Ángel
Castaño Guzmán
Recordado
por el éxito editorial de Al diablo la maldita primavera, su
ópera prima, el narrador vallenato Alonso Sánchez Baute vuele al ruedo con ¿De dónde
flores si no hay jardín?, tríptico de relatos que viaja al
sub-fondo bogotano de la mano de un jíbaro, una meretriz y un adicto a las
drogas. Sánchez Baute, a cada uno de ellos, le da voz y rostro en medio de la
marea siempre frenética de la vida citadina.
Quien haya leído sus novelas se da cuenta que hay en
ella una fascinación por el personaje marginal. ¿Qué elementos en particular lo
seducen de este tipo de personajes? ¿Dónde radica su atractivo?
Mi
interés en la literatura, más que contar una historia, apunta a la construcción
de identidad: saber quién soy como persona,
como grupo, como nación, como raza. Diría mejor que quien ha leído
mis libros conoce de mi interés por tratar de entender al hombre, por tratar de
entender la condición humana. Por eso todos
mis libros, más que historias, cuentan historias de personajes. En el caso de ¿De dónde
flores si no hay jardín? hay una constante en las tres historias: la libertad de los protagonistas al momento de
tomar sus decisiones. Diferente a la tragedia griega, donde el hombre está
amarrado a su destino, mis personajes –como en Líbranos del bien–
siempre tienen la opción de seguir por un camino determinado, pero optan por la
marginalidad. Es decir, subrayo el hecho de que la marginalidad también es una
opción de vida.
Los tres relatos son extensas confesiones en
primera persona, procedimiento similar al de Al diablo la maldita
primavera. ¿Por qué ha elegido ese formato de escritura? ¿Qué
posibilidades estéticas encuentra en él?
A estas tres historias prefiero llamarlas perfiles ficticios o incluso ensayos, en cuanto a
que cada personaje escribe un ensayo sobre sí mismo. Me gusta penetrar en el subconsciente de mis personajes, conocer
sus zonas oscuras, entender sus contradicciones. La primera persona me permite
dejar hablar a mis personajes con su propia voz, sin cuestionarlos. Es decir,
dejarlos ser tal cual son para poder explorar a fondo su sicología. Por eso, de momento, sólo me interesa contar en
primera persona en lugar de recurrir al narrador omnisciente que todo lo ve y
todo lo oye y hasta e capaz de conocer los pensamientos ajenos.
Los tres personajes tienen un nexo, así sea lejano,
con Salvador Huerga y hablan de su fatídico final. ¿Qué tan violenta es la
ciudad con los marginales?
Salvador Huerga no
es, en sí, un personaje marginal. Es un siquiatra que vive muy cómodamente en
un amplio apartamento que visitan personas de toda condición socioeconómica y
cultural. Él bordea lo marginal quizás porque encuentra allí la sinceridad social
que no encuentra en los de su misma condición. Y quizás también porque la
ciudad es demasiado violenta con los excluidos, y eso a él lo atrae de una
manera mortal. Hace un par
de siglos, la novela resaltaba a personas de clase alta. Así hicieron –entre otros–
Tolstoi, Dostoievski y Proust. Por fortuna, cada
vez más la literatura se ha venido ocupando de dar voz a estas otras voces
sociales, hablando de ellos en profundidad.
Los tres relatos están anclados en las calles de
Bogotá: ellos las recorren, las gozan y padecen. ¿Qué le ha aportado vivir en
Bogotá a su trabajo literario? ¿Es solo un escenario o un leivmotiv?
Soy vallenato de
nacimiento, pero vivo en Bogotá desde hace 37 años. Allá está anclada mi
sangre, mi cultura, pero a Bogotá le debo mi educación sentimental. Aquí me
hice hombre, pues aquí asumí la responsabilidad de mi propia vida. He recorrido
sus calles y su cultura como si fuera un político en campaña electoral. La
conozco palmo a palmo. Por eso en mis textos Bogotá sirve de escenario, pero es
a la vez protagonista.
Para encontrar el tono de los tres relatos, ¿hizo
algún trabajo de campo?, ¿habló con personas en carne y hueso que vivan en
situaciones similares a la de sus personajes?
No me gusta usar
la expresión “trabajo de campo” porque suena a investigador que recorre las
calles entrevistando con lápiz en mano. Yo soy muy urbano, muy de la calle. Me
habita una curiosidad por conocer a fondo todo lo que llama mi atención. Esto
me hace temerario en cuanto a que no temo caminar por sitios “prohibidos”. Para
escribir el tercer relato, por ejemplo, visité unas cuantas veces el Bronx, una
de ellas en plena madrugada. Al final, de eso quedó apenas una línea, pero al
relato lo recorre ese ambiente de desesperanza y desasosiego que anida en ese
lugar.
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