Una hipótesis de Vila-Matas sobre las causas posibles que llevaron a Salinger al aislamiento total.
A partir de J.D. Salinger. Una vida oculta, la biografía de Kenneth Slawenski (Galaxia Gutenberg).
A partir de J.D. Salinger. Una vida oculta, la biografía de Kenneth Slawenski (Galaxia Gutenberg).
Me he encontrado con la crisis de prensa de los años 60 en el libro de Slawenski. Desde siempre me interesó averiguar las causas más probables del abandono, por parte de Salinger, de la vida pública. Y he encontrado una posible clave de su deserción en ciertos episodios de una ‘guerra de la prensa neoyorquina’ que tuvo lugar a principios de la década de 1960. En esos días, la mayoría de los estadounidenses se informaban de los acontecimientos y de las corrientes de opinión a través de diarios y revistas. Los informativos de televisión estaban aún en pañales. Sin embargo, el asesinato de Kennedy iba a demostrar en 1963 el poder del medio para atraer una audiencia masiva: al final de la década, la influencia de la prensa se vería eclipsada por el periodismo televisivo. Nos cuenta Slawenski que el cambio del deseo del público de noticias impresas a favor de las televisadas se produjo de forma irregular. En lugares como Nueva York, donde el número de diarios era extraordinario, la transición fue violenta. Cuatro periódicos, entre ellos New York Times, competían por un público lector siempre menguante y libraban una guerra continua por la difusión.
Ciertas reglas del juego se quebraron. El Herald Tribune intentó dinamitar el prestigio de The New Yorker, el suplemento dominical de NYT y atacaron a William Shawn, el director, un hombre siempre en la sombra y tan famoso por su deseo de privacidad como su amigo y colaborador J.D. Salinger. Para el autor de El guardián entre el centeno, The New Yorker formaba parte de su propia familia y Shawn era algo más que un amigo. El Herald Tribune había fichado a periodistas brillantes, como Tom Wolfe, quien, nada más ingresar en la redacción, decidió lanzarse directamente a la yugular de Shawn, y no sólo escribió dos hirientes parodias sobre el estilo de dirección y hábitos personales de éste, sino que lo asedió por teléfono solicitándole una entrevista.
Particularmente injurioso fue Pequeñas momias. La verdadera historia del soberano del país de los muertos vivientes de la calle Cuarenta y tres, el artículo de Wolfe contra Shawn y la redacción de su suplemento. Muchos famosos escribieron cartas en defensa de Shawn y se escandalizaron de que la reputación del Herald Tribune hubiera ido a parar a las cloacas. Pero ninguna carta acaparó más atención que la de J.D. Salinger, que conocía ya muy bien en esos días lo que era ser manipulado y descalificado por la prensa. Salinger habló de honor y respeto. Sonó extraño. Eran dos palabras anticuadas. Pero es que honor y respeto eran cualidades esenciales para él, estaban grabadas en su personalidad: eran sólidos atributos por los que el escritor medía su vida y las de los que le rodeaban. Escribe Slawenski: “No sólo se exigía a sí mismo rectitud y gentileza, sino que también las esperaba de los demás, y siempre mostraba sorpresa y aflicción cuando lo trataban de forma ruda o decepcionante (…) Incluso la carta más mordaz y desdeñosa de Salinger se ceñía a una cortesía de la que nunca se le habría ocurrido desprenderse. Lo que más le dolía era la insensibilidad de los demás: la falta de percepción en una crítica, la promesa rota de un amigo, la mentira de un niño”
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