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FernandoVallejo contra García Márquez


Desde que fue catapultado a la fama con La virgen de los sicarios, Fernando Vallejo quedó situado como polemista natural. En un discurso, frente al vicepresidente de la época, pidió a los políticos que se murieran y delegaran el poder, en el Premio Rómulo Gallegos aprovechó para despotricar contra el papa, en un congreso de escritores les dijo a los muchachos de Colombia que el gobierno y los violentos solo los querían como carne de cañón, en las columnas que publicó en revista Soho resolvió con eutanasia y esterilización el acto de ser madre y al rey de España lo acusó de la extinción de animales en África y la Selva Negra. Ahora el diario El Espectador publica un artículo escrito hacia finales de los años noventas en contra de Cien años de soledad. El artículo originalmente fue propuesto a la Revista El Malpensante, pero fue rechazado por el director de entonces Andrés Hoyos y ahora la editorial Alfaguara lo ha incluído en el libro que recién circula con ensayos de Vallejo, Peroratas. La nota en El espectador. Aquí un aparatado:

"El siguiente es el mensaje que envió a este diario Andrés Hoyos, director de la revista ‘El Malpensante’: “En el ‘Alto Turmequé’ del domingo hay una imprecisión que quisiera señalar. Dicen allí que El Malpensante rechazó un ensayo que Fernando Vallejo nos propuso en 1998 por ser un ataque contra García Márquez y Cien años de soledad, lo cual es sólo parcialmente cierto. De hecho, publicamos por esos días otro ensayo de Vallejo llamado ‘Cursillo de orientación ideológica para García Márquez’, donde Fernando arremete contra el comportamiento político de su famosísimo compatriota sin la menor contemplación (ver: http://bit.ly/10bJ9XH). El que no publicamos pretendía demoler Cien años de soledad diciendo que es una novela escrita en tercera persona y otras cosas que ustedes citan en la nota. Yo era el director en esa época y recuerdo que mi respuesta a Vallejo fue: ‘uno no ataca a un elefante con un cortauñas’. Dicho esto, me parece estupendo que Alfaguara haya publicado el ensayo de marras para que sean los propios lectores quienes decidan si el elefante muere o no”.
El siguiente es el texto completo del ensayo “Un siglo de soledad”, rescatado por Alfaguara para el libro ‘Peroratas’, ya en librerías, y cuya publicación exclusiva en El Espectador fue autorizada desde México por el escritor Fernando Vallejo con este mensaje:
“¡Cómo voy a atacar yo a un elefante! Ni con un cortauñas ni con nada. Yo no soy como el Borbón bribón que tienen los españoles, que hace poco mató a uno de esos hermosos animales con un rifle y salió como un héroe en primera plana en El País de España. Yo amo a los animales. En prueba los cien mil dólares del premio Rómulo Gallegos, que los di para los perros abandonados de Venezuela; y los ciento cincuenta mil del premio de la FIL, que los di para los de México. Muchos años después del incidente de El Malpensante, recuerdo la remota mañana en que el coronel Andrés Hoyos me rechazó el artículo sobre nuestro genio máximo escrito para nuestra revista máxima. Bogotá era entonces una aldea de cien mil habitantes que vivían de huevos prehistóricos”.
UN SIGLO DE SOLEDAD
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». En uso del derecho a malpensar que me confiere esta revista, voy a hacerte unas preguntas, Gabito, muchos años después, sobre tu libro genial que así empieza. ¿Muchos años después de qué, Gabito? ¿De la creación del mundo? Si es así, yo diría que tendrías que haberlo dicho, o algún malpensado podrá decir que se te quedó tu frase en veremos, como una telaraña colgada del aire. Pero si no es después de la creación del mundo sino «después de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», entonces algo ahí sobra. O te sobra, Gabito, el «remota» pues ya está en «muchos años después», o te sobra el «muchos años después» pues ya está en el «remota». Pero no te preocupés por la sintaxis, Gabito, que con las computadoras y el Internet ¿hoy a quién le importa? Al que te venga a criticar con el cuento de la sintaxis, decile que ésas son ganas de malpensar, de joder, y mandalo al carajo, que vos estás por encima de eso. Soltales un «carajo» de esos sonoros, tuyos, como los de tu coronel Buendía. Y en efecto, la originalidad de tu frase inicial, así a algún corto de oído le suene sintácticamente coja, es soberbia, y no está en la sintaxis sino en la escena luminosa que describes. Un viejo que lleva a un niño a conocer el hielo, ¿no es una originalidad genial? ¿Cómo se te ocurrió, Gabito? ¿Cómo se dio el milagro? ¿De veras fue como lo has contado en repetidas ocasiones a la prensa, una tarde calurosa en que ibas camino de Acapulco con Mercedes? ¿En qué ibas pensando camino de Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa? Aunque yo soy un pobre autor de primera persona que a las doce del día no recuerdo qué desayuné, y no un narrador omnisciente como vos que todo lo sabés, oís y ves, y que leés los pensamientos y nos podés contar lo que recordó el coronel Buendía muchos años después, apuesto a que sé en qué ibas pensando esa tarde calurosa camino de Acapulco con Mercedes. Ibas pensando en Rubén Darío, en su autobiografía, en la que el poeta nicaragüense, muerto en 1916, cuenta que su tío abuelo político, el coronel Félix Ramírez, esposo de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento, lo lleva a conocer el hielo: «Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia». ¡Te plagió, Gabito, te plagió ese cabrón nicaragüense! ¡Y con semejante frase tan fea! Y no sólo te robó el hielo y el grado de coronel, sino hasta la expresión genial tuya de «muchos años después», pues el «pocos años más tarde» de ese sinvergüenza ¿no viene a ser lo mismo, aunque al revés? Y después dicen que los colombianos somos ladrones. ¡Ladrones los nicaragüenses! Cuando te acusen de plagio me llamás a mí, Gabito, yo te defiendo. A cambio vos me vas a enseñar a ser autor omnisciente y a leer los pensamientos. Como ves, ya empecé a aprender, vos me diste el ejemplo, ya sé en qué ibas pensando camino de Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa en que se te ocurrió lo del hielo: en ese nicaragüense ladrón. Pero explicame ahora la segunda frase de tu libro genial: «Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos». ¿Huevos prehistóricos? ¡Prehistóricos serán los tuyos, güevón! No hay huevos «prehistóricos». Los huevos son del Triásico y del Jurásico, o sea de hace doscientos millones de años, cuando los pusieron los dinosaurios, y nada tienen que ver con la prehistoria, que es de hace diez mil o veinte mil. Los bisontes de las cuevas de Altamira y de Lascaux sí son prehistóricos. Sólo que los bisontes no ponen huevos. ¿O en el realismo mágico sí? En esto de los huevos prehistóricos sí metiste las patas, Gabito. ¡Por no consultarme a mí! ¿Qué te costaba, si yo también vivo en México, llamarme por teléfono desde Acapulco? Yo tengo en México dos o tres libros de paleontología con unos huevos de dinosaurio fosilizados, magníficos, muy útiles para tu creación del mundo y de tu Macondo.


