas sus equivocaciones para entender el fenómeno actual, es una novela por hacer. El periodismo y las ciencias sociales han penetrado más la historia con sus explicaciones, pero la literatura colombiana, pos García Márquez, apenas banaliza y esquiva el tema de la guerra.
A los de mi generación, las grandes editoriales les rechazaron las novelas con el tema de la violencia; a las nuevas generaciones las convirtieron en proyectos editoriales, donde deben entregar un libro cada año. La literatura aporta a la reflexión, sin caer en el discurso; son los seres humanos en el ir y venir de la historia.
Varios de sus libros han sido publicados por grandes editoriales. ¿Qué opinión tiene de la idea de que los autores regionales compiten en desventaja frente a los capitalinos?
El canal de los libros corresponde al mercado. Con las redes sociales se ha desbloqueado ese paradigma de que los que no estamos en el centro no somos oídos. Algunas de las grandes editoriales garantizan los juegos pirotécnicos del lanzamiento con todos sus destellos, pero finalmente es el libro el que resiste la arremetida del olvido y ser borrado por las novedades. Por eso digo que cada reedición de un libro es un renacer o mejor un resucitar. El principal problema que afronta un escritor independiente es la distribución. Cada vez que alguien compra un libro en una librería, el costo se triplica por la cadena de intermediarios. Cada vez que un autor publica por su cuenta, el texto termina en bodegas particulares y no llega al lector.
El dilema podría superarse si encontramos mecanismos para acceder al lector avezado, al profesor universitario, al maestro. Es lamentable pensar que en Colombia no se lee en promedio más de un libro por año. O llegar a ese otro lector que en las redes espera tener un libro digital o un PDF del autor que le interesa. Cuando el libro deje de ser una mercancía y se convierta en un bien común, sin costo, los escritores, muchos de ellos, perderían el sustento de su trabajo.
La existencia de literaturas regionales —que no son las que teníamos en los 80— es de gran valía. Independientes, pequeñas, alternativas, universitarias, se podrían convertir en gethos de gustadores. Uno no debe aspirar a ser un autor de grandes ventas sino de buenos lectores, así se pase la vida acompañando sus libros por el difícil camino de la resurrección.
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