© “Ára
Bátur - Sigur Ros”. Pastel sobre cartulina,
Natalia
Castillo, 2009, Serie Monólogos musicales.
Elegía
De pronto todo el árbol está temblando
y no hay señales del viento.
Charles Simic
Esa
muchacha que desde el comienzo del día ha repetido tu nombre.
La que hoy deslizó bajo tu puerta un
papelito que dice:
“Haré lo que sea para que esto funcione”.
La del fuego pintado en los ojos, la de senos
afilados y blancos,
la triste.
Esa que nadó contigo allá en el lejano mar
de la infancia
cuando todavía ignorabas que no había nada
para ti.
Anda,
ve con ella y no temas.
Busca la taberna más próxima y
emborráchate hasta caer.
Pero antes invítala a bailar, tómala de la
cintura,
ignora su temible cabellera olorosa a
crisantemos
y entrégate,
cuéntale tu dolor.
Vencido,
reclina tu frente sobre sus hombros de
marfil
y cuando ya no te habite el nombre ni el
rostro de nadie
y el rencor haya cesado,
canta con ella una tonada llena de
melancolía
una que te recuerde que este será tu
último crepúsculo
y estas las últimas botellas que dejarás
vacías en una mesa.
Mira
una vez más la ventana
a donde seguirá llegando el jilguero del
alba,
y después entrégale tus ojos para siempre.
Reconoce la fortuna de tenerla entre tus
brazos,
acerca tus labios a su oído y dile con voz
dulce:
“Haré lo que sea para que esto funcione”.
Y no olvides ni por un momento que esa flaca,
desde temprano,
ha estado reuniendo las letras de tu
nombre, que te llama.
Responde
ya a su llamado, porque no está bien
que le hagas esperar.
Recuerda que no eres el único, ni el más
bello, ni el más deseable.
¡Contéstale!, porque es posible que ella
se canse
y la veas partir para siempre,
alta,
diáfana,
distante ya de tu corazón.
Y que nunca más pregunte por ti.
Si
esa muchacha pronuncia tu nombre otra vez,
si su voz acalla los ruidos que trajinan
la noche,
apresúrate,
y ve con ella antes de que sea tarde.
* * *
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