La idea del crecimiento exponencial de la población y el aumento de títulos y el aumento de autores resulta un argumento zootecnista y falso para diagnosticar el fin de la literatura por extenuación y agobio (y disuadir así a los potenciales autores de hoy de no escribir más): si la gente no se muriera quizá sí sería intolerable tanto libro, no porque el aumento de volumen de las bibliotecas, sino por la reducción de las historias que le pueden pasar a la gente y que nutren la ficción. Si un medio como internet no fuese capaz de soportar cualquier volumen de escritura, la última palabra la seguirían teniendo los editores. Pero existe Internet. Y nos morimos como nuestros antepasados: a la tercera generación, la primera ha muerto. Y para tratar de comunicarnos, solo podemos narrar o intentar narrar (el día que vivimos a la que se casó con nosotros, o un proyecto a un amigo para el fin de semana o justificar por qué compramos esos muebles ante un visitante). Pensar que sólo Musil o Faulkner o Joyce lo dijeron todo es una segregación que no se cree ni Vila Matas, porque entonces no habría publicado, ni escrito. Y publica y escribe, sobre los que no escriben, y lo hará hasta que se muera o la salud se lo impida. Con Internet, la literatura vive su mejor momento, porque ponemos acercarnos a obras incesantes. El objetivo no es leerlo todo, porque todo nos interesa como lectores, y a los que vienen es posible que lo que nos interesaba tanto les parezca un bodrio. Para la gente joven cambia la forma de leer y la extensiones de la escritura también se acortan, y el realismo es una imposición del mundo, no de la literatura. Y creer que una historia solo debe significar algo para todos los lectores es de una miopía academicista cuyo único objetivo es decir que unos leen bien y otros están equivocados. Si así piensa el señor Iyer ¿por qué no se mata de una buena vez, o se mutila la lengua, o se cambia de sexo? Así se convertiría más o menos en un personaje de Beckett.
A propósito de la reseña de Magma de Lars Iyer (editorial Pálido Fuego) aparecida en Revista de Letras. El escritor plantea el fin de la literatura por exceso y desgaste.
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