Rodrigo Fresán ha entrevistado a la agente literaria Carmen Balcells. Ella dice, ¿por conveniencia?, ¿por su valor?, no acordarse de nada, pero él le escamotea algunos recuerdos. La entrevista en Soho:
“Soy una persona sin memoria”, afirma, sin lugar a dudas, Carmen Balcells. Y sigue: “De ahí que cada vez que me lo preguntan, contesto, primero, que nunca escribiré mis memorias porque no tengo memoria. Segundo, porque no sé escribir. Esto último no es tan relevante porque podría dictarlas y alguien las ordenaría y las redactaría, pero… Y, tercero, porque todo lo que puede ser muy interesante de mi vida y mi trabajo es aquello que yo nunca contaré a nadie. De un tiempo a esta parte, desde hace unos cinco años, pienso que tengo que morirme cuanto antes porque estoy empezando a bajar la guardia y cuento todo. No sé por qué. Debe ser consecuencia de un cierto relajamiento que he adquirido. O de una seguridad en mí misma que no había tenido nunca. Ya no me importa dar una entrevista cuando hasta hace poco las evitaba a toda costa por temor a meter la pata. Siempre me acuerdo de lo que me recomendaba Jaime Salinas, quien, en muchos sentidos, nos formó y educó a todos los de mi generación: “De acuerdo, puedes hacer de agente; pero con tal de que no te lo tomes muy en serio y, lo más importante, que no acabes dando la nota hispánica”. Es decir: dar la nota a secas y punto. Y esa ha sido una lección que comprendí aunque eso no significa, necesariamente, que la haya aprendido. A veces me asusto de mí misma y me digo: “Qué horror, Carmen. Qué vergüenza tan grande de no ser nadie y atreverte a tanto”. La ignorancia es terrible, pero, a la vez, es muy bueno ser ignorante porque serlo es, también, lo que te permite tener audacia y hacer cosas impensables. Yo llegué a ser lo que soy con la ignorancia como combustible. Bien entendida y manejada con buena medida y con buen tino me dio resultado. De haber sabido en mis inicios lo poco que sé hoy, tal vez no hubiese salido nunca de Santa Fe de la Segarra. Al cabo de muchos años, necesitaba una casa allí, que es la que tengo hoy. Y en esa casa, sin problemas de espacio, ha cabido de todo: la mesa en la que Gabo escribió El otoño del patriarca, librerías de Jorge Edwards, de José Donoso, de Mario Vargas Llosa… En cada traslado aumentaba el número de sillas, sillones, mesitas, cestas para el pan, cuadros…”.
Pero a no engañarse —a mí no me engaña— Carmen Balcells se acuerda de todo, de absolutamente todo, aunque no deje de lamentarse porque “he descubierto que los nombres, por desgracia, no tienen soporte analógico en nuestro cerebro. Están desubicados. Por lo que no queda otra que esperar que se abra el archivo de nombres, aflore y se te presente ese nombre que se te escapa”.
Así, conversar con Carmen Balcells es un placer. Da gusto escucharla, contemplarla, detenerse, llevarse las manos a la cabeza y cerrar los ojos para buscar y encontrar una fecha o un apellido o un lugar. Pero entrevistar a Carmen Balcells no es tan sencillo. Por lo de más arriba y porque Carmen Balcells ha encontrado un método tan infalible como sencillo a la hora de no dar ni desafinar “la nota hispánica”. Y el truco es así, la trampa es la que sigue: Carmen Balcells te cuenta una historia apasionante, con todo detalle, te tiene en vilo y en el aire hasta su perfecto final y, cuando ya te imaginas transcribiéndola y haciéndola aterrizar en la pantalla de tu power-book para compartirla con conocidos y desconocidos, el oyente —este oyente— se estrella con y contra la frase final de la anécdota de vértigo. Porque Carmen Balcells termina de contar el cuento, hace una pausa, sonríe, y agrega y remata con un “por supuesto, esto que acabo de contarte no puedes ponerlo”.
