A mitad de la cuesta
A
dónde podrá ir
Con
el chasís torcido
Pueden
multarlo
Qué
ruido el que arma
Apenas
para arrastrar
Su
propio peso
Y
qué forcejeo
De
latas oxidadas
Tosiendo
humo
No
para llegar
Sino
para no salirse
De
madre, para no
Encunetarse
Qué
odisea
Para
sí mismo
Debe
ser la marcha
De
estos viejos fierros
30,
40 años
Y
sigue siendo el aprendiz
Que
en una curva
Cualquiera
del camino
En
subida donde no
Hay
un negocio o una fonda
Se
detiene, suelta
El
timón para bajarse
Triunfal
A
orinar
Sobre
el paisaje
De
la ciudad abajo
Cortada
a retazos
Por
el humo y el vapor
Caliente
del chorro
A
mitad de la cuesta
**
Poema donde me pongo en su lugar
Cuando
me pongo en los zapatos del jefe
y
siento la dureza a toda prueba
Y
la altura exclusiva de sus botas
Que
tienen además el don
De
dudar poco o detenerse
No
veo razón para darme la razón
Ni
comprendo bien por qué debiera
Abandonar
el punto de vista
De
una posición tan alta
Destinada
de antemano a la trascendencia
Ahora
comprendo por qué el jefe
No
se mueve de ese sitio
Con
vista panorámica
Su
posición a todas luces religiosa
Que
le permite tener el control
Estando
cerca de Dios
Para
presidir el rebaño de los prójimos
Perdería
su imparcialidad si se bajara
Para
un téte a téte frente a su espejo
Perdería
el control si calculara
La
justa dimensión de mis propósitos
Y
perdería el poder si se calzara
Las
sandalias del ungido que sugiere
Querer
al otro como a sí mismo
El
jefe lo que tiene
Es
la predestinación de elevarse
A
posiciones trascendentes
El
desafío de abandonar sus botas
Para
calzarse unas alas
El
ateísmo absoluto de ser el dios
Que
a cambio de no creer en el hombre
De
los mandos medios para abajo
Decide
no creer en sí mismo
Ni
en nada de lo que pueda hacer
Por
mí cuando le pido
Que
se ponga en mis zapatos
Tomando
tan sólo el atajo
De
quedarse contemplándolo todo
Cuidando
de que nadie
Tome
el lugar de nadie
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