Más que un ensayo, es un panfleto que señala lo que Vallejo considera inconsistencias de sintaxis y estilo, incongruencias de nomneclatura científica y algunas fuentes de las que, él cree, proviene el título, la escena inicial y el capricho de usar los nombres completos por el apellido. Pero la belleza no es la verdad, sino lo verosímil. Un escritor no tiene por qué aceptar la sintaxis ni del habla, ni la sintaxis de los guardianes del idioma, sino la sintaxis que exige una obra determinada con un estilo apropiado, que en el caso de ese inicio de García Márquez plantea una simultaneidad de tiempos y espacios narrados (el cronológicos, el sicológico) que es una de las herramientas fundamentales de la narración que la literatura tiene y que otras artes, como el cine, solo puede presentar con un artificio técnico o un efecto. Cien años de soledad narrado en primera persona sería simplemente otro libro, quizá uno empobrecido al que haría falta un narrador hiriente (¿como en las memorias de Vallejo) para mantener la tensión y la atención al contar una saga familiar. De paso, Vallejo ataca una vez más la tercera persona narrativa como un camino trillado por la literatura. Nada nuevo, en las posturas a que nos tiene acostumbrados el escritor. Hay que tener una tuerca torcida para reivindicarse con el rótulo de "novelista de primera persona". Esa es su mejor broma, quizá, porque al cancelar el impersonal indirecto hay que cancelar no solo a García Márquez sino a Tolstoi, Hemingway, Dostoiewsky, Faulkner, Stendhal, Balzac, Cervantes, Musil y gran parte de la mejor literatura del mundo a la que su obra no llega ni a hacer sombra.
Si dijéramos que las rebeliones de Fernando Vallejo son prometeicas, mentiríamos. Vallejo pone en la lista de suma urgencia la reproducción humana, la zootecnia, la libre dirección de todos los sexos, la anarquía burguesa, la muerte de las religiones y el pronombre narrativo. En algunas en alguna de esas ideas probablemente tiene razón, por estar en el centro del debate sobre el porvenir del ecosistema y la convivencia de la raza humana. En otras, no pasa de ser un panoico sicorígido. Si a alguien puede escandalizar Vallejo, es a los más jóvenes. Basta con leer el foro de comentarios. Una revelación un poco lamentable de esa nota es comprobar que un autor ya formado y consagrado desconoce los principios esenciales de la imaginación creativa en otro autor: creer que la bisociación es un plagio, es simplemente tener una fórmula única para ver y narrar el mundo. Por ese camino la literatura solo llega a un callejón sin salida. Tal vez el que tomó Vallejo.

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