Para que se entienda y por si no quedó claro: incluso antes del eclipse cósmico y sus influencias, Carmen Balcells no ha dado muchas entrevistas en extenso. Sobran los dedos de media mano para contarlas. En una de las últimas, respondiendo a Xavi Ayén, de La Vanguardia, Carmen Balcells —unos años atrás y por entonces en una suerte de retiro que nunca fue tal y que, en cualquier caso, duró poco y ha resultado en la coartada perfecta para volver al ruedo— dijo palabras que merecen reproducirse aquí: “La lectura es el acto más libre y solitario de un individuo. No se puede aprender nada sin leer y, cuando encuentras algo que te complace, es un placer irrepetible, una auténtica orgía del cerebro. Para experimentarla, no es ni siquiera necesario dedicarle muchas horas: leer 20 páginas de un libro importante te puede cambiar la vida”. Allí, Carmen Balcells también revisitó su propia trayectoria y la de aquellos cuya trayectoria ayudó a trazar. A saber y con apretada y telegráfica prosa estilo Wikipedia: Carmen Balcells Segalà nació el 9 de agosto de 1930 en una pequeña localidad de Lérida de apenas 50 habitantes. Hija mayor. Cuatro hermanos. Familia de pequeños propietarios rurales. Educada en el colegio de las teresianas. En 1946 viaja a Barcelona. A sus 24 años comienza a trabajar como secretaria en una empresa textil. Su amigo Joaquim Sabrià la recomienda al rumano Vintila Horia, dueño por entonces de la agencia literaria ACER, quien no duda en contratarla como su delegada en la ciudad condal. Horia vende su agencia, arrancan los dorados años sesenta y se establece por su cuenta en un piso de alquiler a la vuelta del piso donde estamos ahora. En 1961 se casa con Luis Palomares, quien “siempre me apoyó en todo”. Y en algún momento cae en sus manos un contrato de traducción leonino, a perpetuidad. Y pronto descubre que lo que sobra —y los autores contratados son gente como Kipling, Joyce y Faulkner— son contratos así y piensa. “O este trabajo que hago no tiene ningún sentido y abandono, o me quedo y cambio todas las reglas del juego”. Y las cambia para felicidad de autores y no tanta felicidad de editores. El resto es historia cierta y leyenda verdadera y, de nuevo, muy pocas entrevistas porque, como dijo alguna contada vez, “mi actividad no se debe publicitar. Cuanta más publicidad tengan el escritor y la editorial, mejor. Los gestores no debemos estar sometidos a la luz pública”.
Por las dudas, por si no se entendió hasta ahora: es un privilegio que Carmen Balcells hable frente a un grabador porque, como ya se dijo, Carmen Balcells habla poco frente a grabadores, pero una vez allí, dispuesta, habla mucho. Y, sí, mucho de lo que habla no puedo ponerlo, pero quién me quita lo escuchado siendo plenamente consciente de que aquello que me confía Carmen Balcells es, apenas, la punta del iceberg y el ojo de la cerradura de la biblioteca.
De ahí, mi pregunta absolutamente innecesaria pero, también, inevitable a la mujer que sabe demasiado: “¿De verdad conoce muchas cosas ‘que nunca contará a nadie’”?
Como toda respuesta, Carmen Balcells enarca una ceja y ofrece una sonrisa marca Gioconda.
Ahora, sobre el escritorio de Carmen Balcells sonríe una flamante edición en inglés de Cien años de soledad, encuadernada en cuero, donde, al abrirla en la página de títulos, aparece tachada la palabra Solitude reemplazada por felicidad y se lee la dedicatoria “One Hundred Years of felicidad para Kame de mi corazón con el cariño y agradecimiento de su esclavo más fiel” y un primer ejemplar de otro libro de Gabriel García Márquez: la edición aumentada de Todos los cuentos (Mondadori) que reúne los relatos de Ojos de perro azul, Los funerales de la Mamá Grande, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y Doce cuentos peregrinos. Una nueva oportunidad para todos ustedes de viajar allí por primera vez o de volver a un sitio del que uno ya nunca querrá irse del todo.
