Recomendadísima esta crónica "Ser rapero en el guetto colombiano" en la Revista Letras Libres de México sobre el rapero Santacruz Medina del Barrio Las Cruces de Bogotá: un recuento de la historia del rap en la ciudad y las peripecias de sus intérpretes.
Fragmento:Corrían los ochenta en Las Cruces. En esos tiempos era muy común que bandas compuestas por familias o pandillas del barrio viajaran a robar al exterior. Esa era –es– la idiosincrasia de la delincuencia en Colombia. Si eres buen asaltante, debes viajar. Tenían distintas modalidades. Estaban los que hacían “escapes” arriba de los colectivos y robaban a los pasajeros sin que las víctimas lo notaran. O a los transeúntes en las principales calles de la ciudad que visitaban. Robaban billeteras, abrían carteras o bolsos o mochilas. Las mujeres se especializaban hurtando ropa en los comercios, que enviaban y se vendía en los centros comerciales de Bogotá. Después estaban los “apartamenteros internacionales”: ladrones que entraban a los departamentos cuando los dueños no estaban. Forzaban las cerraduras y los desvalijaban. El primer antecedente de esta modalidad aparece en 1960. Un diario informaba sobre la detención de una banda de colombianos acusados de robar casas en Miami.
A fines de los ochenta una banda de “internacionales” regresó a Las Cruces. Volvió como lo hacían todos los que viajaban a robar. Con varias gruesas cadenas de oro y los bolsillos llenos de dólares para comprar casas y locales. El destino había sido Nueva York. Habían vivido en el Bronx. Y trajeron algo que nunca nadie había traído.
–Esto es lo que se escucha en Nueva York –dijeron recién llegados, mostrando unos casetes.
Y esos casetes comprados en el Bronx comenzaron a sonar en los equipos musicales de las casas de Las Cruces. Esa fue la primera vez que se escuchó hip hop en el centro de Bogotá.
...
Desde la noche en que quisieron matarlo, Santacruz Medina no se animó a regresar. Apenas intentó pasar. Pasar no es lo mismo que regresar. Santacruz veía al barrio como un paso obligatorio antes de dirigirse a cualquier destino. Siempre. Cada vez que podía pasaba cerca de Las Cruces. Necesitaba mirarlo de cerca. Y recordar.
Hoy Santacruz vuelve, de chaqueta de cuero negra, una visera plana y unos pantalones oscuros, y me cuenta arriba del taxi que los casetes de hip hop llegaron a un pequeño sector de Las Cruces, al de los más jóvenes. Él era uno de ellos. De esos “peladitos” que admiraban a las “ratas” (asaltantes) y tenían como único proyecto de vida crecer y viajar a robar a otro país y convertirse en un “internacional”. Como ellos.
–Cuando aparece el hip hop hay dos cambios bien marcados. Unos se dedican a la delincuencia y otros a hacer hip hop. También había otros veinte jóvenes que ya bailaban breakdance. Y comenzaron a formarse las que serían las grandes bandas de hip hop colombianas. Escribían canciones de los piyos, los ladrones, de la policía, pues digamos lo que aquí llamamos la calle. La situación de nuestras pandillas.
El hip hop sonaba en el barrio. Cada vez más. Ya había grafiteros. Los peladitos buscaban las traducciones y videos sobre los raperos del Bronx. Y comenzaron a encargar casetes a cada banda que viajaba a Nueva York. Los fines de semana los adolescentes de Las Cruces iban a una discoteca para menores en el centro de Bogotá. Se juntaban afuera y, cuando llegaban los quince minutos de cada hora que el dj pasaba rap, entraban. Y salían cuando el dj cambiaba de ritmo. Y a la hora lo mismo. Entraban quince minutos y salían. Y así hasta el cierre.
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