
Juego de memoria, Humberto Ballesteros, Tusquets editores, colección andanzas (193 páginas)
Andrés Mauricio Muñoz*
En lo personal siempre me ha seducido el tema de la memoria, de los recuerdos con sus asperezas, arbitrariedades y aquellos intersticios en los cuales podemos extraviarnos por completo. Hace poco leí en una novela, de la que hablaré en otra reseña, sobre la idea según la cual nunca podremos recordar los hechos en su versión original, sino que cada vez que accedemos a un recuerdo lo hacemos a través de su última versión, aquella que recreamos en nuestra más reciente inmersión al suceso, lo cual propicia todo tipo de deformaciones que con el paso del tiempo reconocemos como si fueran genuinas. De tal manera que nuestra memoria, y esto lo he comprendido mucho más a raíz de la lectura de la novela de Ballesteros, obedece a una dinámica cuya lógica se nos escapa, a un proceso paulatino de construcción y deconstruccion mientras se transita entre la bruma, aferrados con devoción y misticismo a atesorar nuestro pasado como mecanismo para comprender el presente.
En Juego de memoria una doctora, que coordina sin mayor entusiasmo los procesos de asistencia médica en un ancianato público, recibe un día a un paciente devastado por el Alzheimer. Cuando surte el proceso de registro algo la estremece, una suerte de intuición que se escurre con torpeza entre sus propios recuerdos, una idea vaga que pronto adquirirá la dimensión de una certeza que la enfrenta al hecho de que aquel hombre no es más que un despiadado criminal del ejército adscrito a la dictadura militar, lo cual le importaría muy poco si no fuese porque fue él quien torturó y asesinó muchos años atrás a la única mujer que ha amado. A partir de este momento la vida, de manera inusitada, le ofrece la posibilidad de reconstruir los hechos, comprender la verdad nunca esclarecida alrededor de la muerte de Irene, su liebre, para quien ella era su tortuga, apelativos a los que acudieron cuando comenzaron a quererse en aquellos años en que el porvenir era una llanura vasta sin ningún tipo de límites. Decide Ballesteros enfrentar a la doctora al fetiche obsceno de intuir que este hombre despreciable está a su merced, pero también a un dilema ético revestido de los usuales problemas que atañen a la ética, entre los cuales el más agobiante tiene que ver con lo frágiles y vulnerables que somos los humanos cuando debemos darle cara. Como lector fueron muchos los planteamientos que arribaron a mi mente: ¿Es lícito acceder a los recuerdos del viejo con fines personales? ¿De hacerlo estaría denigrando su oficio? ¿Tiene sentido hurgar en lo que yace bajo un alud de años que configuraron el pasado? ¿Sirve de cara a los días por venir? ¿Es nuestra memoria una puerta para acceder a nuestro espíritu o asomarnos a nuestra verdadera conciencia? ¿Debería esta novela leerse en clave de analogía de nuestros países y sus extraños mecanismos de olvido de aquellas atrocidades que nos han estremecido?
Pero esta obra es, también, una novela que reconstruye el descubrimiento de un amor que emergió al tiempo que tomaba forma la pulsión de un deseo y una identidad sexual de la doctora en los años en que aún no era la doctora. Un amor por una mujer, Irene, cuando esta asistía a esa fase incipiente de militancia e ideologías que la convertirían en guerrillera, mientras que para ella no fue más que un pequeño tránsito en medio de una vida que siempre le ha procurado privilegios sociales. Esta novela es un homenaje al papel de la memoria como implacable verdugo, conjuro, enfermedad o cura, porque evocar el pasado con ojos acuciosos puede ser nuestra mejor apuesta para la redención, aunque podamos descubrir también que en ocasiones redime mejor el olvido.
Quienes hemos estado al tanto de la carrera de Ballesteros, desde sus primeros cuentos y novelas, sabemos que uno de esos matices donde le gusta que su mirada se pierda, para producir luego piezas literarias lúcidas y memorables, es aquel donde se explora la infinita e inexorable capacidad de la mente como mecanismo de escape: una mujer obstinada en imaginar una ciudad con fervor y ahínco míticos (Razones para destruir una ciudad, Alfaguara 2012), un padre esmerado en inventar un idioma para sus hijas aunque esto lo arrime a la locura (Nuestro idioma, cuento ganador en 2009 del Concurso Nacional de Cuento Revista La Movida Literaria).
Humberto Ballesteros Capasso es una de las más firmes voces de la nueva literatura colombiana, un autor que rinde culto al lenguaje, que se aplica a la prosa con rigor, esmero y oficio, que escucha las voces de sus personajes antes de darles su aval, que de manera continua arroja su escritura a nuevos desafíos. Alguien que, con intención o no, siempre termina por enfrentarnos a nuestros más enconados temores.
*Escritor colombiano, autor de la novela El último donjuán (Seix Barral 2016), y los libros de cuentos Un lugar para que rece Adela (Universidad de Antioquia 2015) y Desasosiegos menores (UIS, 20011).
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