Título:
Aqueronte - Técnica: Óleo/Yute
Medidas:
115 x 095 cm.
Autor:
Manuel Aguirre M.
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Un poema de “Noches con cerrojo”, libro inédito de
Carlos
Castillo Quintero
“Entonces
el océano reveló su grandeza”.
Henri
Michaux
Todo
en este viaje, es ajeno.
Yo,
Ulises, permanezco atado al mástil de mi barco pero no escucho el canto de las
sirenas. No hay sirenas, no hay barco.
Nada
ha sido mío.
Las
mujeres que amé y que me amaron, amor espurio que se fatiga hoy en otro lecho.
En el televisor de una tienda de barrio, el Titanic naufraga otra vez.
Afuera
el invierno se va y los árboles estrenan nuevas hojas. Sobre la mesa de noche
permanece un libro que habla de viajes. Un cielo que no conozco se agita en
esas páginas gastadas.
Un
pájaro azul.
Sé
que tuve dos hijas que en la noche de año nuevo le daban la vuelta a la manzana
cargando una maleta llena de girasoles.
Sé
que el viento ha extraviado sus postales.
Recuerdo
un patio, un triciclo, la sombra de un gato amarillo que todavía duerme a los
pies de mi cama. Recuerdo el arcoíris que nacía en la olla de oro de un duende.
Nada
ha sido mío.
Una
anciana le reza a un judío muerto. «Los comedores de patatas» de Vincent Van
Gogh interrumpen su cena y la miran con desdén. ¿Quién es esa niña que durante todos
estos años ha ocultado su rostro? Quisiera rezarle a algún dios, pero ya ninguno
quiere tratos conmigo.
Viví
en una ciudad fría de calles inclinadas que con sus diecisiete campanarios, durante
siglos, ha esclavizado a sus fieles. Viví en un pueblo en donde en lugar de
molinos había gigantes; allí, todos los domingos, el Crucificado bajaba de su
madero y comía masato y galletas con los niños que salían de misa.
Recuerdo
la sonrisa de mi mamá, sus manos que a diario recomponían una casa habitada por
fantasmas. Recuerdo los lirios del campo que brotaban de sus dedos como si
fueran maleza. El ruido de una guadaña cruza la tarde como un río y un cardumen
de pequeños peces alados atraviesa mis ojos.
Nada
ha sido mío.
Sé
de un poeta centenario que fue olvidado por la Señora Muerte y que transita por las calles de una ciudad que
no lo reconoce. Sé de uno que se baña en las aguas oscuras del crimen y amanece
limpio como un niño que va a su primer día de escuela. Sé que el poeta y el
niño son el mismo.
Las
ruinas de una fiesta se han anclado en mi ventana. Una guitarra. Unas voces
ásperas hablan de Nueva York. El humo púrpura de un tabaco huye de los labios de
una mujer joven que entona una canción triste. Sé que ella tiene el nombre de
un bebé tatuado en su vientre.
Yo,
Ulises, permanezco atrapado en una habitación acosada por las termitas, paredes
de alquiler en donde aguardo el fin del mundo.
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