Rodrigo Fresán, en su blog de Mondadori, recomienda leer a un raro entre raros, Tom Robbins. Con el linaje que le le endilga: Brautigan, Kerouac, Hunter Thompson ya podremos imaginar de qué se trata. ¿Un preanuncio de lo que planea el gremio editor para canalizar el conato de contracultura española? Para un promotor entusiasta como Fresán, más que un escribidor de palabras, Robbins es un "acelerador de partículas":
¿Y cuáles son las partículas del poco ortodoxo budista zen Robbins? Muchas. Y todas al mismo tiempo y bajo un cielo con diamantes locos. A saber… Largo aliento de mitos ancestrales vía el sincronista Jung. Brillos de Jack Kerouac & Co., Thomas Pynchon, Kurt Vonnegut, Spencer Holst, Donald Barthelme y Richard Brautigan. Destellos de gurúes psicodélicos como Joseph Campbell, Robert Bly, Timothy Leary, Hunter S. Thompson, Osho, Terence McKenna y el Don Juan de Carlos Castaneda. Marihuana y LSD y cocaína. Todos estos y muchos consiguiendo un cocktail embriagante que –con Naturaleza muerta con pájaro carpintero (Alfabia)– supo elevar, en 1980, lo contracultural al primer puesto de ventas en Estados Unidos. Entonces, cabe suponer, los primeros yuppies lo leyeron con la culpa de ya no ser los últimos hippies. Hoy, se disfruta como de una antigüedad que ha envejecido muy bien y cuyo propósito –como en toda la obra de Robbins, quien alguna vez declaró que “no hay nada más contradictorio que la realidad… El que algo no haya ocurrido no significa que no sea verdad”— pasa por encontrar y aislar a la verdad de esa Partícula llamada Dios. Y exigirle que, de una buena vez por todas, crea en nosotros. ¿Cómo conseguirlo? Fácil: buscarlo por escrito. Dijo Robbins: “Ciertas palabras individuales poseen más fuerza, son más radiantes, tienen más ¡shazam! que otras. Pero es el modo en que unas se combinan con otras en una frase aquello que acaba siendo y haciendo magia. Así que, cuando en el colegio, se nos enseña a armar oraciones y a analizarlas sintácticamente, estamos todos estudiando, aunque no seamos conscientes de ello, en Hogwarts”. Lo que no impide –advierte Robbins– que este sea un camino poblado de peligros donde debemos imponer nuestro relato individual a “la narrativa global y consumista de las corporaciones”.
Así, la sensación que se tiene al entrar en Naturaleza muerta… es la de ser arrojados al despistado centro de un circo con demasiadas pistas donde todo sucede al mismo tiempo. Y si en su debut de 1971 –Another Roadside Attraction—Robbins reescribía los evangelios y en También las vaqueras sienten melancolía –de 1976 y, posteriormente, fallido filme de Gus Van Sant con Uma Thurman—refundaba la mística beatnik de la carretera, en Naturaleza muerta… puede afirmarse que llega y llegó más lejos que nunca. Para bien y para mal. Para bien, porque esta, su tercera novela, es lo más logrado de toda lo suyo. Para mal, porque todo lo que vino después –incluida La danza de los siete velos, 1990, único otro libro suyo en español—ya sonó a chiste muy bueno pero repetido. Y así siguió y sigue sonando Robbins hasta ahora: como el escritor perfecto para los fans de Tom Robbins.
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