En el diario El País de España una crónica de Winston Manrique Sabogal sobre el homenaje dedicado a Julio Cortázar en el que participó Mario Vargas Llosa y la albacea literaria del escritor (ex esposa) Aurora Bernárdez en la Universidad Complutense de Madrid:
¿Quién es ¿ ¿Dónde está? ¿La han visto? Y las miradas del pequeño salón la buscaban sin encontrarla. Hasta que Aurora Bernárdez con su pelo blanco entró despacito mientras creaba un camino de murmullos, se acercó a la mesa principal, se sentó en la silla acomodándose su vestido blanco estampado de paraguas, zapatos y mariposas rosadas para escuchar en silencio a Mario Vargas Llosa, a su lado, hablar de su marido: Julio Cortázar. Atendía serena los elogios y recuerdos, cuando el Nobel de literatura terminó de hablar, ella lo miró, y tras un suspiro le dijo con una sonrisa:Seguir leyendo
- Cuánto me ha gustado conocer a Aurora y a Julio, por el retrato que has hecho de nosotros.
Las risas de las 67 personas que estaban en el salón hicieron reír sonoramente a los dos. Así quedaba abierto oficialmente el juego de dos viejos amigos que una noche de diciembre de 1958 se conocieron en París. Ahora, 55 años después, evocaban no solo esa amistad, sino la del amigo más importante de entonces, aquel hombre de cabeza rapada, grandes manos que movía al hablar y de juventud indestronable que gozaba de la admiración de todos los que lo conocían. Aquella velada, el veinteañero Vargas Llosa estuvo hablando con una pareja toda la noche, sorprendido por la inteligencia de ambos y el ingenio de los dos para expresar ideas e intercambiar opiniones que hechizaban a todos. Solo al despedirse supo que se trataba de Cortázar y su mujer.
Con el tiempo el escritor argentino se convertiría en uno de los mejores amigos y en uno de los modelos y mentores de Vargas Llosa. Y las invitaciones que le hacían los Cortázar a su casa en verdaderos momentos de felicidad. Revelaciones de una conversación inédita entre dos amigos que, a veces, como adolescentes, se quitan la palabra uno a otro empujados por el entusiasmo de contar qué hicieron, qué han hecho, qué recuerdos siguen en su vida intactos. Y como dos amigos se siguen preguntando cosas que antes no se habían atrevido y que aprovechan en este homenaje Cortázar y el Boom Latinoamericano, en uno de los cursos de verano de El Escorial de la Universidad Complutense de Madrid, organizado por la Cátedra Vargas Llosa.
Las palabras se asoman por momentos en Rayuela. Entran y salen rápidamente de ella. Entran y salen, también, de la cómo era Cortázar (“una de las personas más inteligentes que he conocido y con ideas muy originales sobre la literatura”, cuenta Vargas Llosa); de cómo era su casa parisina (“A la entrada tenía una pizarra con recortes de periódicos y más cosas pegadas con alfileres”); de qué autores habían traducido ambos (“Aurora a Sartre, a Durrel y su Cuarteto de Alejandría, y a Italo Calvino”).
En aquella aún reciente noche de 1958 el mito y la leyenda en torno a Cortázar ya empezaban a tener forma. El Nobel peruano aprovecha el entusiasmo de Aurora Bernárdez para seguir en el juego de Yo pregunto y tú dices la verdad. “¿Es verdad que ustedes se presentaron a las pruebas de traductores de la Unesco en París y sacaron los dos primeros puestos, y que les ofrecieron un contrato fijo pero que rechazaron con el argumento de que preferían tener tiempo para leer y escribir?
- Sí. Y, tal vez, el primer puesto lo obtuvo Julio. Y le había podido servir para curarse del complejo de inferioridad. Aunque, después, cuando hicimos el curso para sacar el carnet de conducir lo obtuve yo primero.
Y, entre risas, las anécdotas se suceden en París, en Roma…
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