Juan Miguel Álvarez
1. Para aprender a
observar: Las flores del mal, de
Charles Baudelaire, 1857. Todos sabemos que es una de las más grandes obras de
la literatura universal. El poeta compone un mundo interior a partir de los
hechos de la ciudad. El reflejo lírico surge a partir de la observación
desprovista de prejuicios, de la apertura honesta hacia el mundo exterior,
hacia la calle y las personas que la habitan. Cualquier taller de crónica
podría adiestrar a sus estudiantes en la observación, en el encuentro del
detalle y en las maneras de escuchar el rumor de calle, mediante este poema.
2. Para sentir la
fuerza la voz: Confesiones de un
comedor de opio, Thomas de Quincey, 1822. Otra de las más grandes obras de
la literatura universal. De Quincey es el narrador de una especie de diario en
el que da cuenta de la ciudad, de las personas que le rodean, las reconstruye
visualmente para el lector, arma las imágenes de las calles, y las emociones
más hondas: el miedo, la soledad, el hastío, el ahogo. Este libro es un manual
para aprender a bajar al papel los estímulos que llegan por el tacto, el olfato
y la lengua.
3. Para presenciar
cómo se construye un mundo a partir de una entrevista: Hiroshima, de John Hersey, 1946, o El relato de un náufrago, Gabriel García Márquez, 1970. En ambas
historias el lector puede aprecier la manera en que un escritor crea una
atmósfera, le da color a las cosas y las llenas de sensaciones a partir de la
entrevista. Los autores no necesitaron atestiguar o padecer la tragedia para
lograr un relato creíble, sólido y envolvente. Mirados desde la técnica, estas
crónicas son la prueba de que nadie debe matar a nadie para escribir de manera
veraz sobre un asesino. En otras palabras: estos dos textos maximizan con
maestría el resultado de la más elemental de las técnicas periodísticas: la
entrevista.
4. Para ver cómo se
integra todo: La tumba de Lenin,
de David Remnick, 1994. Una vez el cronista ha entrenado sus cinco sentidos y
se ha vuelto un hábil entrevistador, deberá aprender a integrar todo el
material en un solo texto. Nada mejor para reconocer fórmulas, estructuras,
mecanismos ensayados, que esta crónica. Remnick es el mejor de todos los
cronistas gringos de su generación y este libro puede ser considerado la más
completa pieza del periodismo narrativo contemporáneo. ¿Quiere saber cómo se
usa la primera, segunda y tercera persona? Lea este libro. ¿Quiere saber cómo
se cruzan descripciones de territorios con descripciones de emociones? Lea este
libro ¿Quiere saber cómo anexar datos históricos al relato en tiempo presente?
Lea este libro. ¿Quiere saber cómo comenzar un párrafo tras punto aparte, cómo
comenzar un capítulo, un bloque de capítulo, un libro? Lea La Tumba de Lenin.
Si el cronista cree que ya está en un nivel avanzado y lo que lee no le aporta
mucho, lea La tumba de Lenin. Se dará cuenta de que aún no sabe nada.
5. Para darse cuenta
de que este trabajo tuerce destinos: El
periodista y el asesino, de Janet Malcom, 1990. La escritura de crónicas
tiene consecuencias. La publicación de un relato real tiene implicaciones sobre
las personas de las que se habla. Si el cronista quiere comprender los alcances
de dedicarse a investigar y escribir periodismo narrativo, lea este libro.
Además, esta mujer es la mejor cronista de todas. Su voz es trepidante. Su
estilo, enviciante. Y la capacidad de ir desglosando los hilos conductores,
sorprendente. Una vez se prueba la prosa de Janet Malcom, el lector corre a
buscar el resto de su obra.
Estoy de acuerdo con Juan: para aprender a hacer periodismo hay que leer mucho perio... que digo, mucha literatura. Yo hubiera incluído a Balzac, Flaubert y Dostoyevski, que son formidables constructores de personalidades, a Shakespeare, que enseña como nadie a encontrar las claves de un drama o un suceso, y a Jack London, un maestro en eso de crear ambientes y paisajes. Y a muchos otros, pero las listas son listas justamente por que se acaban.
ResponderEliminarC.Alzate.
También LAS UVAS DE LA IRA, no recuerdo el autor. Es un buen relato.
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