No
sé a ustedes, pero a mí me gustan las películas que me hacen llorar, las que
trastornan, no a punta de violencia, que esas no dan más que lástima, sino a
punta de inteligencia o de algún drama o conflicto vital inexorable. Me gusta
que lo dejan a uno pensando. Si la película no me altera siento que perdí el tiempo, con
la literatura es parecido. Muchos libros me impresionan, pero son pocos los que
han alcanzado a trastornarme más allá, “el país de las últimas cosas” es uno de
ellos. Una noche hasta tuve una pesadilla en la que estaba en ese
país, su lectura me deprimió ¿todo eso por un libro? pensarán
muchos. Pues sí.
Pertenece
a la etapa temprana de Auster, escrito en 1987, habla de un país donde ya no se
produce nada nuevo. La vida no se regenera, hace años no nace ningún niño y
todo lo que queda son ruinas. Un país con la muerte anunciada en el que Anna
Blume tiene que sobrevivir y encontrar a su hermano. Un país del que ya no es
posible escapar. Es un libro profético, cuando uno lo lee siente que eso va a
pasar, es más, ya está pasando en alguna parte. Debe estar pasando en Haití,
salvo eso de que no nacen bebés, que es en realidad una concesión benévola de Auster
y no una tragedia más dentro de su universo.
Se
aprende algo leyéndolo, uno ve el mundo de una forma diferente después de leerlo,
valora lo que aún queda, lo que no se ha hundido, pues, contrario a lo que
creemos, no todo está perdido. Debería ser un libro de lectura obligatoria.
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