
Hugo Aparicio Reyes
Dispuesto a redactar esta reseña, registro hechos casuales, coincidentes con su sentido y contenido. Primero, recibo la grata visita de una amiga a su regreso de la visita a familiares residentes en una región del altiplano central. Ella conoce mi gusto por relatos de viajes, y yo sé de su capacidad como observadora. Durante el diálogo, entre notas acerca del ambiente comarcal del lugar, de sus tradiciones, usos y costumbres, sin razón conectora con el tema, Graciela suelta una de sus agudezas: …Todo muy bien, la gente cordial, amable, trabajadora, sobre todo las mujeres… además de su obligación doméstica en el pueblo, deben realizar labores del campo en fincas familiares: ordeño del ganado desde antes del alba, pequeños cultivos, aunque el manejo de los ingresos y las decisiones mayores son potestad de los hombres. Ellos se portan como patrones, llegan y salen a su antojo, se embriagan con frecuencia, y cuando les da la gana la emprenden contra ellas, las golpean. Al otro día, como si nada, continúan con sus rutinas, muchas veces cargando sus hijos de brazos en la madrugada, camino de las fincas…
El lector de Chicas Muertas, de Selva Almada, puede, pasiva y simplemente, acompañar a la novelista y cronista argentina por el anecdotario de tres homicidios de mujeres, en su natal provincia de Entre Ríos, norte del gran Buenos Aires, durante la penúltima década del siglo anterior, en episodios aislados en tiempo y espacio, guardados en su archivo memorístico desde temprana edad, para, cumplido su íntimo reto, hacerlos materia de un libro. Puede seguirla en indagaciones in situ relativas a detalles de los episodios, armar con ella las piezas de cada uno de los puzles hasta donde las limitaciones de tiempo, información supérstite, actitudes de autoridades, testigos, familia o cercanos, lo permitieron. Obtendrá el consumidor de historias, en agrado a las premuras de la contemporaneidad, un relato sobrio, llano, sin afeites, no del todo ausentes la poética digresión ni el sugestivo intertexto, relativo a los homicidios mismos y al trasiego de la autora en busca de escenarios y actores secundarios sobrevivientes, para ser apurado en una sentada y digerido en breve lapso, tanto en lo atinente a la verdad procesal, como a aquella intuida por quienes plantearon sobre los hechos incógnitas jamás resueltas.
Otro guiño del acaso: inicio la lectura del diario local. Titular sección judicial: Hallan en el río Quindío cuerpo de una mujer asesinada. La ampliación de la noticia reza: “Según versiones preliminares, esta persona no llevaba muchas horas de muerta, fue asesinada y luego lanzada al afluente que seguramente la arrastró varios metros… La víctima aún no ha sido identificada y como característica particular presenta un tatuaje con el nombre de Amparo.”
El propósito del trabajo de Almada, no obstante, difiere en forma diametral del asignado al vulgar folletín; tampoco se aviene con la recreación ficcional de los acontecimientos, acicate de morbos; menos, con tramas detectivescas, policíacas, de corte Christie, Conan Doyle, o con los parámetros de la novela negra. Se allega, más bien, a la crónica-denuncia; en su caso, mediante el hábil recuento de sucesos, en su momento presentados por los medios de información locales como hechos de sangre con matices de espectacularidad o de misterio en cuanto a móviles o autores, dejando en evidencia, haciéndolo visible en su vergonzosa dimensión, el cáncer social de la violencia contra la mujer; en su expresión más horrenda -el monitor señala error al digitarlo-, el femicidio o feminicidio. Si para el validador de texto el primero de los términos es desconocido, para las sociedades donde el machismo, donde la atávica y agresiva supremacía masculina sobre la feminidad existe de maneras múltiples, cotidianas, su ocurrencia reiterada, por desgracia, no lo es. Es materia ajena al relato la discusión acerca del origen, extensión o actualidad de esta forma de violencia, tipificada hoy día en códigos penales de varios países como delito de especial punibilidad; pero vale recordar su ocurrencia en insospechadas coordenadas del globo, coincidiendo casi siempre con sistemas éticos moralistas sustentados en escrituras “sagradas”, fundamento a su vez de creencias religiosas no sólo permisivas sino estimulantes de la subyugación femenina al varón.
Eficaz con el manejo de recursos periodísticos y literarios en equilibrada proporción, Selva Almada deposita en la conciencia latinoamericana, quizás en la global, su narración instigadora hacia la reflexión. La hispanidad, naciones con herencia greco-latina y judeocristiana, han sido históricamente proclives a esa modalidad de agresión, física y sicológica, a su tolerancia, camuflaje u ocultamiento, muy a pesar de avances en el plano conceptual y en el endurecimiento del tratamiento penal. Subordinación, sumisión, sometimiento, resignación, obediencia, son términos a erradicar en las relaciones intergéneros de una vez y para siempre.
A punto de culminar mi texto, vamos a la tienda-café de Ana. Hace tiempo no disfrutamos de sus tortas. Entre bocados, sin ilación con el intercambio de noticias personales, me muestra un separador de hojas impreso. El título: Recibí flores hoy. Uno de sus apartes: “Y no era el día de las madres o ningún otro día especial, anoche él me volvió a golpear, pero esta vez fue mucho peor. Si lo dejo, ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo podría yo sola sacar adelante a los niños? ¿Qué pasará si nos falta el dinero? Le tengo tanto miedo, pero dependo tanto de él que temo dejarlo. Pero yo sé que él está arrepentido, porque me mandó flores hoy.”
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