“En la relectura, cualquier texto de Gabo es extraordinario. Es uno de esos autores que primero se leen con placer para enseguida poder experimentar ese otro placer que es la maravilla de releerlo”, comenta Carmen Balcells mirando el libro. Un libro sólido y bien hecho que reedita un diseño de portada ya clásica y que es la excusa perfecta para llevarla de regreso a Macondo y sus alrededores, sitios en los que Carmen Balcells vive desde hace décadas; porque su propia leyenda de agente es inseparable e indivisible de la leyenda de uno de los nombres más imponentes (para muchos el más imponente de todos) en el catálogo de su agencia literaria. El nombre de aquel quien alguna vez la inmortalizó, llorando, en la dedicatoria en la primera página de una novela suya.
“García Márquez me dedicó, de su puño y letra, mi ejemplar de la primera edición de El otoño del patriarca con ese ‘Para Carmen Balcells bañada en lágrimas’. Dedicatoria que, tantos años después, quedó impresa en todos y cada uno de los ejemplares de Del amor y otros demonios. Y las lágrimas en cuestión brotaron a partir del horror que yo sentí y de lo que sufrí al recibir y ver esos primeros ejemplares de El otoño del patriarca: se imprimieron rápido y se pegaron mal, porque la demanda y la prisa por que llegasen a unas librerías de México eran enormes. Así que la novela, al abrirla, se te deshacía en las manos. Le pasó al presentador de la novela, Jacobo Zabludovsky, frente a todos. Las hojas volaban por todas partes. La hojarasca propiamente dicha, el otoño de verdad. La portada era horrible. Y yo hice un auténtico drama, mi marido no dejaba de decirme ‘no llores, no llores…’ y yo no paraba de repetir ‘no puede ser, no puede ser…, con tanto amor que está hecho todo, con tanto genio que está escrito…’. Y es que El otoño del patriarca es para mí algo muy especial, porque yo viví el día a día de su escritura. Entonces Gabo vivía en París, pero pasaba mucho por Barcelona. Y escribía mucho aquí. Yo fui testigo muy cercana de cómo iba creciendo ese manuscrito. Así que fue un auténtico drama para mí descubrir en el objeto horroroso en el que se había transformado ese milagro. Bañada en lágrimas, sí”.
Y por los mismos días en que se sentó frente a mi grabador para decir que no se acordaba de nada, pero lo recordaba todo, Carmen Balcells —lejos de sentirse eclipsada, lista para arriesgarse a dar “la nota hispánica”— dio otra entrevista. La primera a la que se prestaba —vía El País— en formato digital y con la cercana distancia que ofrece internet. Muchas de las preguntas fueron originales, algunas no tanto. Pero las respuestas de Carmen Balcells resultaron siempre sorprendentes y, en ocasiones, dotadas con la perfección de aforismos o funcionando como instrucciones apenas codificadas para aquellos interesados —alias y anónimos con evidentes ganas de ser ascendidos a nombres propios conocidos por todos— en seguir sus pasos o en que ella los siga a ellos.
Así, un tal Serge disparó un “¿Cree usted que su rol como agente literaria es diferente al de otros agentes y, en caso afirmativo, en qué se diferencia?”. Respuesta de Carmen Balcells: “Yo trato de que nada de lo que hago sea diferente; lo cual no quiere decir que no persiga la singularidad”. El profesor Augustus S. F. X. Van Dusen buscó iluminación de oráculo con un “Señora Balcells, usted que tiene una vasta experiencia en el campo literario, ¿qué recomienda a los escritores que están iniciando para poder dar los primeros pasos con cuidado y confianza?”. Y fue prontamente despachado con sonrisa de esfinge eléctrica: “Siempre digo que no doy recomendaciones, doy órdenes”. Y un Mihai, por su parte, le preguntó: “¿No cree usted que deberían figurar en la historia de la literatura (entendida como tratado, manual o como se quiera) las personas que ayudan a un escritor (por no decir a varios) a convertirse en Premio Nobel?”. Y Carmen Balcells apuntó: “Déjeme clarificar que las personas que, como yo, hacen ese trabajo alrededor de los escritores no crean significado en la obra; crean significado en su carrera. El secreto, si lo hay, es encontrar 25 o 30 años antes a ese escritor que tendrá el Nobel”.
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