Por Liliana Guzmán*
Cinco son pocas. Su elección es visceral y su descripción apenas la
destilación de la memoria. Sin más preámbulos, aquí van:
1.
El productor de cadáveres (“Der Totmacher”. Dir: Romuald Karmakar, 1995). Un psicólogo determina
a través de un interminable interrogatorio si un asesino puede declararse loco
y así librarse de la condena por matar y violar a 17 niños. El descarnado
relato de impecables actuaciones no necesita sangre ni cuerpos, ni siquiera
salir de una asfixiante oficina. La reflexión que sugiere, para mí, es que
cualquier temperamento, demoníaco o noble, convive en todo ser humano.
***
2.
Little Miss Sunshine (Dir: Jonathan Dayton,
Valerie Faris, 2006). Una familia emprende un tragicómico viaje a través de los
EEUU para cumplir el sueño de la hija menor de participar en un concurso de
belleza. Aunque la niña no tiene ninguna posibilidad contra las extensiones rubias
y las sonrisas blanqueadas de sus contendientes, uno desea que su tímido
corazón brille en una coreografía en la que se juega su vida. Es una oda a la
imperfección, a ser un freak único en un mar de “Barbies”. Es un buen antídoto
contra el perfeccionismo.
***
3.
Las Invasiones Bárbaras. (“Les
Invasiones Barbares”. Dir: Denys Arcand, 2003) Este film narra la agonía de un profesor
universitario canadiense enfermo de cáncer que se aferra tercamente a la vida.
¿Cómo morir creyendo que todavía está todo por hacer? ¿Y si la existencia ha sido
un gran desperdicio? Esta película, sencilla y dulce, es una reflexión imprescindible
sobre cómo morir con humildad, sin drama, y la guerra literalmente “a muerte”
que hay que librar para llegar a ese estado de sosiego.
***
4.
El abrazo de la serpiente.
(Dir: Ciro Guerra, 2015). Este inquietante viaje al interior de la selva, es el
recorrido de dos científicos blancos en distintas épocas guiados por un mismo
indígena (o espíritu) que simboliza la pureza extinta de la selva. La película
muestra la naturaleza en primer plano con una neutralidad salvaje y
sobrecogedora. Los estragos de los colonos, la codicia, la locura religiosa, todo
lo perverso enterrado en la espesura, somos nosotros. Nuestra civilización,
parece ser la reflexión, tiene la propiedad de destrozar lo que toca.
***
5. Frozen. (Dir: Chris Buck, Jennifer Lee, 2013) Elsa no se enamora,
canta una canción a todo pulmón sobre ser libre y dejar de reprimirse y tiene
poderes increíbles, mientras su hermana Ana cree enamorarse “a primera vista”, como
dicta el esquema de las películas de princesas, solo para darse cuenta de que ese
“impulso” mal llamado “amor” que nos han vendido los cuentos de hadas tiende a terminar
mal. No se me ocurre algo más revolucionario que enseñarles a las niñas que
sean libres, que el amor no es sólo atracción sino construcción y que el
matrimonio no es el fin último de nada.
Ninguna de estas películas se destaca por sus efectos, su
espectacularidad o grandes presupuestos (salvo, tal vez, Frozen). Ni siquiera son
guiones especialmente complejos. Sólo son historias bien contadas, apuestas valientes
y honestas, desprovistas de los retruécanos del efectismo, del onanismo mental
del que está lleno, no sólo el cine, sino el arte en general. Para mí, cada una
de estas películas contiene una partícula del alma humana. Eso, a mi entender, es
el arte.
*Escritora y libretista de televisión. Ha publicado Diario de la Mujer Invisible (2016), novela premiada en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional.
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