La dpla no descansará en una base de datos gigantesca y única. Será un sistema disperso que sumará colecciones de muchas bibliotecas universitarias, museos y demás instituciones. Dará acceso inmediato a documentos de muchos formatos, incluyendo imágenes, grabaciones y videos. Sin embargo, en un principio constará sobre todo de libros del dominio público. Google digitalizó cerca de dos millones de ellos, y copias de sus archivos digitales han sido depositadas en el HathiTrust, un repositorio digital establecido en Michigan para conservar los frutos de la digitalización emprendida por Google y otros proyectos digitales de sesenta bibliotecas participantes. Aunque la misión de Hathi es preservar, puede alcanzarse un acuerdo para que su acervo quede a disposición de la dpla. El Internet Archive, un organismo sin fines de lucro, dedicado a la digitalización y promotor del libre acceso, fundado por el ingeniero en sistemas y bibliotecario digital Brewster Kahle, también puede poner a disposición millones de archivos. Las bibliotecas universitarias de todas partes han digitalizado grandes porciones de sus colecciones especiales con independencia de Google. Por ejemplo, Harvard ha digitalizado y puesto a disposición de los usuarios, sin costo, 2.3 millones de páginas de material de dominio público para su Open Collections Program, y está cooperando con China en un programa para digitalizar 51 500 obras raras chinas de su Biblioteca Yenching. Los fondos gubernamentales son particularmente ricos. Los cincuenta estados han digitalizado gran parte de sus hemerotecas y esos acervos se han consolidado en torno a la Biblioteca del Congreso, que ya ofreció que este gran tesoro de información estaría a disposición de la dpla. Al combinar estas y otras fuentes, la dpla puede constituir una fundación de gran envergadura y profundidad. Por desgracia, las leyes del derecho de autor han impedido que el dominio público sobrepase el año 1923. La mayor parte de la literatura del siglo xx por lo tanto permanecerá fuera de los terrenos de la dpla, a menos de que pueda encontrarse alguna salida legal para incluirla. Y aun asumiendo que puedan ajustarse los derechos, ¿dónde quedaría el nuevo límite? Los participantes de la reunión de Washington enfatizaron que nada ha sido excluido en las discusiones acerca del alcance de las colecciones de la dpla. Algunos argumentan que debería extenderse hasta el presente, siempre que pueda alcanzarse un acuerdo para compensar a los titulares de los derechos. Si esto fuera posible, la dpla se convertiría realmente en una biblioteca “pú- blica” para todo el país. Pero igualmente enajenaría a las librerías públicas que ya existen, debido al peligro de que las autoridades locales recorten los fondos para las bibliotecas con el pretexto erróneo de que la dpla proporcionaría su material básico. Por mi parte, pienso que la misión de la dpla debe definirse de una manera que sus servicios se distingan claramente de los de las bibliotecas públicas existentes. Debería dejarse que ellas proporcionen a sus usuarios el material más reciente —sean novelas de gran venta o revistas o dvd— y complementar esta función proporcionando libre acceso al corpus general de libros que constituye la herencia literaria mundial. ¿Hasta dónde deberían llegar estas colecciones?
Más abajo del artículo Darnton, en la misma gaceta (la diagramación es confusa) hay un fragmento sobre el caso de digitalización de las bibliotecas mexicanas. Dice la autora:
Muchos portales de bibliotecas y archivos se resisten a soltar su endogamia y abrirse sin más al mundo. Quien busca ligar el documento a un proyecto institucional aburre rápidamente. No sólo hay que estar preparado para lanzar al viento los tesoros —aunque por lo común sin que puedan ser reproducidos a partir de la copia que se ofrece—, sino a que el propio portal de uno se desgaje para dejar entrar a buscadores como Google directamente al documento individual, sin pasar por la carátula institucional, el registro y otros protocolos anticuados. Es ahí donde muchos grandes proyectos pierden atractivo, a pesar de sus méritos. Porque a final de cuentas los sitios de internet son proyectos editoriales, en los que importa la claridad del enfoque y una presentación llana y alegre.Artículos en la gaceta del Fondo de Cultura Económico, reproducido por Elboomerang.com
La generosidad auspiciada por el medio es emocionante. En Gallica, primera página, elijo por ejemplo “Honoré de Balzac”: aparecen enlistados, con una imagen cada uno, 7 877 resultados en 526 páginas.
Retratos, ilustraciones, correspondencias y toda la obra del autor, en numerosas ediciones. Elijo una novela histórica en su primera edición: se abre inmediatamente. Prefiero guardarla, en instantes está alojada en mi aparato y, con un poco de suerte o de habilidad, aparecerá además en los otros instrumentos que tengo. ¿Qué más puedo desear? El propio método de búsqueda conduce a elegir a quien nos dé respuesta: así cae uno en sitios cuya pertenencia con frecuencia ni siquiera buscamos averiguar. Hay desorden, confusión y una abundancia de riquezas. Uno toma lo que sea, ¿para qué ser selectivo cuando se trata de llegar al documento, al dato, con la mayor velocidad? Tómalo y deséchalo. Porque existe además la sensación de precariedad: hoy un sitio aparece, mañana quien sabe. Hay fallas, hay mucho que un usuario común no puede entender y mucho menos dominar. No hay permanencia, o no depende de nosotros. Tengo una pequeña agenda alfabética para todas mis claves y contraseñas, y ni así logro dominar las revistas y servicios que he pagado. Además el servicio de internet está lejos de ser igual en todos lados. Finalmente lo que te dan o te quitan depende de decisiones empresariales, de los cálculos o la codicia de una o varias empresas. ¿En manos de quiénes quedó la cultura?
Imágen: Robert Darnton, Bibliotecario de Harvard
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