(Natalia Orozco, directora del documental)
Por Juan Merchán
Natalia Orozco, la directora del
documental que abrió la versión número 57 del Festival Internacional de Cine de
Cartagena de Indias (Ficci), habló sobre su documental. Aunque nació en
Medellín, su padre y su familia son de Popayán, por eso hay un lazo que aún la
une a esta tierra.
Sus amigos veían su nuevo proyecto como
un viaje a la utopía. Eran los inicios del proceso de paz entre el Gobierno
Colombiano y las FARC, y, aún en terrenos fangosos y con el recuerdo todavía
indeleble del intento anterior en el gobierno Pastrana, nadie se atrevía a
augurar un desenlace quizá exitoso, o al menos esperanzador. Natalia Orozco
para ese momento llevaba más de 10 años de experiencia periodística, había
cubierto para medios nacionales y extranjeros la Guerra de Libia y el
levantamiento popular en Egipto, tenía dos premios Simón Bolívar, acaba de
iniciar su carrera como documentalista, y por esto a todas luces no se entendía
este empeño incesante en narrar un proceso que acababa de nacer, y que muchos
querían ver fenecer.
La persistencia de Natalia en narrar
este nuevo intento de paz se evidencia fácilmente. Sin embargo, quizá no sea
suficiente hablar de los 6 viajes infructuosos que hizo a La Habana para lograr
una reunión de presentación con el comité de negociación de las FARC, ni de la
labor de deconstrucción del halo de “periodista de medios privados” que Natalia
parecía llevar siempre en esos viajes, y por el cual se le miraba con
reticencia.
Es posible que su entereza y constancia
sean mejor ilustradas al ver su documental y hacer posible observar cómo esta
antioqueña supo sentar en la mesa a los miembros destacados de la negociación,
el presidente incluido, y hacer las preguntas precisas, las necesarias, sin ese
temor constante de algunos realizadores a que el personaje de su trabajo
audiovisual se enoje al ser cuestionado. “Natalia, tienes el corazón oscuro a
pensar que las FARC somos millonarias” afirma de forma desafiante Pastor Alape
ante la pregunta necesaria de Orozco. Esta y otras muchas tensiones presentes y ausentes en cámara resaltan el
rol de esta realizadora no como simple foro de divulgación de lo que se vivía
en La Habana, sino más bien como la linterna que buscaba en un brumoso espacio
de información que los medios de comunicación preferían mantener en tal
opacidad.
En el marco de la reciente 57va versión
del Festival de Cine de Cartagena, El Silencio de Los Fusiles, la culminación
de este esfuerzo creativo e investigativo, fue la obra audiovisual inaugural.
Con la presencia del presidente Juan Manuel Santos, del Jefe Negociador del
Gobierno Humberto de la Calle y de Pastor Alape, miembro negociador de las
FARC, esta exhibición inicial marcó el enfoqué temático de esta versión del
festival que, con otras obras, perfiló su mote de El Ficci del postconflicto.
El Nuevo Liberal habló con esta
realizadora y periodista sobre su documental, su impacto y por qué los caucanos
deben ir a verlo.
En una charla con el director brasilero João Moreira, él
afirmaba en que el documental es el territorio de una experiencia y que el
periodismo es el territorio de una información, ¿Cuál es tu posición frente a
estos dos ejercicios, el documental y el periodismo?
Natalia Orozco: Me parece
brillantemente definida esa línea que separa el documental y el periodismo sin
dejar de decir que muchas herramientas del periodismo pueden ser utilizadas a
la hora de construir un documental, sin necesariamente que eso lo contamine. De
alguna manera la forma, la insistencia y la persistencia de perseguir los
personajes que uno quiere que narren o que hilen la historia pueden salir del
ejercicio periodístico, ahora la forma de acercar esas dos realidades que ellos
te revelan, las formas de tratarla, narrarlas y sobre todo la intención es la
que cambia radicalmente.
Efectivamente el documental para mí es
el territorio, como dice él, de la experiencia, pero es sobre todo el
territorio donde los juicios de valor deben abstraerse de toda lógica de la
narración y donde prima antes que todo el sentimiento humano, la experiencia
humana frente al otro. El deseo de buscar una chiva, una revelación, todo eso
tiene que abstraerse como de la intención a la hora de acercarse a una realidad
y sobre todo hay que hacer abstracción de los juicios de valor y de las ganas
de juzgar que están muy presentes en el periodismo.
En el periodismo uno busca responder a
preguntas fácticas, en el documental, yo lo que hago es abrir preguntas a temas
que tienen que ver con la existencia y con la complejidad humana.
Hay una escena del documental donde antes de viajar para
La Habana, tus amigos te dijeron que aquel viaje era un viaje a una utopía, la
primera vez que viajaste. Después de todo lo que ha pasado, de lo que pasó el 2
de octubre, lo que ha pasado este año y lo que pasó en el Ficci, ¿Cómo
rememoras ese primer viaje, se concretó esa utopía? ¿Qué significado le das en
este momento?
NO: Ellos tenían en parte
razón, el primer viaje que hice de manera formal a grabar el documental lo hice
con mi mejor amigo, que es un gran documentalista: Alejandro Cock, quien partió
al cabo de dos años, porque se lo llevó un cáncer, entonces es un viaje que yo
recuerdo con muchísimo cariño y agradecimiento con él porque además él llevaba
una de las jeringas de su quimioterapia para grabar y al mismo tiempo irse
tratando.
También hable mucho con Alejo de ese
tema y sí nos seguía pareciendo que era muy difícil que ellos fueran a revelar
más de lo que estábamos viendo ahí, o sea que por lo menos la guerrilla aún se
debía a un Ejército y tenía todavía muchas batallas que dar, que no eran
batallas para las que se habían entrenado, sino que eran las batallas internas,
con sus propios demonios, y quizás yo estaba siendo demasiado pretensiosa, y
también en mi gran ignorancia frente a las Farc porque yo tengo que decir que
para mí fue un descubrimiento pensar que esos hombres y mujeres que habían
estado tantos años en la clandestinidad se iban a sentar frente a mi cámara a
revelar sus más profundos e íntimos secretos o contradicciones.
No creo que nosotros hayamos desnudado
el corazón, la mente o el alma de estas personas, yo creo que no lo logramos, creo
que la historia más profunda de lo que fueron los últimos días de armas en la
guerrilla se va a poder contar en una década, aún no es posible, aún es muy
prematuro. Pero yo sí creo que tanto con la guerrilla como con los funcionarios
del Gobierno, gracias al tiempo, gracias a la relación franca que se estableció
logramos unos instantes de verdad, más allá de unas respuestas que dan los
hombres políticos y los guerrilleros, que son llenas de lugares comunes,
logramos unas reacciones y unas
respuestas que estaban cargadas sí de sus sentimientos más profundos y yo creo
que eso es lo que le da un valor particular a la pieza documental que le
entregamos al país.
Los que tuvimos la oportunidad de ver el documental en el
Ficci, podemos decir que en varias partes de él se equipararon las versiones de
los negociadores. Muchas versiones fueron contrarias y tu decisión fue hacer en
el montaje una confrontación de ideas con hechos, hablando de narcotráfico, del
dinero de las Farc y se ve la ambivalencia de las dos versiones. ¿Cómo
reevalúas este ejercicio narrativo ya una vez expuesto el documental? ¿Has
recibido comentarios por esta confrontación de ideas por parte de los
protagonistas?
NO: Estoy muy
sorprendida porque efectivamente yo sí confrontaba las versiones de los unos y
de los otros teniendo presente que al principio del documental eran posiciones
extremadamente alejadas. Por ejemplo la llegada a Oslo en la que las Farc
decían que los únicos que debían de ir a los tribunales era el Estado, por los
falsos positivos, por los crímenes de estado y pues finalmente el discurso final
en el que ellos también aceptan su responsabilidades, pienso que fue para ellos
un ejercicio de verdad y además a mí me pareció muy valiente porque yo les
había dicho que la última palabra en la línea editorial era mía.
Yo les había advertido, ustedes tienen
que saber que yo soy muy crítica con los vínculos que han tenido con el
narcotráfico, con la forma como respondieron después de haber elecciones, esa
oleada de violencia, que a mí me pareció innecesaria la masacre de los 11
soldados en Cauca, crítica con ambos lados y ellos se fueron a pecho
descubierto a enfrentar esa batalla, para mí, un gran ejercicio de tolerancia y
muestra de la libertad de expresión, porque cuando terminó la proyección, al
igual que el Gobierno lo único que me dijeron fue gracias por hacer este
ejercicio.
Entonces pienso que era necesario
mostrar que eran dos visiones del mundo distintas, dos visiones del pasado y de
la historia distintas, ellos tienen una apreciación diferente de lo que son las
causas de esta guerra, pero habían unos puntos de convergencia que fuimos
madurando con el transcurso de los años y fue los que hicieron posible la
negociación, encontrar esos puntos en los cuales sí habían unas coincidencias,
y de eso se trataba el documental, de mostrar que a pesar de que tenemos
visiones del mundo distintas es posible decir vamos a solucionar nuestras
diferencias con las palabras y no con las balas, entonces me parecía que ese
ejercicio era necesario y de alguna manera fue la columna vertebral del
documental.
Como parte de la realización del documental tú también
relatas que en 2014 tuviste la oportunidad de estar en la casa donde
permanecían los jefes negociadores en La Habana, tú has entrevistado a líderes
mundiales, has estado en medio oriente, en África, ¿Hubo algo particular en tu
estadía en La Habana, algo que te llamara la atención de la estadía de la
guerrilla allá?
NO: Tuve unos
períodos de indignación por la forma como la prensa nacional cubrió el tema de
la negociación de paz, creo que algunos medios se enfrascaban en largos debates
en temas muy banales y muy frívolos, entonces decían por ejemplo la cena en el
velero donde se montaron las Farc, o cuando decían que allá estaban viviendo
como reyes, y utilizaron eso y permearon la opinión pública e hicieron un gran
daño, primero sin entender que esas personas de las dos delegaciones estaban
bajo una presión indescriptible.
Por un lado el Gobierno tenía encima a
la opinión pública vigilándolos con una oposición creciente, además jugándose
que su visión de Estado no fuera a ser vulnerada, y la guerrilla se estaba
jugando la vida de sus tropas y su propia vida y su posible o no extradición,
obviamente dentro de las técnicas de negociación se sabía que había que
sacarlos a que vieran el horizonte, porque muchos eran urbanos pero otros
venían de la selva, había que generar los encuentros que tuvieron con su
familia, todo eso estaba dentro de las técnicas de negociación y me impactó
mucho.
Claro que ellos tenían casa, dormían en
una cama y bajo techo porque es que en el día estaban sometidos a unas
presiones muy grandes, y me parecía increíble la banalidad. La verdad es que
estaba muy indignada de cómo los medios de alguna manera se dejaron utilizar
por unas fuerzas de oposición que no necesariamente están pensando en el bien y
en el sufrimiento que han tenido las capas más vulnerables y pobres de este
país. Y segundo, que le hicieron eco muy irresponsablemente a afirmaciones que
no construían una opinión sobre el proceso de paz sino que seguían alimentando
unas imágenes creadas y contaminadas que hemos tenido de la guerra.
Hablemos de la visita a Bojayá, ¿Qué impacto genera para
el documental esta visita y cuál fue tu reacción al acto de reparación de
víctimas que hubo allá?
NO: Siento que las
dos delegaciones y los negociadores del proceso están en una deuda con la
construcción de la memoria porque ni a nosotros ni a ningún equipo de cine o
televisión nos dejaron estar en el encuentro de las víctimas con los
guerrilleros, que eso marca una vicisitud no solo en el proceso sino en la
historia de Colombia.
Tampoco nos dejaron estar, porque nos
dijeron que era la solicitud de la comunidad, las imágenes que ves ahí son las
que grabó Naciones Unidas, todas las otras cámaras fueron decomisadas a la
entrada y el material que nos dieron a nosotros de Bojayá lo metimos (aunque no
tenía la factura técnica que nosotros hubiéramos querido), al igual que el
encuentro de las víctimas con las Farc porque sí es un documento, un archivo
histórico, el valor histórico de ese documento es increíble, y porque también
en la narrativa en la construcción documental marcó un antes y un después en la
actitud de ambos lados de la mesa.
Yo siento que ahí sí hay un
"breaking point" (punto de quiebre) en el que los actores tanto el
Gobierno como de las Farc permiten que vayamos hacia preguntas más humanas, por
ejemplo cuando yo le pregunto a Pablo Catatumbo ‘ustedes siempre dicen que hay
errores o inconvenientes dentro de esa mesa, pero póngale nombre a los errores
cometidos por las Farc, dígame de qué errores estamos hablando’. Entonces ver a
las Farc hablar de las minas, de los secuestros, a Timoleón decir: ‘eso jamás
debió haber sucedido’, yo creo que todo eso se genera en ese encuentro con las
víctimas y en ese compromiso que ellos hacen, que yo siento de una manera
sincera, de reparar de alguna manera, así sea con la verdad (que para mí no es
suficiente sino un principio). Ojalá los paramilitares hubieran hecho lo mismo,
ojalá...
Hubo un momento tenso en el documental o al menos para
quienes lo observamos, el momento en el que Pastor Alape a tu pregunta sobre el
dinero, él responde ásperamente y afirma que tú tienes un corazón oscuro al
pensar en que los miembros de las Farc tienen un dinero oculto, que viven como
ricos, ¿Recibiste una respuesta igual por parte de otros miembros de los
negociadores o sólo fue él? y ¿Cómo evalúas esa reacción?
NO: Como Pastor, hubo
varios, momentos que no alcanzan a quedar todos en el documental, pero yo creo
que estaban enfrentándose, primero a unas preguntas muy directas y muy
incisivas mías, la regla del juego era que no iba a haber concesiones y ellos
sabían que iba a ser así hasta el último tiro; sin embargo ellos tenían un
inconveniente y era el momento en que yo hacía las preguntas, ellos no podían
revelar todo.
Por ejemplo ahora están entregando la
lista de los niños que combatieron en sus filas, ahora ya van a entregar, en
teoría, la lista de sus bienes, pero cuando yo les preguntaba en ese momento
ellos no lo podían revelar, entonces sé que los ponía en una situación muy
difícil pero eso no iba a evitar que yo lo hiciera porque yo quería en ese
momento saberlo y la que tenía que tener de principio a fin el ‘sartén por el
mango era yo’, entonces ahora por ejemplo si tú le preguntas a Patror Alape,
seguro te va a responder distinto, pero ellos estuvieron enfrentados todo el
tiempo a la dificultad de qué es decirme la verdad, pero en algunos momentos no
poder revelar toda la respuesta.
También hubo momentos así con el
Gobierno, con Sergio Jaramillo cuando le digo hábleme del Plan Colombia, él no
quería hablar de ese tema, porque él sabía que frente a ese Plan yo iba a tener
varios cuestionamientos, y también me responde y me trata de sacar por un volado,
pero yo lo dejo que lo haga y luego le pregunto a los otros, simplemente para
mostrar en el documental que las cosas no iban a suceder como ellos querían.
Siempre hubo respeto, hubo momentos muy
tensos, hubo entrevistas que cuando concluían yo decía: esta es la última
entrevista que le hago a esta persona, pero dejaba pasar uno y dos meses y
volvía, ya los ánimos se habían calmado, había evolucionado en el discurso y en
el proceso de la verdad, regresaba y encontraba a seres humanos dispuestos de
tratar hacer este ejercicio. Hubo muchos momentos en los que yo pensaba que el
proceso se iba a acabar o que el documental llegaba hasta ese día.
Tú has hablado de que el Hay Festival es un festival muy
excluyente, sólo para algunos sectores de la sociedad, ¿Cuál es tu opinión del
Ficci? y ¿Cómo viste que en esta versión 57 tu documental haya sido la obra
inaugural?
NO: Hace muchos años
vivo por fuera de Colombia y he tenido la oportunidad de ir a dos o tres
festivales de cine, a mí me encanta, porque me parece que es un Festival donde
cabe muchísima más variedad de público, me parece que el esfuerzo de hacer cine
en los barrios es justo y necesario, pero la versión número 57 me pareció
revolucionaria, tal y como debe ser la revolución que se debe hacer con las
palabras, con las fuerzas nativas y con el arte.
Personalmente pienso que lo que
hicieron Lina, Pedro Adrián y Ana fue un acto de valentía, que yo creo que se
va a escribir en la historia del cine colombiano, para ellos no era fácil
elegir una película que sin duda es polémica, que toca tantas fibras tan
profundas de los colombianos.
Terminé muy muy agotada de este
ejercicio, y cuando entran Pedro Adrián, Diana y Lina con esta invitación, es como
si me hubieran alivianado todo, fue maravilloso y sí marca un momento único en
la historia del cine en el país, no mí documental sino la decisión del Ficci de
haberlo llevado a la inauguración y haberlo proyectado en esa plataforma.
Finalmente, en tú opinión ¿Por qué el pueblo del Valle y
del Cauca, de la región del suroccidente y en general de toda la Colombia rural
debe ver el documental?
NO: Con el Valle del
Cauca y con todo el Cauca tengo una relación muy profunda porque mi mamá es
caleña y mi papá es payanés y mis abuelos eran casi que indígenas de Popayán,
entonces casi que por reflejo miraba con más atención lo que sucedía en esa
zona del país, que particularmente fue una de las zonas más golpeadas por la
guerra, cilindros bomba tirados en El Tambo, en Toribío, yo lo tuve muy
presente la primera vez que miré a Pablo Catatumbo y a algunos de los
comandantes de esa zona.
Que lo vean allá para mí va a ser muy
importante porque parte de mi visión del mundo, parte de mi visión de la guerra
y mi deseo de que Colombia avance hacia la paz es inculcado por mi padre y de
alguna manera mis padres son muy caucanos en su alma, mis tíos, mis abuelos,
somos una familia muy unida y de alguna manera yo siento que hay una parte de esa
fibra de hacer este documental se movió desde allá, yo sueño no que lo vean
sino con yo ir y proyectarlo, hablar con los payaneses, con los caleños, con la
Colombia profunda que está allá alrededor de Popayán sobre ese documental.
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