Elías Mejía
Poeta y caficultor quindiano (1951). La Biblioteca de Autores Quindianos publicó hace unos años su libro Conversaciones con el pez. Acá publicamos un poema inédito.
A
María Ruiz
Lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas,
para confundir a quien se adentre en él,
de modo que no pueda acertar con la salida.”
DRAE
El laberinto entre las cabelleras;
esos innumerables senderos trazados por el peine;
esos que invitan a la abstracción de un viaje,
seguros aunque extraviados,
hasta el centro del pensamiento de Helena, Beatriz, La Maga.
No es verdad que una cabellera de ébano
augure menor placer que los nórdicos oros
de olorosa canela y puerca lascivia,
cuando el viento estival se cuela en ellos,
para mesarlos a su antojo y lanzar al aire
el delgadísimo hilo de sus banderas.
Höelderlin
Imaginemos el laberinto del planeta,
cuyo centro será imposible ocupar.
Imaginemos los gigantescos socavones
donde se cuece entre siglos el petróleo;
imaginemos las grutas del calor
y al animal de fuego en su brega
por mirar otra vez el firmamento.
¿A dónde nos conducen las horas?
¿El centro del día es la luz o la oscuridad?
Las luces, las sombras y, entre tanto,
el laberinto del color del prisma,
el arco iris que antecede la claridad e ignora la noche,
mientras resbalan por su tobogán los espectros de un cuento amargo.
“La biblioteca es ilimitada y
periódica.
Si un eterno viajero la atravesara
en cualquier dirección,
comprobaría al cabo de los siglos
que los mismos volúmenes se repiten
en el mismo desorden (que,
repetido, sería un orden: el Orden).
Mi soledad se alegra con esa
elegante esperanza.”
J.L
Borges. Ficciones; La biblioteca de Babel.
Llegar al centro del laberinto de Don Quijote
entrando por la puerta del pan y la cebolla,
de la adarga antigua, la albarda o el rocín;
mejor, iniciemos la ruta por el sendero del refrán.
El laberinto de Internet, el inmensurable,
el que mayor cantidad de senderos ofrece
para llegar al centro del saber, donde permanece un ángel;
ya entramos allí y se presiente que nunca podremos salir;
el hipertexto nos lanza a la plenitud,
pero ésta se aleja siempre más…,
siempre
más…
Hemos sido atrapados en su Red.
“Laberinto
clásico o cretense
Laberinto
romano
Laberinto
barroco
Laberinto
manierista
Laberinto
rizoma
Laberinto de
Hampton Court
Laberinto de
Stolp
Laberintos
Medievales
Laberinto de
Boughton Green
Laberinto de
Altjessnitz
Laberinto
ruso (llamados "Ciudad de Troya").”
Wikipedia
El laberinto del ajedrez el de la llama el de la huella digital
el laberinto de la identidad
yo soy otro nosotros en el otro; no soy yo, son yo;
nosotros llegamos al centro del otro, donde se halla a sus anchas
el monstruo,
rodeado de pasillos y de costumbres, de genes y herencias, de
caprichos y apegos;
llegamos de visita a despertarlo, a enfrentarnos con él,
a tratar de moldearlo a nuestro gusto.
Salimos de nuestro centro para visitar al otro,
pero llegamos armados y blindados, agresivos e hirientes,
pues sabemos que allí está el Minotauro, mitad hombre, mitad
bestia,
listo para cornearnos.
La muerte es un laberinto;
el gran laberinto de una sola entrada
y, de él, no concebimos la salida.
El laberinto de las religiones,
que pretenden dejar en su centro la maldad
—nuestra porfiada bestia—,
mientras formulan ingenuas,
inútiles conjeturas.
El laberinto de los Libros Sagrados
que contienen los senderos para llegar al centro
—a la verdad, al Dios—por siempre oculto,
incluso por expresa voluntad de los rabinos, los
imanes, los curas.
Yo soy el centro del laberinto,
tú eres el centro del laberinto,
existimos incontables millones de centros,
pero hacia nosotros va un solo sendero,
entre paredes de nada y recovecos de miedos,
entre túneles de hambre
y soledades de egoísmo inocente y criminal.
Y el laberinto de las leyes,
construido para respaldar la ilusión
de ser distintos al monstruo,
de obedecer al pensamiento,
de vivir un orden y no tan sólo anhelarlo.
Por último,
¿cree usted que los rompecabezas
de madera
son un laberinto, y que,
cuando están separadas sus piezas,
estamos fuera de él,
y, cuando están ensambladas,
hemos acertado en su centro?
¿Es preciso dolerse por ser parte
del laberinto del desorden y el caos,
espontáneo y peligroso,
único creador y destructor?
El movimiento es el laberinto de la quietud.
Moverse es el sendero; quedarse inmóvil, el centro.
“Aquiles no podrá alcanzar a la
perezosa tortuga.
Aquiles, símbolo de rapidez,
tiene que alcanzar la tortuga,
símbolo de morosidad.
Aquiles corre diez veces más ligero
que la tortuga
y le da diez metros de ventaja.
Aquiles corre esos diez metros, la
tortuga corre uno;
Aquiles corre ese metro, la tortuga
corre un decímetro;
Aquiles corre ese decímetro, la
tortuga corre un centímetro;
[…]
…y así infinitamente,
de modo que Aquiles puede correr para
siempre sin alcanzarla.
Así la paradoja inmortal.”
J.L. Borges.
Discusión; La perpetua carrera de
Aquiles y la tortuga.
Y así de fácil se engaña la mente;
así, con el más elemental laberinto de palabras,
aceptamos como verdad la bella paradoja:
la mente se engaña así de fácil y comprendemos de momento
que es factible una infinita división de la unidad.
Es una satisfacción esculpida en el aire o en el humo del
desastre.
Entonces, la línea como unidad geométrica, tiene infinitas
fracciones;
el libro, como unidad de lectura, tiene infinitas páginas;
el espejo, como unidad del reflejo, tiene infinitas imágenes;
la vida, como unidad de la existencia, tiene infinitas
posibilidades;
y la muerte no existe,
porque Aquiles jamás podrá alcanzar a la tortuga.
Gracias por la poesía, querido Elías, viaje en el que me hice fractal y helecho, vi a la amiga en sus búsquedas y abismos, y no me detuvo el monstruo, ni la prisa... desde Mendoza, Arg un abrazo
ResponderEliminarCenizo, al viento,
Dorado en plumillas
Las espinas deciden acoger la flor
hay fruta más dulce que la del desierto?