Las conclusiones de Martín Caparrós terminado el II encuentro de Nuevos Cronistas de Indias son: caraterización de los estilos, crítica social y bajarse los humos de la moda para ponerse a escribir bien porque la buena crónica consiste en saber interrogar a la vida. Dice Caparrós en su blog de El País:
Ahora la principal ya no es de qué hablamos cuando hablamos de crónica; ahora sería de qué hablamos cuando escribimos una crónica.
O sea: qué queremos contar, qué nos atrae, qué mundos miramos.
Pero antes, para intentar saber qué vamos a contar, nos preguntamos para qué. Por qué nos tomaríamos el trabajo de hacer nuestro trabajo.
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Una mesa entre tantas me sirve como ejemplo –que de eso se trata todo esto: usar una parcela de pretendida realidad para crear la realidad que uno pretende.
Una mesa, decía, de jóvenes cronistas. Toro, puertorriqueña, que dice que lo hace porque quiere que su país sea un país. Martínez, salvadoreño, que para que su país conozca su país –y que lo cambie. Salinas, nicaragüense, que para que un país marginal reconozca sus márgenes –y los estreche. Pires, brasileña, que porque sí, sin vocación social; que lo que le gusta es escribir historias –aunque no sirvan para nada.
Y varios con ella: la tarea de los periodistas es contar bien una historia, dijeron muchos, y ya está.
Y varios, otra vez: que lo hacen para cambiar algo, para afirmar algo: con una meta externa.
A mí me gusta ese deseo –pero ése es mi problema. ¿Es ambicioso, vano, inútil?
O, dicho de otro modo: ¿no es mucho más atractivo hacerlo si creemos que sirve? ¿Es un engaño? ¿Es mejor engañarse que no? ¿Y si fuera verdad? ¿Y si no fuera?
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La intención se muestra, por supuesto, en la elección. En la pregunta por la historia: ¿de qué escribimos cuando escribimos crónicas?
Y la intención, insisto, puede ser solo ésa: contar bien una historia, cualquier historia. O contar bien una historia que, de algún modo, se ocupa de un problema del que uno cree que vale la pena ocuparse.
Se discute, lo discutimos. En esa discusión está, sin duda, la riqueza.
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Aunque se corren riesgos. El peligro, dijo alguien, de caer en la tentación de armar la Freak’s Collection: una galería de raros, de singulares, de atracciones de feria. O el paseo autocomplaciente: la crónica en su formato cuando yo –cada vez mejor escrita, más compuesta. El peligro de que las maneras de la crónica se vuelvan manierismos.
Otros dijeron que eso no eran peligros sino libertades.
En todo caso hubo cierto consenso en huir de un empecinamiento en la miseria que ya no suele cumplir con las metas que busca, y buscarle otros modos. E insistir en contar el poder –de otra manera.
Y, entre esos poderes, uno que por aquí se cuenta mucho porque cuenta mucho: el poder de la violencia, bandas, narcos.
Por momentos, también, intentamos pensar para quién lo hacíamos, ahora que la audiencia se ve cada vez más, ahora que vemos leyendo a los lectores. Alguien decía que la crónica era para élites. Y quién le contestaba que los diarios también eran productos de nicho: 120.000 ejemplares en un país de 100 millones de habitantes demuestran que la cantidad no siempre es el valor determinante.
Y, por otro lado, otra sorpresa: hablamos de soportes, de medios para las crónicas pero ya no hablamos de los grandes medios, de los periódicos más tradicionales. Es como si los hubiésemos descartado como vehículo para nuestro trabajo; ahora nos congratulamos –yo también– por la insistencia de nuestras revistas amigas y la aparición de esos medios virtuales donde aparecen nuestros textos como si en una hoja de papel: Anfibia, Silla Vacía, FronteraD, Puercoespín, y siguen firmas.
FOTO: MARTIN CAPARRÓS, ESQUIRE
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