¿Han oído hablar de la orden de los cartujos? Si hace unos meses me hubieran dicho la palabra cartujo me habría imaginado todo menos lo que es, habría pensado en una especie de Odradek o en un insulto. Por fortuna tuve la buena suerte de escogerla en la videotienda, venciendo eso sí la pereza que produce la palabra “documental” en la carátula. Recomiendo esta película aunque sé que el porcentaje de personas que moriría de aburrimiento y no soportaría más que los primeros diez minutos es dolorosamente alto. Para mí fue una experiencia que podría calificarse de iniciática. Para disfrutar el documental y verlo hasta el final hay que ser en cierto modo un iniciado, me refiero a haber vivido plenamente la soledad en un lugar alejado, concentrado en las labores propias y sin ningún compromiso con el mundo exterior, sin computador ni celular, por supuesto.
Es
probable que sólo alguien que haya vivido esto pueda ver los placeres únicos
que otorga esa vida que muchos llaman, no sin razón, una vida de “renuncia”,
con todo lo desagradable y triste que implica la palabra, como si no se
renunciara también a lo detestable para hallar lo valioso. Y es que los
placeres de la soledad no son pocos: el invariable control sobre la vida, el
olvido de la existencia del tiempo, la concentración diaria que permite una
rutina de estudio, la contemplación de la naturaleza circundante, pero sobre
todo, el silencio. La orden de los cartujos sí que sabe esto.
Es la orden más austera de la Iglesia católica y de las pocas que han permanecido en pobreza sin caer en los lujos. Los cartujos llevan una vida de contemplación y oración, lejos del mundo, enclaustrados en sus celdas. Practican y no predican.Me gusta pensar que no necesarimanete debe haber propósitos religiosos para vivir en ese estado. Creo que hablamos de lo mismo sólo que yo no lo llamo religión ni Dios.
Philip
Gröning se sintió atraído por la forma de vida de esta orden, por lo que en
1984 los contactó y les pidió permiso para rodar, los cartujos le contestaron
que era demasiado pronto, que necesitaban tiempo para pensarlo, que tal vez en
diez o quince años. Dieciséis años después Gröning recibió una llamada, había
llegado el momento. Tras dos años de preparativos, uno de rodaje y uno de postproducción “Die Grosse
Stille” se convirtió en una realidad, veintiún años después de que al director
alemán se le ocurriera la idea.
El
resultado es una obra de arte, cada imagen fue para mí un deleite, la luz, los
colores, la sobriedad del monasterio, el tiempo suficiente para hallar lo
genuino. Hay que tener paciencia sí, pero al final la sensación es grandiosa. Para disfrutar de la película hay que dejar el afán, concentrarse en la
pantalla y entrar en el ritmo de los cartujos. Al final hay una parte muy buena
en la que cada uno de los monjes dice unas palabras. La alternancia de música y
silencio y en general toda la atmósfera del documental son fantásticas, el
filme posee una belleza tan profunda como sólo el gran silencio puede brindar.
Tal vez haga falta agregar que en el 2006 obtuvo el premio especial del jurado
del festival de Sundance.
Más sobre los cartujos aquí
Comentarios
Publicar un comentario
Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC